Santa Juana de Arco, hija de Dios y doncella de Orléans (Parte II)

Con sus éxitos militares, que trajeron el giro en la situación de Francia, y con la coronación de Carlos VII en Reims, Juana ya había cumplido una parte importante del encargo que Dios le había encomendado, y había devuelto la esperanza a los franceses.

Pero su misión aún no había llegado a término, porque los ingleses debían ser expulsados de toda Francia. Por eso la “doncella de Orléans” -que fue uno de los títulos que se le dio a Juana de Arco- insistía en que había que seguir de prisa con las batallas necesarias. Era el mejor momento, porque los ingleses habían quedado bastante debilitados y temían a Juana. Como no podían explicarse el giro que había tomado la guerra, ellos creían que la “doncella de Orléans” debía tener un pacto con el Diablo. Mientras que los ingleses defendían y difundían ese punto de vista, la mayoría de los franceses veían en Juana de Arco a una mensajera enviada por Dios para la salvación de su patria.

El rey Carlos VII, que todo se lo debía a Juana y a quien ella guardaba total lealtad, se dejó llevar por malos consejos y empezó a hacer negociaciones con los enemigos. Juana estaba convencida de que esto no era lo correcto, y le suplicaba al rey que aprovechase el momento para recuperar todo el país. Pero el rey ya no escuchaba su consejo como antes… Entonces empezó a romperse la cadena de victorias que había alcanzado la doncella.

Y no sólo eso… Ella fue traicionada y cayó en manos de los borgoñones, que a su vez la entregaron en manos de los ingleses. Así empezó la etapa de su pasión.

Antes de meditar cómo Dios se glorificó en los padecimientos de la doncella de Orléans, en los que ella consumó su misión, queremos escuchar algunos testimonios de lo que decían sobre ella las personas de su tiempo. La historia de Juana está tan bien documentada a causa del proceso eclesiástico que se le realizó al final de su vida, con abundantes afirmaciones de ella misma y de muchos testigos. Todas estas declaraciones constan por escrito.

Algo particularmente llamativo en la doncella de Orléans era su pureza. Hubo soldados que afirmaron que en su presencia no se atrevían siquiera a tener un pensamiento impuro. A pesar de haber estado en medio del ejército y de acampar entre soldados, nunca se escuchó de que hubiese sucedido alguna escena dudosa. Los hombres le tenían gran respeto.

El carácter sobrenatural de su misión fue tanto más evidente por el hecho de que ella no contaba con ninguna instrucción militar y actuaba según las indicaciones de sus consejeros celestiales. Juana era consecuente cuando se trataba de llevar adelante su misión y también corregía a los comandantes del ejército cuando pretendían imponer otros planes distintos a los que ella había señalado.

Sus predicciones se cumplían y, mientras se hacía caso a sus consejos e indicaciones, la obra del Señor podía realizarse sin dilación.

Aunque Juana llevaba vestuario militar masculino y se había cortado el cabello para proteger su pureza, nunca perdió su feminidad ni se “masculinizó”. Seguía siendo una joven sensible, que era capaz de llorar cuando, por ejemplo, los ingleses la insultaban con palabras sucias.

Juana era una ardiente patriota y mantuvo la lealtad y el amor al rey de Francia aun cuando él no hacía nada por librarla de manos de los ingleses y preservarla de la terrible muerte que le amenazaba.

No se podría entender a Santa Juana sin comprender cuán “natural” era para ella la vida sobrenatural. Todo su corazón le pertenecía a Dios y vivía en una comunión real con los ángeles y santos. Ellos le hablaban y ella podía verlos. Ellos le daban consejos, le advertían, la instruían y hacían todo para capacitarla en su gran misión. Era totalmente familiar su trato con los “santos del paraíso” o con “sus voces”, que era como Juana llamaba a sus acompañantes celestiales.

Pero cuando empezó su pasión, la doncella estuvo necesitada más que nunca de la ayuda del cielo. Sus acompañantes celestiales le habían hecho saber que no tenía mucho tiempo para su misión y que debía realizarla con prontitud. Por eso le resultaba tanto más difícil haber caído en manos de los ingleses, sabiendo que aún no había terminado su encargo y su misión no se había consumado…

Juana era muy obediente. Conocemos sólo un episodio en el tiempo de su prisión donde impuso su propia voluntad, tratando de escapar, a pesar de que sus “voces celestiales” le habían advertido no hacerlo. Después tuvo que aprender la lección y fue severamente corregida. ¡Pero es que no había perdido su impulsividad juvenil!

En fin, Juana era una gran luz de Dios para todos los que la conocían.

En la próxima meditación hablaremos sobre su pasión. En este triste capítulo no podemos dejar de ver la gran injusticia que le fue hecha por parte de figuras eclesiásticas.

Podemos ver la misión de Juana como una misión profética. Al inicio de todo, Carlos VII había querido que Juana fuese examinada por un tribunal eclesiástico, que no encontró en ella nada que no fuese virtuoso, de manera que el informe que recibió el rey fue positivo.

Así, en el primer episodio de la misión de Juana hubo una maravillosa consonancia entre la dimensión profética, puesto que fue directamente suscitada por Dios, y la dimensión eclesiástica, en cuanto que fue acreditada por un tribunal de la Iglesia. El rey, a su vez, aceptó su misión y el plan de Dios pudo, en un principio, ejecutarse sin obstáculos. Pero entonces se rasgó esta armonía…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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