“El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.” (1Cor 2,10)
Mientras que el don de ciencia nos ayuda a sustraernos de la atracción de las criaturas, reconociendo en una mirada interior su nada (en cuanto que fueron creadas de la nada), y nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios con la luz del Espíritu Santo mismo.
Nuestro entendimiento no es capaz de penetrar en los misterios divinos con la sola ayuda de la fe, aunque nos aferremos a las verdades reveladas. Y es que la fe es, por un lado, una gran luz; pero, por otro lado, es todavía oscura. Es una luz en cuanto que nos transmite la verdad sobre Dios y sobre todo lo que necesitamos para el camino de seguimiento de Cristo. Pero ella no nos permite penetrar en el misterio de Dios mismo, ni comprender su Ser desde dentro. El conocimiento de Dios permanece, de alguna manera, a oscuras. San Pablo dirige nuestra mirada a la eternidad, donde veremos a Dios cara a cara:
“Ahora vemos como en un espejo, de forma borrosa; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré tal como soy conocido.” (1Cor 13,12)
El don de inteligencia nos permite, en cierta forma, penetrar en la oscuridad en que nos encontramos. Es una comprensión contemplativa, como si nos permitiera leer desde dentro los misterios de Dios, desgarrando así el velo de las ideas y conceptos humanos. Gracias al don de inteligencia, podemos vislumbrar la sustancia de los misterios divinos. Así, no sólo creemos por fe que Dios es Uno y Trino; sino que podemos captar a la Santísima Trinidad como una realidad absoluta y como la más clara revelación de la perfección de Dios. De este modo, el don de inteligencia atraviesa la oscuridad, al menos parcialmente, y nos hace partícipes del conocimiento de los misterios divinos. ¡Esto sólo puede ser obra del Espíritu Santo!
“Como dice la Escritura: ‘Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó; lo que Dios preparó para los que lo aman.’ Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué persona conoce lo íntimo de la persona, sino el espíritu de la persona, que está en ella? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.” (1Cor 2,9-11).
A través del don de inteligencia, podemos comprender más profundamente la Sagrada Escritura, sus mandamientos y sus consejos. Nuestra oración se vuelve más sencilla y contemplativa; al alma le resulta más fácil permanecer simplemente en presencia del Señor y su mirada se fija sencillamente en la verdad. Podemos percibir con más claridad la presencia de Dios y aprendemos a conocerlo desde dentro.
Puesto que Dios nos ha infundido este don en el bautismo, normalmente hará que se despliegue a su debido tiempo. Podemos pedir el espíritu de inteligencia, pero no podremos obtenerlo con nuestra propia voluntad. Sin embargo, si recorremos con esmero nuestro camino de seguimiento y nos esforzamos por crecer en el amor, el Señor no nos privará de poderlo conocer y comprender más profundamente.
Tal vez pueda sernos útil relacionar el don de inteligencia con el coro angélico de los querubines, a quienes se los considera como los ángeles del conocimiento divino. No se puede descartar que Dios les haya encomendado a ellos la tarea de “personificar” el espíritu de inteligencia, por así decir, para que nos transmitan a nosotros su conocimiento de Dios, esta visión interior suya, que ciertamente les ha sido concedida a ellos en mayor abundancia.