Luz en la oscuridad

Meditaciones sobre el Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo, ilumínanos, pues Tú eres la luz que esclarece nuestra oscuridad. Aparta de nosotros toda ceguera espiritual, para que podamos reconocerte mejor y sepamos percibir la realidad a tu luz. Y es que hay una gran diferencia entre ver la realidad simplemente en su dimensión natural, o saber reconocer tu obra en todo.

¿Sabes, Espíritu Santo? En realidad, entendemos muy poco…

Para nosotros, la vida se compone de distintas impresiones, con las que tratamos de construir una imagen coherente de la realidad. A veces descubrimos algo como un “hilo interior”, y en fe sabemos que éste realmente existe. Pero fácilmente perdemos este hilo a lo largo del día, cuando estamos ocupados en diversos quehaceres y éstos nos absorben demasiado.

¿Cómo podemos entonces, oh Espíritu Santo, permanecer en contacto contigo y percibirte aún mejor en nuestra vida?

La oración será una gran ayuda: el hablar contigo y, aún más, el escucharte. Quizá no estemos acostumbrados a dirigirnos a ti, sino que solemos hablar más bien con Jesús, con el Padre Celestial o con nuestra Madre María.

Entonces, es necesario que primero te conozcamos mejor, que te veamos realmente como una Persona, como un “Tú” al que podemos dirigirnos. Porque Tú no eres simplemente una fuerza impersonal que actúa en el Cosmos, ni tampoco has de ser para siempre el “Gran Desconocido” para los cristianos.

Lo mejor será que sencillamente empecemos a hablar contigo y te pidamos poder conocerte mejor. Tú sabrás llegar a nosotros y esparcirás discretamente tu luz en nuestra alma. Pero, sobre todo, quieres que conozcamos mejor nuestra fe, y que sepamos percibir la sutil guía de Dios en nuestra vida.

Pero francamente, Amado Espíritu Santo, tenemos que reconocer que muchas veces somos tan indiferentes y nos cuesta tanto escuchar. Las muchas impresiones que nos bombardean nos confunden, y las incontables voces que nos susurran hacen que sea difícil escucharte atentamente y percibir sutilmente tu presencia.

Por eso Tú nos invitas al silencio y quieres que vayamos a nuestro interior, para que nuestro corazón sea capaz de recibirte. Quizá Tú, Espíritu Santo, nos llamas a permanecer en silencio ante el Santísimo Sacramento, acogiendo la invitación de Jesús a estar junto a Él. En un mundo en que todo se mueve tan rápidamente, esto nos ayudará a saber detenernos. Ciertamente también eres Tú quien nos atrae a recibir los sacramentos y a leer la Sagrada Escritura, pues a través de ella nos hablas directamente.

Cuando nos hayamos vuelto más receptivos a ti a través de la oración, el silencio y la Palabra de Dios, sabremos descubrir tu voz y percibiremos cómo nos hablas al corazón, cómo nos recuerdas la Palabra del Señor, cómo nos diriges al bien… Así, comenzaremos a mirarlo todo cada vez más desde tu perspectiva. Empezarán a caer de nuestros ojos las escamas que nos ciegan; nuestros oídos se abrirán y nuestra boca aprenderá a ponderar mejor sus palabras, conformándolas contigo.

Entonces se intensifica el contacto contigo. Empezamos a pedirte consejo con más frecuencia en las situaciones concretas y a invocar tu auxilio y asistencia. ¡Ojalá tampoco nos olvidemos de agradecerte cuando nos hayas ayudado!

Tu fuerza está en tu suavidad; Tú no te impones pero estás siempre presente, y tu luz disipa nuestra ceguera y nos ilumina.

Tú, Espíritu Santo, estás ya ahí, esperando… ¡Nosotros hemos de ponernos en camino para acudir a tu encuentro y comprenderte cada vez mejor!