Las palabras del Padre:
“Cuanto más crecía el mal, tanto más mi bondad me apremiaba a revelarme a almas justas, para que ellas transmitieran mis instrucciones a los causantes del desorden. Y así, a veces, tuve que usar la severidad para reprenderlos, no para castigarlos, porque eso sólo hubiera provocado más maldad. De esta manera, quería alejarlos del vicio y traerlos de vuelta a su Padre y Creador, a quien ingratamente habían olvidado y desconocido. Más tarde, el mal creció tanto en el corazón de los hombres que me vi obligado a dejar que viniesen plagas sobre el mundo, para que el hombre se purificara por medio del sufrimiento, la destrucción de sus bienes y hasta la pérdida de su vida. Así ocurrió el diluvio, la destrucción de Sodoma y de Gomorra, las guerras del hombre contra el hombre, etc.”
En este extracto, el Padre emplea un concepto importante, que podría ser clave para una comprensión más profunda. La severidad de Dios, tal como aquí se la menciona, no ha de interpretarse simplemente como un castigo; sino que es una reprensión cuando los hombres han abandonado los caminos de Dios. En este contexto, la reprensión es evidentemente una medida para la conversión de los hombres, que han de abandonar sus caminos de perdición y volver a Dios.
Los padres de familia, los profesores y otras personas que trabajan en el campo de la educación, podrán entender bien esto. No se trata, de ninguna manera, de vengarse por un comportamiento inapropiado; sino de mostrarle las consecuencias de su actuar a aquel que transgrede la Ley del Señor y se desvía de su camino.
Como decía el texto, los hombres han de ser liberados de sus vicios. Los vicios son hábitos perjudiciales o malos, profundamente arraigados, que atentan tanto contra el mandato de Dios como también contra la dignidad de los hijos de Dios. Entonces, aquí no se trata simplemente de inclinaciones desordenadas, por las cuales uno se deja llevar de vez en cuando o más a menudo, pero luego vuelve a levantarse.
Para deshacerse de tales vicios, se requiere una profunda purificación, porque muchas veces uno se ha rendido a él y, en el peor de los casos, incluso se lo justifica.
Si ahora suceden reprensiones de parte de Dios, el objetivo es el mismo: el hombre ha de convertirse. Si no escucha a Dios, tendrá que experimentar lo que significa actuar contra el amor y la verdad. Esto puede suceder con el sufrimiento, la destrucción de los bienes y, en un caso extremo, incluso la pérdida de la propia vida; las guerras del hombre contra el hombre, la destrucción de Sodoma y Gomorra, etc., tal como se mencionaba en el pasaje que escuchamos.
La situación actual sugiere que nos cuestionemos si Dios quiere reprendernos con esta pandemia.
Respondo a esto con un claro “sí”, aunque hoy en día incluso en la Iglesia se evada hacer tal conexión. Pero, ¿por qué Dios habría cambiado?
En el mundo en que vivimos hay terribles pecados y vicios, que claman al cielo. Pensemos en el horror del aborto, las perversiones sexuales, la eutanasia, el creciente alejamiento de Dios, que en algunos países ha llegado hasta la apostasía e incluso el insulto a la religión. En no pocos gobiernos existe corrupción; la violencia y la criminalidad están a la orden del día; rigen sistemas políticos hostiles a Dios; los hombres buscan una falsa seguridad en el bienestar material… Esto por mencionar sólo algunos puntos.
Tal vez nosotros ya nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo que a diario da testimonio de su alejamiento de Dios. ¡Pero seguro Dios no se ha acostumbrado a ver a sus hijos tambaleándose hacia el abismo! Precisamente entonces, es una muestra de Su amor el no dejar que todo siga en su rumbo y, como Buen Pastor, no permitir que Sus ovejas caigan en manos de los lobos. ¡El Padre llama constantemente a los hombres a volver a Él! Si no hacen caso a las tiernas invitaciones de Su amor, entonces los reprende para que no se pierdan.
Y, ¿qué hay de su Iglesia?
¡Ella estaría llamada a hacer frente a los desastrosos desarrollos del mundo con sabiduría! ¿Es que lo hace lo suficiente? ¿No se está debilitando a sí misma con el rumbo que ha emprendido? ¿Dónde ha quedado su sentido de fe sobrenatural? ¿Será que se está adaptando demasiado a este mundo y adoptando su forma de pensar? ¿Sigue cumpliendo con todas sus fuerzas su misión de salvar almas?
Pero, ¿cómo podrá hacerlo después de la Declaración de Abu-Dhabi? ¿Cuál es la fe que aún rige, después de que no se quiere ver lo que es evidente; a saber, que un Culto a la Pachamama en los Jardines Vaticanos no es simplemente un acto inofensivo, sino una abominación a los ojos del Señor? ¡Esto por mencionar sólo dos claros errores en este camino!
¿Cuáles son los pastores que aún alzan su voz, oponiéndose a estas tendencias y dando instrucciones útiles a los fieles? ¡Son pocos, y esto es una tragedia!
¿Acaso puede agradarle a Dios todo esto?
La reacción de los jerarcas de la Iglesia ante esta pandemia parece débil. La Iglesia se muestra demasiado presta a acoplarse a las exigencias del Estado, en lugar de buscar sus propias soluciones. ¿Dónde quedan las reacciones oficiales de carácter espiritual, con un llamado a la oración, a la conversión y a la penitencia? ¿Acaso la solución es cerrar las iglesias en tiempos de necesidad e incluso privar a los fieles del acceso a la santa comunión?
Resumo mi punto de vista personal: Por la desobediencia y una vida alejada de Dios, nosotros, los hombres, hemos atraído sobre nosotros estos acontecimientos que están sucediendo y que quizá continuarán llegando. En el creciente alejamiento de Dios, el Diablo puede trabajar bien e intentar usarlo todo para Sus planes.
La permisión de Dios se convierte en una reprensión para nosotros, para que nos convirtamos a Él.
¿Qué hemos de hacer, entonces?
¡Es un llamado a volver al Padre y dejar los caminos errados e imprudentes! Una pandemia como ésta nos muestra claramente nuestra impotencia como seres humanos, y cuán necesitados estamos de la protección de nuestro Padre.
Entonces, para los que ya estén en el camino de conversión, es un llamado a profundizarlo y ofrecérselo a Dios también por las otras personas. Además, hemos de orar por los enfermos y por todos los que les sirven. Luego, es importante pedir por el fin de la pandemia, pero teniendo presente la intención de que esta reprensión o advertencia sea correctamente entendida por las personas y se vuelvan a Dios.
Nosotros, como creyentes, aceptemos todas las circunstancias y restricciones como sacrificio de Cuaresma, y recemos por la Iglesia, para que se dedique enteramente a su verdadera misión de anunciar con autoridad el evangelio, precisamente ahora, cuando es tan necesario. De ser posible, convendría realizar adoraciones eucarísticas adicionales en la Iglesia, ofreciéndolas como actos de penitencia y dirigiéndonos especialmente a Dios. También se lo puede hacer ante el Sagrario.
Antes de terminar, quisiera decir unas cuantas palabras en español, para todos aquellos que se alegren de lo que voy a decirles: Hoy, ante el Señor y su Madre, he puesto bajo mi protección a todos los oyentes de nuestras meditaciones diarias.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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