Como había mencionado un par de días atrás, quisiera dedicar de vez en cuando las meditaciones diarias a compartir con ustedes la vida y la misión de algunos santos. Esto no sólo es interesante desde el punto de vista histórico; sino que cada santo o santa es un rayo de sol de Dios, o una estrella en el cielo de la Iglesia. Mientras que las así llamadas “estrellas” de este mundo van y vienen, los santos son lumbreras cuyo resplandor no decrece, pues en ellos Dios realizó su obra. Los santos son personas que intentaron de todo corazón cumplir la Voluntad de Dios.
Como sabemos, los santos forman parte de la Iglesia triunfante. Entonces, ellos son nuestros hermanos, que han llegado ya a su plenitud y están junto a Dios. Lógicamente son también modelos para nosotros, aunque hay que tener bien presente que cada santo cumplió con la misión que Dios le había confiado específicamente a él. Estamos llamados a imitar su entrega a Dios y sus virtudes, poniéndolas en práctica en el marco de la misión que a nosotros se nos ha confiado en este mundo.
Pero los santos no sólo están para servirnos como ejemplo. Si nosotros, que somos tan débiles, estamos dispuestos a ayudar a otras personas en su camino con Dios, ¡cuánto más lo harán nuestros hermanos en el cielo! Ellos están siempre prestos a ofrecernos su ayuda y quieren vivir en una amistad espiritual con nosotros.
Uno de sus grandes deseos es que nosotros cumplamos con la misión que se nos ha encomendado, para la gloria de Dios, para la salvación de los hombres y nuestra propia salvación. Junto con los santos ángeles, ellos son los mejores compañeros que pudiésemos imaginar, exceptuando por supuesto a la Virgen María, que tiene una misión única en relación con la humanidad entera. En la plenitud de Dios, los santos no tienen ni la más mínima mancha y sus intenciones son totalmente puras. Vivir en amistad con ellos significa contar con amigos confiables que están de nuestra parte y nunca nos abandonarán.
Pero hay otro aspecto más que hemos de tener en cuenta en cuanto a los santos. Santa Teresita de Lisieux -que, por cierto, era una gran devota de la santa sobre la que queremos hablar los siguientes días- nos dejó escrito que, aún después de su muerte, ella continuaría desde el cielo con su misión en este mundo. También las auténticas apariciones de la Virgen son prueba de que, desde el cielo, Ella continúa con la misión que Dios le había confiado. Entonces, podemos preguntar de qué manera prosigue la misión de cada santo en particular, ahora que está ya junto a Dios en la eternidad, después de haberle servido durante su vida terrena.
Hoy quisiera comenzar a presentar a una santa a la que tengo especial afecto; una santa cuya misión conmovió a muchas personas en su tiempo y sigue moviendo a muchos hoy en día. ¡Es Santa Juana de Arco! Espero que en el transcurso de las próximas meditaciones la conozcamos un poco mejor y aprendamos a quererla. Santa Juana ha llegado a ser una amiga inestimable para mí, y el amor de una persona tan pura como ella es de lo más hermoso que se pueda experimentar, porque refleja el amor de Dios mismo.
Ciertamente podemos aplicarle a Juana de Arco aquellas palabras de San Pablo: “Ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte.” (1Cor 1,27)
Empecemos echando un vistazo a su historia, que está muy bien documentada, de manera que podemos recurrir a muchas fuentes auténticas.
Juana, nacida el 6 de enero de 1421, creció en la pequeña aldea de Domremy en Francia, junto a sus padres Jacques e Isabelle d´Arc y sus hermanos. De acuerdo al testimonio de los aldeanos, Juana era una niña piadosa con un gran corazón para los pobres. Ella misma no sabía leer ni escribir.
Cuando tenía 13 años, se le apareció en el jardín de su casa el Arcángel San Miguel, Patrono de Francia. A partir de entonces, su formación espiritual y la preparación para su misión fue asumida por los “santos del paraíso”, como ella los llamaba. En particular se trataba de dos mártires: Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita, que empiezan un diálogo frecuente, casi constante con Juana.
Juana no hablaba con nadie acerca de estas experiencias sobrenaturales, ni siquiera con el clérigo de la aldea. Si ya antes ella solía acercarse a Dios en profunda oración, esto se intensificó aún más después de aquella experiencia. Ya a su corta edad fue conducida a un camino de gran perfección. Según sus propias declaraciones, cuanto más se acercaba a sus 17 años, tanto más urgentes eran las indicaciones de las “santas del Paraíso” sobre una misión que ella tendría que realizar.
El contexto histórico era el siguiente:
En ese tiempo, Francia estaba en gran parte bajo ocupación inglesa. Los borgoñones -una región de Francia- se habían aliado con los ingleses. Sólo quedaba una pequeña parte del país bajo el gobierno del legítimo heredero al Trono, el Dauphin Carlos VII. Los ejércitos franceses habían sufrido graves derrotas contra los ingleses, que estaban mejor equipados y armados, por lo que los soldados estaban desmoralizados. Se corría el riesgo de que toda Francia cayese bajo dominio inglés. En medio de esta situación, Dios suscita a Santa Juana, para liberar a su pueblo de la ocupación extranjera.
Cuando tenía 17 años partió de su hogar. Sabía que debía conducir al legítimo heredero a Reims, para su coronación como rey. Sabía también que era necesario ahuyentar a los ingleses del país. ¡Ciertamente estaba consciente de lo extraordinario de aquel encargo del cielo! Pero Juana estaba dispuesta a cumplir la Voluntad de Dios bajo cualquier circunstancia. Posteriormente ella declaró que hubiera seguido este llamado aunque hubiese tenido cien padres y cien madres
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net