Tercera antífona O: “O Radix Iesse”

Oh Raíz de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos;

ante quien los reyes enmudecen,

y cuyo auxilio imploran las naciones:

ven a librarnos, no tardes más.

En muchas partes del mundo, oh Señor, se alza Tu signo: el signo de la Cruz. 

Enaltecido en ella, exclamas: “Yo soy la salvación de las naciones.”

“¿Por qué se amotinan las naciones

y los pueblos conspiran en vano?

Los reyes de la tierra se sublevan,

y los príncipes a una se alían

contra el Señor y su Ungido.” (Sal 2,1-2)

¿Qué les has hecho? 

Los dioses de las naciones no son nada (Sal 96,5);

sus esfuerzos son vanos e inútiles, 

mientras no reconozcan a Aquél 

que ha sido erigido como “signo para los pueblos”.

Poneos en marcha, pueblos de la tierra, 

seguid la estrella que os conduce a Belén (Mt 2,9).

Allí lo encontraréis en santa pobreza. 

Es Él quien derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes (Lc 1,52);

Es Él quien restablece el derecho quebrantado,

y desenmascara todo falso dominio. 

Ante Él sólo puede resistir el que tiene manos limpias y puro corazón (Sal 24,3-4).

¡Venid, oh pueblos, y lavaos en la sangre que Él derramó por vosotros (Ef 1,7)!

El Niño que veis en Belén, consumará Su obra en el Gólgota. 

Él nos ha traído la Buena Nueva; el mensaje del Padre Eterno. 

Por eso, escuchadle y prestad atención a Sus palabras.

Junto a Su Madre, sentaos a Sus pies. 

¡Miradlo y convertíos en discípulos Suyos!

El Señor no retrasa Su Venida. ¡No! Antes bien, os espera (2Pe 3,9),

y sois vosotros quienes no debéis demoraros. 

Él, el verdadero Rey, os espera en el pesebre. 

¡Venid de prisa a la ciudad de David!

El Prometido por Dios yace en el pesebre como Niño; 

¡Oh, Niño Divino! Tú, el Anhelado de nuestros devotos padres;

Tú, Rama que brota de la raíz de Jesé. 

La búsqueda llega a su fin…

¡Él está aquí! Apresuraos y no os detengáis hasta llegar a Él. 

Habiéndolo hallado, permaneced con Él, pues Él es vuestro hogar. 

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