Mt 18,1-5.10 (Lectura de la memoria de los Santos Ángeles Custodios)
En aquel tiempo, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?” Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos tres y dijo: “En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños, porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.”
Los niños y los ángeles… ¡qué buena combinación hacen! Pensemos, por ejemplo, en los niños pequeños, que viven aún con total confianza y precisamente por eso son puestos por el Señor como ejemplo para los adultos. En sus preguntas y en sus respuestas, irradian una sinceridad, una inocencia y una pureza del alma que puede cautivar a las personas.
Aunque los niños también han quedado afectados por el pecado original, hasta una cierta edad todavía no llevan el peso de los pecados personales, que opacan la expresión del ser; y así están totalmente abiertos frente a Dios y frente a la vida. Mientras los niños no hayan sido contaminados, no conocen aquel falso orgullo ni la cerrazón del corazón, no conocen máscaras, ni fingimientos, ni aquella actitud premeditada que calcula según lo que a uno más le convenga. Por ello, irradian una cierta integridad en su persona.
Todas estas cualidades de los niños, que nos ofrecen un tenue recuerdo de la inocencia paradisíaca, hacen que el Señor nos los presente como ejemplo para nuestro camino espiritual. En el Reino de los Cielos será grande aquel que haya servido a Dios con la confianza de un niño, el que haya cumplido su tarea con la actitud humilde de un niño, el que, por causa de Jesús, haya prestado ayuda y no haya despreciado a los pequeños necesitados de protección o a otros semejantes…
Y, ¿qué diremos acerca de los ángeles, que contemplan continuamente el rostro del Padre?
Algo que tienen en común con los niños es la apertura y confianza hacia Dios. Habiendo triunfado en la prueba de obediencia, su vida con Dios y en Dios está a salvo, y ya no están sometidos a más tentaciones. En esto, su condición se distingue de la de los niños, puesto que estos últimos aún tendrán que atravesar la prueba.
Los ángeles, que sirven a Dios con un amor ardiente, también nos ayudan de muchas maneras a nosotros, los hombres. Una de las jerarquías angélicas está de forma especial a nuestro servicio: son los ángeles custodios. Ellos velan sobre nuestros caminos, y sin duda muchísimas veces nos han ayudado sin que lo hayamos notado. Ellos nos acompañan y quieren preservarnos tanto de los peligros para el cuerpo como de los peligros para el alma. Quizá para nosotros es más fácil percatarnos de su ayuda en el plano corporal que percibir sus advertencias en el plano espiritual. Tal vez pensamos que estas últimas proceden de nuestros sentimientos o de nuestra conciencia, que nos previene. Pero podemos estar seguros de que nuestro ángel custodio siempre busca la forma de hablarnos.
¿Cómo podemos establecer una comunión más cercana con los ángeles? Y, ¿para qué nos sirve esta relación con ellos? Algunos dirán que no es necesaria, pues tenemos acceso directo al Señor mismo.
Los ángeles son nuestros amigos, que viven contemplando a Dios cara a cara. Ellos nos comunican la presencia de Dios, porque son tanto nuestros amigos como también los mensajeros enviados por Él. En nuestra vida humana también conocemos realidades similares. Supongamos, por ejemplo, que hemos sido invitados por una persona de alto rango a una reunión. Normalmente tendremos que pasar por diversas instancias, antes de encontrarnos cara a cara con dicha persona. En este camino, las personas que actúan en nombre de ella nos ayudan. Así, en sus colaboradores podemos, en cierta forma, encontrarnos ya con la persona en cuestión.
Del mismo modo, el Señor tiene a su servicio a los santos ángeles (y también seres humanos), para que su Voluntad se cumpla.