Las lecturas de los últimos días nos presentaron impresionantes ejemplos de fe, fidelidad y fortaleza. Por ello, he decidido dedicar la meditación de hoy y de los próximos días a la virtud cardinal de la fortaleza. En estos tiempos de confusión, resulta particularmente importante aspirar y practicar esta virtud, para poder resistir a las diversas tentaciones que se nos ofrecen. Tomemos como modelo a aquellas personas que conocimos en las lecturas de los últimos días, que nos mostraron que la obediencia y la fidelidad a Dios están por encima de todos los valores terrenales y que, con la ayuda de Dios, incluso es posible vencer el miedo.
La fortaleza no significa ausencia de miedo. No es, entonces, ese ideal de valentía que nos transmiten las historias de los héroes, que no le temen a nada ni a nadie. También una persona miedosa puede, por la gracia, llegar a ser fuerte y valiente, porque es Dios quien la hace capaz de ello. Pero ella, por su parte, tendrá que ejercitarse en esta virtud e irla adquiriendo. No es que podamos simplemente evitar que nos invada ese miedo que aparece sin que lo busquemos, pero lo que sí podemos hacer son actos concretos, para que no nos paralice, impidiéndonos hacer lo que nos ha sido encomendado.
Tales actos realmente debemos hacerlos, porque así nos iremos entrenando en la virtud de la fortaleza. Tampoco debemos “negociar” con el miedo; sino que, con la gracia de Dios, hemos de vencerlo, aunque sea con el corazón latiendo a mil y las manos bañadas en sudor.
Es por eso que tampoco debemos siempre evadir las dificultades y huir de ellas. La virtud de la prudencia se encargará de enseñarnos cuándo conviene encarar la batalla y cuándo es mejor afrontar la situación de otra manera. ¡Pero no debe ser el miedo el que lo decida! Aquí viene a nuestra ayuda la fortaleza, que llega a ser una actitud básica de nuestra vida, animándonos a vencer en el Señor todo lo que nos sobrevenga y a hacer aquello que a Dios le agrada, aunque implique esfuerzos y fatigas.
Y es que la persona verdaderamente valiente no sufre por sufrir, ni para alcanzar metas egoístas, ni para obtener bienes efímeros; sino que su motivación es más elevada. Esto debe tenerse presente para comprender la virtud de la fortaleza y no confundirla con una mera audacia. Por causa de una motivación más alta, la persona valiente está dispuesta a aceptar el sufrimiento y las contrariedades que podrían sobrevenirle, permaneciendo firme. En los ejemplos de los últimos días, esta motivación era la más alta: la obediencia a la Voluntad de Dios.
Hoy, en un mundo cada vez más hostil a la fe, hace falta que seamos fuertes y valientes, como nos da a entender este extracto tomado de una conferencia del Dr. Joseph Schuhmacher sobre “Las virtudes cardinales y su importancia en la vida cristiana”:
“El Evangelio –el mensaje de la Iglesia– necesariamente se opone a los mensajes de este mundo. Jesús declara: ‘Os envío como ovejas en medio de lobos’ (Mt 10,16). Él mismo es entregado a la muerte por los gobernantes de este mundo. La oposición entre el Evangelio y el mundo es tan propia de su naturaleza, que deberíamos cuestionarnos si el mundo en su conjunto aprueba este mensaje. Si la Iglesia le dice al mundo lo que éste de todas formas ya sabe y piensa, entonces le irá bien y estará segura. Pero, ¿cómo podrá entonces resistir ante Dios? La virtud de la fortaleza se ha vuelto escasa en la Iglesia, a causa del debilitamiento de la fe. En vista de la resistencia del mundo al bien, al Evangelio y al mensaje de la Iglesia, la confrontación es un elemento esencial en la vida del cristiano. En esta confrontación, necesita la virtud de la fortaleza. Adaptarse al mundo es traicionar la causa de Dios. No se puede servir a Dios y al dinero (cf. Lc 16,13). Pablo exhorta a los fieles de la comunidad de Roma con estas palabras, que se dirigen también a nosotros: ‘No os amoldéis a este mundo’ (Rom 12,2). Hemos de combatir el mal en nosotros y a nuestro alrededor, para que lleguemos a ser lo que Dios quiere que seamos. Quien ponga todo en juego, lo ganará todo.”
Este tema es siempre actual y mañana lo retomaremos. Por hoy, quedémonos con lo siguiente: se necesita fortaleza para permanecer fieles al Evangelio día tras día y para afrontar los combates que nos corresponde librar. Cuanto más practiquemos la virtud de la fortaleza, tanto más podrá formarnos el Señor, para que no sólo comamos de su mesa, sino que también carguemos la cruz que está en nuestro camino.