1Tes 1,5c-10
Hermanos: sabéis cómo nos portamos entre vosotros, trabajando siempre a vuestro favor. Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con el gozo que os proporcionaba el Espíritu Santo, en medio de numerosas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir.
Ellos mismos comentan cómo llegamos donde vosotros y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero; y cómo esperáis a su Hijo Jesús, que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la ira venidera.
San Pablo habla de una ejemplar comunidad cristiana en Tesalónica, cuyo testimonio se llegó a conocer en todas partes.
¿Qué les había sucedido?
La lectura nos dice que se apartaron de los ídolos y se convirtieron al Dios vivo; que imitaron a los Apóstoles y al Señor, y que, aun en medio de muchas tribulaciones, abrazaron la palabra con el gozo que les proporcionaba el Espíritu Santo.
Podemos detenernos en algunos elementos de este texto:
En primer lugar, la importancia de una verdadera conversión.
La conversión de una persona es quizá uno de los mayores milagros, pues implica que ella misma responda con su libre voluntad al ofrecimiento de la gracia. Llamada y atraída por la gracia, deja atrás sus ídolos; es decir, todo aquello que se interpone entre ella y Dios; todo lo que absorbe su capacidad de amar, y, por tanto, usurpa el lugar de Dios en su corazón.
Los ídolos no son sólo aquellas figuras que el hombre mismo se crea para luego postrarse ante la hechura de sus manos, tal como lo conocemos de los relatos del Antiguo Testamento. El término “ídolo” abarca mucho más que eso… Todo aquello a lo que se apega nuestro corazón y llega a ocupar el sitio que le corresponde únicamente a Dios se convierte en un ídolo. San Pablo nos explica que, detrás de los ídolos, se esconden los demonios (cf. 1Cor 10,20). Ciertamente lo decía en contexto con la veneración y sacrificios que se rendían a estas figuras. Así, se entiende fácilmente que los demonios se escondan detrás, siendo así que ellos buscan ser adorados como Dios.
Y ¿qué hay de los otros “ídolos” que ocupan parte de nuestro corazón y atención? No necesariamente tienen que ser los demonios los causantes… Si, por ejemplo, tenemos un amor excesivo a las cosas pasajeras, se trata de una inclinación humana desordenada. Sin embargo, los demonios sabrán valerse de esta tendencia y se aprovecharán de ella, intentando una y otra vez distraernos de Dios y fomentar este apego desordenado.
Así como el Espíritu Santo quiere traernos siempre a la memoria lo esencial, para que no perdamos el “hilo de Dios”, así el demonio procurará siempre centrar nuestra atención sobre las cosas desordenadas de nuestra vida, para que no encontremos la “pista de Dios”.
Si se produce una verdadera conversión, el hombre se esforzará, bajo el influjo del Espíritu Santo, por dejar atrás todo lo que lo separa de Dios o lo obstaculiza en su camino. Pero sus propios esfuerzos no bastarán. Si se deja guiar por nuestro “Amigo divino”, entonces el Espíritu Santo le mostrará lo que aún le falta y le ayudará a vencerlo.
Es evidente que en la comunidad de Tesalónica había tenido lugar esta auténtica conversión, de modo que aquellos cristianos incluso fueron capaces de soportar las tribulaciones por causa del Señor.
Éste es un segundo elemento a reflexionar de la lectura de hoy: Debemos tener en claro que un serio seguimiento de Cristo puede acarrear tribulaciones, perjuicios, persecuciones, calumnias e incluso una muerte violenta. La disponibilidad de asumir todo esto por causa de Jesús, si es necesario hasta el martirio, se ve robustecida y sostenida por el espíritu de fortaleza. Esto hace parte de un auténtico testimonio a favor del Señor –si Dios lo ha dispuesto así–, pues Jesús mismo sufrió el martirio.
Si no incluimos esta posibilidad ni nos preparamos día a día para que, dado el caso, sepamos permanecer fieles al Señor, no estaríamos siendo realistas. Ciertamente esto va más allá de nuestras fuerzas naturales; pero tampoco son ellas nuestro principal sostén; sino el Señor. En Él, se vuelve posible ser fieles aun en las persecuciones. Pero es necesario cooperar seriamente en nuestra conversión, que, si bien se da en un momento concreto, todavía no se ha completado. Todo parece indicar que nos encontramos cada vez más en tiempos de tribulación en nuestro seguimiento de Cristo. Las sombras de un reino anticristiano se expanden más y más…
El tercer punto a meditar es el gozo que nos proporciona el Espíritu Santo al acoger la Palabra y al convertirnos. Es el gozo de Dios mismo que actúa en nosotros, porque el cielo entero se regocija por la conversión de un pecador (cf. Lc 15,7), y ciertamente el júbilo no es menor si es una entera comunidad la que se convierte. Vale aclarar que no es tanto una alegría emocional, tal como la conocemos. Esto no excluye que también haya momentos de “estallar de júbilo” por haber encontrado al Padre Celestial. Pero, por lo general, es más bien un gozo silencioso a nivel espiritual por poder llevar una vida agradable a Dios y por vivir en comunión con Él; es una alegría en Dios y por Dios.
Si escuchamos lo que San Pablo describe sobre la Comunidad de Tesalónica, resulta comprensible que su testimonio haya sido percibido por las personas y se haya convertido en ejemplo para ellas.
¡Que el Señor conceda que la Iglesia salga purificada y fortalecida de las tribulaciones y confusiones actuales! ¡Todos los ídolos han de ser echados fuera, y nosotros, los cristianos, como hombres verdaderamente convertidos y renovados, estamos llamados a anunciar el Reino de Dios! A pesar de todas las tribulaciones, el gozo de Dios será entonces nuestra fuerza (cf. Neh 8,10).