Ya estamos en la cuarta semana del Tiempo de Cuaresma y se acerca el Domingo de Pasión. Ahora todo se concentra en la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador de los hombres.
Esta serie de meditaciones cuaresmales nos llevó a observar con atención la situación actual de la Iglesia y del mundo, para sacar las conclusiones pertinentes. Una de ellas es enrolarnos conscientemente en el combate espiritual, no solo para custodiar nuestra propia vida espiritual, sino también para asumir, más allá del ámbito personal, el lugar que Dios nos ha asignado en el «ejército del Cordero» y servir así al Reino de Dios.
Sabemos que el Señor entregó su vida en expiación por los pecados del mundo entero. En nuestra Iglesia católica, el concepto de la expiación está muy presente, especialmente en los círculos más fieles a la fe. Fue san Pablo quien exclamó: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
A través de su testimonio, San Pablo llama nuestra atención sobre un aspecto esencial. Él pudo –y también nosotros podemos– cooperar conscientemente para que la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo se completara en la Iglesia, que es su Cuerpo místico. Sabemos cuántos sufrimientos tuvo que soportar san Pablo, incluidos los padecimientos interiores relacionados con su ministerio apostólico. Éstos forman parte esencial de la misión que Dios confió a este gran Apóstol. De hecho, Jesús no nos redimió solo a través de su predicación, sino sobre todo a través de su Pasión y Muerte. Y esta victoria que el Señor obtuvo gracias a su Pasión, Muerte y Resurrección debe actualizarse y realizarse plenamente en la Tierra. Para que esto suceda, también nosotros podemos unir todos nuestros sufrimientos a los del Señor, sirviendo así a la Iglesia.
¡Ésta es una buena noticia, pues significa que todo cuanto hacemos y padecemos en el Señor puede servir para la evangelización del mundo entero! ¡Nada es en vano! Hasta el acto más insignificante cuenta; cada negación de uno mismo, cada pequeño sacrificio, cada circunstancia adversa soportada con paciencia… ¡Todo esto se convierte en combustible para el fuego de la evangelización!
San Pablo incluso pudo regocijarse del sufrimiento que padecía por la Iglesia. Esta alegría sólo puede comprenderse si se toma conciencia del amor que inflamaba al Apóstol. Él sabía que, a través de sus sufrimientos, sostenía su misión y tenía presente la inmensa eficacia de este «apostolado interior». Así, su anuncio de la Palabra estaba firmemente cimentado en Dios.
Al aplicar el discernimiento de los espíritus, mencioné las cinco heridas infligidas a la Iglesia, que son incluso más numerosas si también se tiene en cuenta la declaración Fiducia Supplicans, las afirmaciones realizadas por Francisco en Singapur de que todas las religiones son caminos hacia Dios y las distorsiones sinodales que usurpan el carácter sobrenatural a la Iglesia y la convierten más bien en una institución humanitaria.
Aquellos que ya son conscientes de todos estos descarríos o, al menos, los miran con ojo muy crítico, no solo han de distanciarse claramente de ellos y entrar en el combate espiritual, sino que pueden hacer algo más, que es muy importante: la reparación.
- Pueden, por ejemplo, expiar por los muchos sacrilegios que se han multiplicado desde que Amoris Laetitia abrió la posibilidad de que las personas que objetivamente no se encuentran en estado de gracia reciban la santa comunión. Estos sacrilegios hieren gravemente a la Iglesia.
- Pueden pedir perdón al Señor y, como San Pablo, ofrecerle todos sus sufrimientos y sacrificios en expiación por «el ídolo abominable erigido en el Lugar Santo» (Mt 24, 15), cuando se veneró una figura de la Pachamama en los jardines vaticanos e incluso en la Basílica de San Pedro, transgrediendo así públicamente el primer mandamiento de Dios. Aunque se hayan llevado a cabo iniciativas privadas para reparar, este acto no se ha expiado a nivel oficial hasta la fecha, por lo que sigue cerniéndose como una sombra sobre estos lugares santos.
- Pueden hacer reparación por la confusión causada por las afirmaciones de que todas las religiones conducen a Dios, que engañaron a tantos católicos y no católicos, que deberían escuchar de boca del jefe de la Iglesia católica el auténtico Evangelio. También debemos contrarrestar estas afirmaciones con nuestro testimonio inequívoco de que Jesús es el único Redentor de la humanidad y de que la Iglesia católica fue fundada por Él y a ella se le confió la plenitud de la verdad. Además, es importante pedir perdón al Señor porque el mandato misionero que Él encomendó a la Iglesia no se está cumpliendo, lo que acarrea mucho sufrimiento y oscuridad para el mundo y la Iglesia.
Si ponemos en práctica en este contexto el concepto de la expiación y cooperamos con nuestro aporte, entonces ya estamos ayudando activamente a debilitar a los poderes de las tinieblas que, después de haber engañado a los hombres, querrán acusarlos ante Dios. Apelando al sacrificio de Jesús y a la oración que Él mismo hizo por la Iglesia y participando con nuestra cooperación, podemos interceder por ella para que el Señor la libere de la influencia anticristiana y atenúe las consecuencias de la confusión, de modo que vuelva a brillar como Esposa fiel de Cristo.