Durante los próximos días, saldremos del marco acostumbrado de las meditaciones para desarrollar un tema espiritual que ciertamente será provechoso para quienes quieren seguir al Señor. Como ciertamente ya habrán notado quienes llevan algún tiempo escuchando estas meditaciones diarias, para mí –el Hno. Elías– es muy importante la formación espiritual de las personas. Me interesa mucho que las personas, tras haber tenido un encuentro con el Señor, puedan recorrer seriamente el camino de seguimiento de Cristo. Se trata del camino de la santidad, al que todos estamos llamados. No sólo será importante para la fecundidad de nuestra propia vida, sino para la de toda la Iglesia, cuya misión es llevar el Evangelio a todos los pueblos.
En el mes de octubre celebramos a dos santas de la Orden del Carmelo que recorrieron de forma especial y consciente el así llamado “camino interior”, ambas de nombre “Teresa”: Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita del Niño Jesús. En sus escritos, Santa Teresa de Ávila enfatiza que todas las experiencias místicas deben estar en conformidad con la doctrina de la Iglesia para ser auténticas. Este es un criterio importante para recorrer un camino interior sano, y también me regiré conforme a él en estas meditaciones sobre la vida espiritual.
Para aquellos que durante estos días quieran seguir escuchando la meditación sobre la lectura o el evangelio del día, colocaremos siempre al inicio el enlace donde pueden encontrarla:
Primera lectura (Gal 1,13-24): http://es.elijamission.net/verdadero-y-falso-celo/
Evangelio (Lc 10,38-42): http://es.elijamission.net/el-primado-de-la-contemplacion-2/
El fundamento para la vida espiritual
El camino espiritual, que también podríamos definir como “crecimiento en el amor”, suele dividirse en tres “vías” en la teología mística clásica: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. Éstas son accesibles para toda persona que realmente quiere seguir el llamado de Dios. El Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo, lleva a cabo su obra en nuestro corazón para transformarlo a imagen de Cristo. El hombre que ha vuelto a nacer “del agua y del Espíritu” (Jn 3,5) se va modelando bajo su suave influjo y se vuelve capaz de acoger cada vez más el amor de Dios en su interior, viviendo en él y obrando en él. En pocas palabras, se convierte en una persona llena de verdadero amor.
Para recorrer y perseverar en este camino de seguimiento de Cristo, es importante, en primera instancia, cimentarlo sobre un fundamento seguro y estable; un fundamento que siempre permanece. En efecto, el discípulo del Señor, que ha aceptado su invitación de seguirlo, no ha quedado automáticamente exento de las debilidades de su naturaleza humana y sigue necesitando el auxilio constante de Dios. Debe cuidarse de no extraviarse ni sufrir daño en este camino. Para ello, es un gran regalo poder contar con un guía que tenga experiencia a nivel espiritual y que pueda darnos buen consejo. En caso de no hallar un acompañante tal (lamentablemente muchas veces sucede así), seguimos contando con las múltiples ayudas que ofrece la Iglesia para el camino de seguimiento, para robustecer e instruir al discípulo. En el seno de la Iglesia han surgido muchos maestros espirituales, iluminados por el Espíritu Santo, que nos instruyen en el camino de seguimiento de Cristo.
El fundamento seguro y sólido sobre el que hemos de edificar nuestra vida espiritual, de manera que podamos emprender con gran confianza y alegría el camino en pos del Señor, es el amor de nuestro Padre Celestial.
Si al inicio, en nuestra conversión, hemos tenido el encuentro decisivo con la misericordia y el amor paternal de Dios, lo conoceremos a lo largo del camino espiritual también en su dimensión formativa, porque, como buen Padre, querrá educar a sus hijos.
Una vez que hemos puesto nuestra confianza en Dios y vivimos en la creciente certeza de su amor, Dios empezará su gran obra de transformación en nuestro interior. Ya no se tratará sólo de experimentar la alegría de la fe que hemos hallado, sino de cooperar con el Espíritu Santo para que Él pueda llevar a cabo esta transformación. Dios quiere volver a modelarnos según su imagen, que ha sido herida y a menudo incluso distorsionada por el pecado. En su Hijo Jesucristo, el Padre nos presenta la verdadera imagen del hombre: “He aquí el hombre” (Jn 19,5b). Por Cristo, con Él y en Él hemos sido llamados al camino de la santidad. Y Jesús, exhortándonos a “ser perfectos como el Padre Celestial” (Mt 5,48), nos invita a este camino de santidad.