Mt 8,23-27
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba cubierta por las olas. Jesús estaba dormido.
Ellos, acercándose, le despertaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Él replicó: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?”
“¿Quién es éste?” A la luz de la fe, nos resulta fácil responder a esta pregunta: “Este hombre es el Hijo de Dios, por eso tiene autoridad sobre todo lo creado, incluso sobre los vientos y el mar”.
En ese entonces, las personas se encontraban apenas al principio de los acontecimientos relacionados con la Venida del Mesías. Tenían que ir descubriendo y comprendiendo poco a poco quién era este Jesús y qué significado tenía todo lo que hacía. Aunque nosotros contamos ahora con una larga tradición de la fe en Jesús, que se ha solidificado a lo largo de la historia de la Iglesia y ha sido confirmada por una “nube de testigos” (cf. Hb 12,1), sigue siendo necesario interiorizar el misterio del Hijo de Dios y tratar de comprender cada vez mejor sus palabras y sus obras.
En el evangelio de hoy, nos encontramos con el poder de Jesús o, mejor dicho, con la aplicación de su autoridad divina sobre la Creación. En primer lugar, se nos describe el miedo de los discípulos frente a la fuerte tormenta en el mar. Mientras tanto, Jesús dormía. La agitación provocada por la tormenta no lo despertaba, o tal vez Él simplemente no le prestaba atención. Los discípulos, en cambio, estaban sobrecogidos de temor.
Jesús aprovechó la ocasión para darles una lección muy profunda. En lugar de dejarse contagiar por su miedo, les reprendió por su falta de fe. Los discípulos aún no habían comprendido que con la fuerza de la fe se puede vencer situaciones tan amenazadoras como la que estaban viviendo. Se habían dejado intimidar por la potencia de la tormenta, sin ofrecer resistencia al miedo a través de la fe.
Llegados a este punto, podemos pasar a la interpretación figurativa de este pasaje, pues sabemos que la Palabra de Dios no es sólo una narración de sucesos del pasado, sino que es una viva enseñanza para los hombres de todos los tiempos. Puesto que su Palabra permanece siempre vigente, podemos aplicarla en las concretas situaciones de nuestra vida.
El evangelio de hoy nos enseña que no debemos dejarnos arrastrar por las amenazas de nuestra vida ni abandonarnos a su dinámica negativa. Dios está presente aun en medio de las tormentas y en todas las circunstancias de la vida. Aunque la situación del mundo o de la Iglesia, o bien una situación personal y familiar parezca estar fuera de control y no podemos ver ninguna intervención divina, y nos da la impresión de que Dios está “dormido”, nuestra fe debe actualizarse precisamente en estas circunstancias, y sólo con la fuerza que surge de la fe podremos superarlas. Cuanto más grande y firme sea nuestra fe, tanto más pronto Dios intervendrá.
En efecto, la fe no es algo abstracto ni se agota en el conocimiento de los contenidos de la misma. Antes bien, es la aplicación concreta de la certeza de que Dios es el Señor en las distintas circunstancias de la vida; no sólo en el sentido de su Omnipotencia, sino también en la convicción de que Él conduce todo al bien y que no existe ninguna situación que le sea desconocida o de la que no pueda valerse para la salvación de los suyos (cf. Rom 8,28).
Esta certeza nos invita a una confianza profunda en Dios, que nos dará la verdadera seguridad. Por otra parte, Dios mismo ha querido hacernos partícipes de su autoridad. Recordemos que posteriormente los discípulos realizarían grandes signos y milagros en el Nombre del Señor (cf. Mc 16,17-18), y esto hasta hoy sigue sucediendo así.
En la situación que nos relata el evangelio de hoy, Jesús quería que los discípulos afrontaran por medio de la fe la amenazadora tormenta. Y esto mismo quiere que hagamos nosotros hoy en día cuando nos vemos inmersos en diversas tormentas. Para ello, es importante mirarlo a Él, invocar su nombre y no hundirnos en los abismos del miedo.
Es un consuelo saber que, después de la lección dada a los discípulos, Jesús acude a socorrerlos. ¡Él no abandona a los ‘hombres de poca fe’! Lo mismo hará con nosotros, pero no sin antes habernos recordado cuán necesario es crecer en la fe, para que Él pueda manifestarse e intervenir siempre en nuestra vida.
Si la gente de ese entonces se preguntaba “¿quién es éste?”, también las personas de este tiempo pueden quedar tocadas por el testimonio de alguien que tenga una fe fuerte, cuestionándose cómo fue capaz de superar esto o aquello. Entonces, sería el momento ideal para una buena profesión de fe, y así conquistar a estas personas para Cristo.