La luz vino al mundo

Jn 3,14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Del mismo modo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado, pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que nadie censure sus obras. Pero el que obra la verdad, se acerca a la luz, para que quede de manifiesto que actúa como Dios quiere.”

¡Qué palabras tan claras de nuestro Señor, para hacernos ver a nosotros y al mundo que no hay Redención sin la fe en Él; sino que el hombre se pierde si no cree! Ciertamente se refiere al caso de que el hombre rechace conscientemente la fe y, por tanto, también al Hijo de Dios, y no se convierta a Él. Todos los intentos de reinterpretarlo en otro sentido están condenados al fracaso, y quedan invalidados por la misma Palabra de Dios.

Es necesario pronunciar esta verdad con absoluta claridad, porque parece difundirse cada vez más la visión de que daría igual a qué religión se pertenece y que lo que importa sería hacer el bien. Si fuese así el Señor nos lo habría dado a entender, y en ese caso, Él únicamente habría venido al mundo para ayudarnos a hacer el bien.

Sin embargo, el evangelio de hoy, así como también otros pasajes inequívocos del Nuevo Testamento (cf. p.ej. Fil 2,9-11), atestiguan que no es así. Lo mismo sucede con la auténtica profesión de fe de la Iglesia y el testimonio de tantos mártires, sea una Santa Inés, una Santa Águeda, un Pablo Miki y sus compañeros, entre muchos otros…

Si recalco este punto es porque en un horizonte oscuro parece vislumbrarse una especie de gobierno mundial, en cuyo plan podría estar implicada la creación de una religión mundial sincretista, que le serviría de soporte, o este gobierno defendería la visión de que todas las religiones conducen de igual manera a Dios. Si sucedería así, nosotros, los católicos, nos veríamos confrontados a una decisión. Lamentablemente no podemos exluir que una parte de nuestra Iglesia –quizá incluso la mayoría– se adheriría a una visión tal.

Sin embargo, en el seguimiento de Cristo debemos permanecer firmes en la verdad que hemos reconocido, y jamás negar a Nuestro Señor. ¡Él es el Redentor de la humanidad, que debe ser dado a conocer a todos los hombres, sin excepción alguna, para que se salven y lleguen a conocer el amor de nuestro Padre Celestial a plenitud!

Se trata de anunciar el amor de nuestro Padre, que se manifestó de forma especial en la Venida de Su Hijo al mundo: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” ¡Este mensaje es válido en todos los tiempos!

Entonces, el Reino de Dios se edifica a través de aquellas personas que acogen la fe en Jesús, y así viven en comunión con Dios y entre sí. Esto no puede darse a nivel meramente humano, sino que es, ante todo, una obra del Espíritu Santo, quien actúa junto a los mensajeros del evangelio para despertar en los hombres la fe en Jesucristo. Aquellas personas que no conocen la fe cristiana y han crecido en otra religión no están, de ningún modo, excluidas del amor de Dios. ¡Al contrario! Él las ama, las busca incansablemente y se dirige a ellas, para revelarles a Su Hijo y conducirlas a Su Reino. Por eso, el encuentro con personas que aún no conocen realmente al Señor, implica siempre, por nuestra parte, el profundo deseo de que sean tocadas por el amor salvífico de Jesús.

Puede haber muchos caminos para ayudarles en ese sentido… También el diálogo es uno de ellos, siempre y cuando se dé en el Espíritu del Señor. Pero nunca pueden caer en el olvido estas palabras del Señor: “El que cree en él [el Hijo de Dios] no es juzgado, pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.”

Tampoco en aras de convivir en paz y armonía con las personas de otras religiones, pretendiendo alcanzar algo supuestamente mayor, puede permitirse que Jesús sea colocado al mismo nivel que los fundadores de las otras religiones. ¡Esto es una ilusión, que induce al error!

¿En qué consiste el “ser juzgado” por no haber creído “en el nombre del Hijo unigénito de Dios”? Ciertamente se refiere aquí a aquellas personas que hubieran podido seguir al Señor, pero no lo hicieron. En consecuencia, les hace falta el conocimiento más profundo de Jesús y, a través de Él, del amor del Padre. Entonces, estos hombres tienen que vivir sin la gracia que nos es dada en Jesús, la cual incluye el perdón de las culpas. Una y otra vez llegarán puntos en su vida donde carezcan de luz para su situación, y estarán en peligro de escuchar a otros que no han sido enviados por Dios…

Con mayor razón, tenemos el santo deber de dar testimonio del Señor, convirtiéndonos así en mensajeros del amor de nuestro Padre Celestial.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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