Novena en honor a Dios Padre – Día 3: “El corazón de nuestro Padre: fuente de misericordia”

Nosotros, los hombres, con nuestra naturaleza caída y nuestras limitaciones, con las incertidumbres de nuestra vida y de nuestro cambiante entorno; necesitamos una constante y firme razón para la existencia. ¡Esta razón de ser es el amor de nuestro Padre!

Su amor nos concede vida, luz, claridad y seguridad. En él está nuestro refugio, pues el amor divino no sufre cambios, ni se retira cuando nosotros nos hemos debilitado y hemos cedido a aquellas inclinaciones que nos apartan de Dios.

Dios se dona a Sí mismo a la humanidad de forma particular en su misericordia. Él abre su corazón con amplitud para que encontremos clemencia en él. Dios no es, de modo alguno, el despiadado juez que se fija en cada una de nuestras faltas. Por el contrario, Él siempre quiere conducir al hombre hacia la reconciliación y hacia un cambio de vida; antes que mostrarle y hacerle sentir las consecuencias de su mala conducta.

Y es que Dios no quiere castigar ni vengarse; sino que quiere perdonar. Él se apiada de nosotros y nos ofrece una y otra vez su amor, por más enredada que esté nuestra situación de vida. Y esto lo hace de forma particular con aquellos que tratan de seguirlo seriamente, pero que siempre de nuevo se enfrentan a sus debilidades y quedan vencidos por ellas.

Aunque el camino de seguimiento de Cristo sea un asunto de suprema seriedad, y aunque tengamos que actuar con mucha responsabilidad por cuanto hemos recibido, el Señor no quiere que vivamos tensos o que caigamos en escrúpulos que nos llevan a ver a Dios con miedo. Él nos ofrece su amor, su paciencia, su indulgencia y su sutileza como fundamento de la relación con Él. Nuestro Padre nos invita a ser cada vez más delicados en el trato con Él, y a desarrollar en nosotros el don de temor de Dios y el de piedad; de manera que no sólo evitemos ofender a Dios, sino que además lo hagamos todo por amor a Él.

Para este camino necesitamos su clemencia, pues una y otra vez reconoceremos las limitaciones de nuestra capacidad de amar. Nuestro Padre las conoce, y nos consuela y fortalece para continuar en el camino iniciado y para volvernos a levantar después de las caídas, sin jamás llegar a dudar de su amor. ¿Qué tipo de amor sería el que nos dé la espalda en cuanto fallemos en el camino? ¡Ciertamente nuestro Padre no es así! Él quiere que siempre regresemos a su Corazón, que es la fuente de misericordia, y que confiemos incondicionalmente en Él. Y esta confianza puede edificarse sobre las experiencias de la misericordia de Dios. ¡Cuántas veces hemos podido experimentar su clemencia, cuando hemos acudido sinceramente a Él en la oración, en la confesión o en otras formas que Él nos indica!

Hemos de imprimir en nuestra consciencia y en nuestro corazón la certeza de que Dios, en su amor, está siempre a nuestro favor; y de que no quiere otra cosa que revelarnos aún más profundamente su amor.

Cuando experimentamos su misericordia en una situación que nos es difícil, podemos percibir de forma particular su amor, que nos levanta y nos vuelve a dar vida. Así, pues, la misericordia divina no es sólo el puente que conduce al pecador hacia la verdadera vida; sino que también está para el que ya recorre el camino de Dios y se esfuerza por llegar a la santidad.

Su misericordia es la fuente en la que somos purificados una y otra vez de todo lo que nos mancha e impide que la luz divina nos penetre completamente. Es ella la que debería alentarnos a retomar de nuevo el camino y a continuar en él, y es ella la que nos debe hacer capaces de ser también misericordiosos con nuestro prójimo.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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