La humildad: madre de las virtudes

Eclo 3, 17-18.20.28-29

Hijo, actúa con modestia en todo lo que hagas, y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y alcanzarás el favor del Señor. Porque grande es el poder del Señor, pero son los humildes quienes le glorifican. La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces. El hombre prudente medita los proverbios, un oído atento es el anhelo del sabio.

La humildad es la base de toda verdadera virtud. Es por eso que es enormemente valiosa, porque a través de ella obra en nosotros la grandeza de Dios; mientras que el orgullo la menoscaba y se centra en la supuesta grandeza y singularidad propia.

Una excelente manera de alcanzar la humildad -que, por cierto, no tiene nada que ver con un falso servilismo- es la modestia. Se trata de hacer aquello que se nos ha encomendado sin atraer la atención y sin resaltarlo…

Hay una falsa auto-contemplación, cuando uno relaciona todo lo que hace consigo mismo y se mira constantemente a sí. Y esta auto-contemplación está alejada de la modestia. Lo mismo sucede cuando, en nuestro actuar, nos fijamos en las personas y buscamos su reconocimiento. Entonces estamos olvidando que somos simples obreros en la mies del Señor; trabajadores que cumplen con el encargo que les ha sido confiado.

Pensemos, por ejemplo, en una madre. Ella brinda todo su servicio simplemente por amor a su familia. Resultaría extraño si ella constantemente resaltaría todo lo bueno que hace.

Hay una maravillosa frase del Señor, que puede ayudarnos mucho a crecer en verdadera humildad: “De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: ‘No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’.” (Lc 17,10)

Eso es lo que el Señor dice a sus discípulos, y si interiorizamos estas palabras, nos ayudarán a permanecer modestos y sencillos aun cuando realicemos grandes tareas, que podrían generar mucho reconocimiento por parte de las personas.

Todo lo que hagamos, aun si fuese hasta la entrega de nuestra vida, no es más que la respuesta indicada al amor de Dios. Buscar en todo la Voluntad del Señor y cumplirla es lo que nos corresponde como creaturas e hijos Suyos. Si nos encontraríamos con un ángel -uno de aquellos que permaneció fiel a Dios y no consintió a la rebelión de Lucifer-, ciertamente él no destacaría de ninguna manera su propia fidelidad. Antes bien, respondería con toda humildad y amor que simplemente hizo lo que corresponde a la gloria de Dios y a la verdad. Es así como ha de llegar a ser nuestra respuesta y nuestra actitud interior. Si Dios encuentra complacencia en nosotros y día a día hacemos lo que nos corresponde, dejemos en Sus manos el honrarnos. Por nuestra parte, busquemos que a Dios le sea dada la gloria, y nunca se la robemos para atribuírnosla a nosotros mismos.

El orgullo, en cambio, empequeñece a la persona, aunque precisamente quiera mostrarse grande ante los demás. En ese sentido, dice el sabio San Agustín que la humildad nos engrandece, en cuanto que la grandeza de Dios puede obrar en nosotros; la soberbia, en cambio, nos hace pequeños, porque nos consideramos grandes a nosotros mismos.

Existen diversas formas de soberbia. La soberbia satánica es cuando la persona quiere conquistar su grandeza aun atropellando a los demás; muchas veces rechazando a Dios o incluso en una rebelión consciente contra Él.

Pero hay también otras formas de soberbia que son menos agresivas. En ocasiones pueden representar incluso una especie de auto-protección.

Sin embargo, la soberbia es siempre un gran obstáculo, sea del tipo que fuere, porque una raíz mala está plantada en el corazón, y quiere expandirse y envenenarlo todo. La soberbia es capaz de contaminar casi todas las acciones, y es por eso que hay que combatirla y superarla constantemente.

Deberíamos pedirle seriamente al Señor que nos ayude a descubrir nuestra soberbia, porque, como bien dice un refrán árabe, “es más fácil detectar un escarabajo negro sobre una piedra negra en una noche negra, que descubrir la soberbia en el propio corazón.”

También la Sagrada Escritura nos dice: “¿Quién conoce sus propios errores? De las faltas ocultas límpiame”(Sal 19,13).

Dios puede permitirnos reconocer la soberbia en el corazón. Y cuando la percibamos, conscientemente se la llevaremos a Dios y le pediremos humildad. Si vivimos situaciones que nos humillan, éstas serán una gran ayuda para no encerrarnos en nosotros mismos. Por ejemplo, si tenemos la inclinación a creernos superiores a los demás y a saberlo todo mejor, y luego tenemos que darnos cuenta de que nos hemos equivocado.

Estas oportunidades no debemos dejarlas pasar sin sacar provecho espiritual de ellas, porque crecer en la humildad es una enorme gracia…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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