A lo largo de los próximos 9 días, escucharemos breves meditaciones sobre nuestro Padre del cielo, intercaladas con cantos en su honor. Algunos fieles católicos celebran cada 7 de agosto una Fiesta en honor del Padre Celestial, el Padre de toda la humanidad. Esta fiesta se remonta a una petición que Él mismo expresó a la Madre Eugenia Ravasio en el año 1932. Esta revelación privada fue cautelosamente examinada y aprobada por el obispo local de la diócesis donde sucedieron los acontecimientos. Yo mismo también me topé hace varios años con este mensaje y me pareció muy valioso, pues me ayudó a profundizar mi relación con Dios Padre.
El Mensaje original fue dictado en latín, y es una declaración de amor del Padre Celestial a la humanidad.
Para nosotros, los hombres, es esencial comprender mejor el amor de Dios y dejarlo entrar en nuestro corazón. Entonces podremos asimilar más a fondo que somos los hijos amados de Dios. Y esta certeza se convierte entonces en un fuerte sostén de nuestra vida, porque sobre el amor de Dios podemos edificar nuestra casa como sobre roca firme. Si cobramos conciencia de que somos amados por Dios, tampoco perderemos el ánimo en las situaciones difíciles en la vida.
Las meditaciones de los próximos nueve días no son tanto una instrucción de carácter doctrinal. Antes bien, son palabras sencillas, que han de llegar al corazón. No hay nada más grande, nada más hermoso, nada más importante para nuestra vida que abrirle nuestro corazón a Dios. ¡Él mismo anhela poder compartirnos su amor y que nosotros le correspondamos!
Si la música y las palabras de esta serie de meditaciones ayudasen a que conozcamos mejor al Padre Celestial, sería para nosotros motivo de inmensa alegría.
¡Dios es el amor!
Esta afirmación es la esencia de todo el mensaje que nos transmite la Sagrada Escritura. Podemos asentir y repetir con todo nuestro corazón: “¡Dios es el amor!” Con esto, hemos pronunciado ya la gran verdad de toda existencia, y ahora es preciso irla comprendiendo en todos sus aspectos que se nos revelarán tanto en el tiempo como en la eternidad.
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y como semejanza nuestra” y “vio Dios que era bueno” (Gen 1,26.31).
Esto nos enseña el Antiguo Testamento: Dios nos hizo a su imagen y semejanza, modelándonos conforme a la plenitud de su amor. Nuestro Padre Celestial es amor en todo su ser; y todo lo que hace, lo hace por amor y está impregnado de este amor.
“Dios es luz y no hay en Él tiniebla alguna” (1Jn 1,5). Cada una de sus intenciones es perfectamente pura, pues el amor verdadero no persigue los propios intereses.
Dios, nuestro Padre, es omnipotente y todo bondadoso.
El ángel caído, Lucifer, anhelaba alcanzar la omnipotencia de Dios; pero no su absoluta bondad. Sin embargo, la omnipotencia divina se muestra precisamente en su bondad sin límites. Así, pues, el Padre se nos revela en su misericordia.
¿Cómo podemos conocer a Dios?
Podemos llegar a conocer lo más íntimo de su Ser a través del amor, gracias a la acción del Espíritu Santo. Si vivimos en una estrecha y confiada relación con Él, notaremos con una claridad cada vez más grande que “¡Dios nos amó primero!” (1Jn 4,19)
Dios, nuestro Padre, quiere perdonar; Dios quiere salvar; Dios quiere redimir; Dios quiere llevar todo a la plenitud en Sí mismo… ¡Dios quiere vivir en medio de sus hijos!