Mt 5,1-12
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Después de las intensas meditaciones de las últimas semanas, con las cuales quisimos honrar al Espíritu Santo y conocerlo un poco mejor, volvamos ahora a nuestras habituales meditaciones de los textos bíblicos. También aquí se requiere de la luz del Espíritu Santo, para que de la Palabra de Dios recibamos mucha sabiduría y bendición. A todos quienes escuchan a diario estas meditaciones, les pido que presenten a Dios una oración por nosotros, para que este servicio a Su Palabra produzca abundante fruto.
Las palabras del Sermón del Monte que hoy hemos escuchado, de las cuales cada frase merecería una propia reflexión, son en cualquier época un estándar en el cual podemos orientar nuestra vida espiritual. No son simples reflexiones, que respiran una belleza espiritual y deleitan el espíritu y el corazón; sino que constituyen una invitación a ponerlas en práctica en nuestra vida.
Centrémonos hoy en la última de las bienaventuranzas: “Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.”
Si el rechazo y la persecución hacia aquellos que siguen al Señor han de ser bien recompensados, entonces deben haber sido padecidos realmente por Su causa. No se trata, pues, de un rechazo que suframos a causa de nuestro mal carácter o de nuestras malas acciones; sino por el simple hecho de pertenecerle al Señor y porque Su vida se refleja en nosotros.
Ya en el prólogo de San Juan se nos indica por qué vienen persecuciones y rechazo en el seguimiento del Señor
“La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.” (Jn 1,5.9-10)
Nosotros, los fieles, hemos de tener bien en claro que, si nos aferramos a la verdad de nuestra fe, pueden sobrevenirnos persecuciones a causa de esta fe. Su intensidad podrá variar en las diversas partes del mundo. Cuanto más consecuentemente nos mantengamos firmes en el mensaje del evangelio, tanto más resplandecerá la luz de Dios a través de nuestra vida. Por eso, aunque el rechazo o el insulto se dirijan contra nuestra persona, en el fondo el ataque es un rechazo a la luz de Dios. Las tinieblas no sólo rechazan la luz; sino que procuran cubrirla, y así fácilmente puede inflamarse una enemistad contra la persona portadora de la luz.
Ésta es una cruz pesada, porque a nosotros, los hombres, normalmente nos gusta vivir en paz y armonía con las otras personas. Y también es lo que deberíamos hacer, mientras que sea posible y correcto. Pero debemos prepararnos también para dolorosas separaciones que quizá tengamos que afrontar, si nos lo exige la fidelidad a Dios. El amor a una creatura nunca puede ocupar un lugar más alto que el amor a Dios. Y esto, como sabemos, aplica incluso para los más estrechos vínculos familiares:
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.” (Mt 10,37)
¡El evangelio no nos oculta las cosas! Las palabras del Señor no pueden ser suavizadas ni adaptadas al sentir de este tiempo. Nuestra orientación no está en lo “políticamente correcto”, sino en la Palabra del Señor, que permanece inmutable. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).
El Señor nos dio a entender claramente que podrán sobrevenirnos persecuciones, y que incluso son, de alguna manera, inevitables, cuando las personas no acogen la luz. Pero, al mismo tiempo, Jesús ofrece un consuelo, señalando la recompensa celestial que les aguarda a los perseguidos. Aquellos que permanecen fieles en la persecución, le demuestran al Señor una especial fidelidad y se asemejan a Él. Ésta es la causa de la alegría que en este contexto Jesús menciona: “¡Alegraos y regocijaos!”
En estos días, cuando el espíritu del mundo actúa más y más en nuestra Iglesia, confundiendo a muchos pastores y fieles, la fidelidad al Señor, a Su Palabra y a la auténtica doctrina será una significativa muestra de nuestro amor a Dios. También hemos de estar dispuestos a sufrir desventajas por causa de la verdad. Jesús no nos prometió un paraíso en este mundo; sino la recompensa celestial. Mantengámonos fieles a nuestra fe católica y encomendémonos particularmente a la Virgen María, para que recibamos el espíritu de fortaleza y no nos apartemos de la fe. Si por esto tuviésemos que sufrir persecución, podrían aplicársenos las palabras del Señor:
“Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.”
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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