Fil 3,17–4,1
Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que caminan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos -esos de quienes con frecuencia os hablaba y os hablo ahora llorando- se comportan como enemigos de la cruz de Cristo: su fin es la perdición, su dios el vientre, y su gloria la propia vergüenza, porque ponen el corazón en las cosas terrenas. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo vil en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas. Por tanto, hermanos míos muy queridos y añorados, mi gozo y mi corona, ¡permaneced así, queridísimos míos, firmes en el Señor!
¡Cuán importante es el ejemplo de vida para visualizar lo que significa el Evangelio puesto en práctica! ¡Cuán necesario es este testimonio para que las personas puedan vislumbrar la belleza y el esplendor del seguimiento de Cristo! Esto conlleva una gran responsabilidad, no sólo de cara a Dios; sino también ante los hombres…
Entonces, ¿cómo vivimos? ¿Qué tan coherente es nuestra vida con lo que anunciamos de palabra? El llamado a ser ejemplo para otros puede convertirse en una gran motivación, para dar siempre aquellos pasos que permitan que el testimonio del Evangelio sea aún más radiante. Esto no implica solamente las obras exteriores; sino también el despliegue de las virtudes y los dones del Espíritu Santo, que nos adornan y embellecen interiormente, y nos dan la fuerza para cumplir todas las tareas que nos sean encomendadas.
En la lectura de hoy, San Pablo nos hace partícipes del dolor que él siente por aquellos que han abandonado su camino. Estos tales han emprendido un rumbo que lleva a la perdición. Su caída es tanto más dolorosa por el hecho de que ellos, que ahora son “enemigos de la cruz”, habían conocido el mensaje del Evangelio y, como puede deducirse de las palabras del Apóstol, también lo habían acogido.
Aquí hay que considerar dos aspectos, que pueden volverse muy importantes para nosotros…
Por un lado, es la participación en el dolor que siente Nuestro Señor por estas almas; un dolor que debería llevarnos a orar por ellas… No podemos dejarnos abatir demasiado por la fealdad de la vida de un “enemigo de la cruz”; sino que hemos de luchar tanto más por ellos a través de la oración. En efecto, podemos imaginarnos el estado en que se encuentra un alma en la que la gracia del Señor no puede ya desplegar su luz y resplandor. ¡Qué vacío, qué sin-sentido, qué contradicción!
Por el otro lado, estos ejemplos negativos han de servirnos de advertencia, para que nunca nos descuidemos. Aunque podemos estar seguros del amor de Dios y creer firmemente que nuestro amor recíproco y la confianza en Él sanan y fortalecen nuestro corazón, siempre tenemos que estar vigilantes, para permanecer firmes en nuestro camino y avanzar como corresponde. Mientras que debemos cultivar una absoluta confianza en Dios, al mismo tiempo hemos de estar vigilantes con respecto a nosotros mismos. Ciertamente estos “enemigos de la cruz de Cristo” habrán empezado bien, pero, en un momento dado, abandonaron el camino. Quizá cayeron en errores, hicieron falsas concesiones, descuidaron la oración, se dejaron llevar por la seducción del pecado, no mantuvieron la distancia necesaria frente al mundo y adoptaron su mentalidad…
El Apóstol San Pablo nos da dos consejos:
- Debemos tomar como ejemplo e imitar a los verdaderos modelos, que son aquellos que viven auténticamente su fe. Si no conocemos personalmente tales modelos, podremos encontrarlos en los muchos santos. Ellos no sólo son ejemplos a seguir; sino que además son amigos, que se apresuran a ayudarnos en nuestros esfuerzos.
- El segundo consejo, aún más importante, es el de cultivar y profundizar la comunión con el Señor. A la larga, sólo ésta podrá protegernos. Por eso, debemos preocuparnos en primera instancia de cultivar la relación con Él.