En el año 1932, Dios Padre se apareció a la Madre Eugenia Ravasio. Ella escribió el mensaje del Padre Celestial. Después de una larga evaluación, el obispo encargado dio el reconocimiento eclesiástico a este mensaje. Así, la humanidad ha recibido un valiosísimo regalo en el librito titulado “El Padre habla a sus hijos”.
En este mensaje, Dios Padre revela, a través de conmovedoras palabras, el amor que nos tiene a nosotros, los hombres. De muchas formas y desde diversas perspectivas nos transmite su amor. Nos permite echar una mirada a su corazón y quiere que toda la humanidad lo reconozca, lo honre y lo ame. De hecho, solamente así podremos llegar a una verdadera relación con Dios y encontrar nuestra propia dicha.
Entonces, ¿cómo podemos conocer a nuestro Padre?
El Padre nos habla a través de su Palabra. Permitamos que la Palabra de Dios nos hable al corazón, y meditémosla como lo hacía nuestra Madre María. Así podremos conocer a Dios. Ya en el Antiguo Testamento Dios se manifestó a través de la boca de sus profetas. Él se hizo presente en ellos y a través de ellos hablaba a su pueblo. El que conoce la historia de su pueblo elegido, sabe cuánto Dios lo ama, cuánto se preocupa por él, cuánto anhela estar en medio de él y caminar junto a él. Con Moisés hablaba incluso cara a cara (cf. Ex 33,11).
Nuestro Padre no dejó de manifestarse, y en su Palabra nos concede su Espíritu para poder comprenderlo.
Pero Dios vino aún más cerca de la humanidad a través de su Hijo Jesucristo. En Él, el Padre está plenamente presente: “Quien me ve a mí, ve al Padre”(Jn 14,9). En todo lo que Jesús hace y dice, podemos reconocer a Dios tal como es. En Jesús, enviado al mundo por nuestra salvación, se nos revela la plenitud del amor del Padre. Cada enseñanza y cada obra realizada por Jesús nos transmite su amor.
De forma particular podemos reconocer el amor del Padre en la cruz de Jesús, en la cual dio su vida por nuestra salvación. Contemplemos la cruz y tratemos de comprender que es Dios mismo, quien nos está ofreciendo su misericordia a través de su propia pasión y muerte. El corazón de Dios está plenamente abierto, el Padre invita a su hijo a volver a casa, sin importar dónde se encuentre.
También reconocemos el amor del Padre en cada tabernáculo, en el que Jesús está presente, esperándonos para entregarse a nosotros. A través de la santa comunión, el Padre nos concede su más tierna presencia en la mansedumbre de su Hijo.
Además, tenemos la luminosa presencia del Padre en nuestras almas a través del Espíritu Santo, que mora en nuestro interior. Él, nuestro consolador, nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26), y nos transforma a la imagen de Cristo. Así, el Padre ha encontrado una forma de estar siempre con nosotros, morando sin cesar en nuestro interior.
Podríamos mencionar muchos otros medios a través de los cuales Dios se da a conocer: su presencia en la Iglesia y en las almas de los santos, su presencia en el curso de la historia, su presencia en la hermosura y en el silencio de la naturaleza, su presencia en el arte y en la música, entre muchos otros… Todos estos elementos interpretan un cántico de amor del Padre hacia nosotros; todos ellos nos hacen comprender su constante intento de conquistar al hombre.
A nosotros nos corresponde poner atención y aprender a distinguir la suave voz de Dios que nos habla de tantas formas, particularmente susurrando directamente a nuestro corazón.
El Padre nos invita a vivir confiadamente cerca de Él, y se alegra cuando le dedicamos tiempo. ¡Él colma de bienes al alma que simplemente permanece frente a Él en la oración, abriéndose y abandonándose a su amor en lo más profundo del corazón! María, la Madre del Señor y Madre nuestra, nos ayudará a conocer el íntimo amor del Padre, a acogerlo y a vivir en él.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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