Si el don de entendimiento nos permite penetrar en los misterios divinos, el don de sabiduría nos concede un “delicioso” conocimiento de Dios:
“¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!” –exclama el salmista (Sal 34,9). Primero nos invita a gustar, y sólo después a ver.
El don de sabiduría nos concede una experiencia del corazón, nos permite echar una mirada al amor de Dios a través del corazón. Por eso decimos que es un “degustar espiritual” del amor divino.
Entre Dios y nosotros surge una cierta familiaridad interior, algo como una comprensión intuitiva que se da con el corazón, porque dice la Escritura: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17). Gracias a esta familiaridad interior con Dios, el conocimiento de sus misterios adquiere un calor especial, así como un rayo de sol que calienta a la vez que ilumina.
La experiencia que se vive cuando empieza a obrar el actuar de sabiduría conmueve intensamente a la voluntad, arrastra al alma hacia Dios e ilumina el entendimiento como una lumbrera. El alma contempla la majestad de Dios y exclama deleitada e inflamada de amor:
“¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia hay en Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento del Señor?; ¿quién fue su consejero?; ¿quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque todas las cosas provienen de él, y son por él y para él. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.” (Rom 11,33-36)
Cuanto más ame a Dios, tanto más actuará en el alma el don de sabiduría. Y al mismo tiempo, el “gusto” interior del Señor que confiere este don, hará crecer el amor. Y si crece el amor, también nos unificaremos más con Él, de manera que nos vamos acercando a la meta de nuestra vida espiritual.
Todo esto incide directamente en la oración. El alma se siente atraída por Dios, unida a Él… No lo saborea a través de los sentidos; sino de forma espiritual, con la mayor intimidad posible en nuestra vida terrenal. Está tan inflamada por el amor que en todo descubre a Dios. Y esto no cuenta solamente para los momentos de oración; sino también para la vida diaria.
Después de estas experiencias interiores, el alma ve todos sus quehaceres a la luz de Dios, y así el don de sabiduría se hace presente también en las circunstancias ordinarias de la vida.
Como sabemos, los dones del Espíritu son un regalo de Dios, que no podemos adquirir con nuestra sola voluntad. ¡Pero sí podemos prepararles el terreno! Para permitir que el don de sabiduría se haga eficaz en nosotros, debemos esforzarnos día a día por crecer en el amor.
Es necesario recorrer el camino de seguimiento de Cristo olvidados de nosotros mismos, y luchar por la virtud de la humildad, pues esta sabiduría divina permanece oculta para los sabios y entendidos de este mundo; pero se revela a los sencillos:
“En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien’.” (Lc 10,21)
Si habíamos relacionado el don de inteligencia con el coro de los querubines, podríamos comparar el don de sabiduría con los santos serafines, que quizá han recibido de Dios la tarea de transmitirnos esta sabiduría. En efecto, a ellos se los conoce como los ardientes ángeles de la adoración de Dios.