Tanto en el Rito Tradicional como en el Novus Ordo se proclama hoy en la lectura este pasaje del Profeta Isaías sobre la Palabra de Dios:
“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador
y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,10-11).
En nuestro itinerario cuaresmal es indispensable hacer uso abundante de la Palabra de Dios. Ella nos fortalece y nos ilumina. Es una “espada de doble filo”, que divide alma y espíritu (Hb 4,12a). Al describir la armadura espiritual en el capítulo seis de la Carta a los Efesios, San Pablo habla de la Palabra de Dios como la “espada del Espíritu” (Ef 6,17), y podemos considerarla como un “arma ofensiva” en el combate espiritual. Cuando Jesús fue tentado por Satanás en el desierto (Mt 4,1-11), rechazó sus ataques con la Palabra de Dios, y al final el diablo tuvo que alejarse de Él por un tiempo (Lc 4,13).
La lectura de la Sagrada Escritura –aunque sean sólo las lecturas de la Misa del día– debería formar parte de nuestro repertorio diario, porque es un alimento espiritual que puede calar profundamente en nuestra alma, dependiendo de la intensidad con que la interioricemos. La Palabra de Dios también nos ayudará a identificar y rechazar los errores. Cuanto más asimilemos la Palabra –nosotros, los católicos, lo hacemos siempre en contexto con la auténtica doctrina de la Iglesia– tanto más gusto le hallaremos.
Así, el Espíritu Santo puede actuar cada vez más en nosotros y también nos hace ver los errores, las relativizaciones, los modernismos, etc… Todos éstos no le saben bien al espíritu, no nutren, no son alimento sano y, de alguna manera, parecen estar podridos. No regocijan al espíritu ni al corazón, mientras que la verdadera Palabra de Dios brota como agua cristalina del Trono del Cordero, iluminándonos con su luz.
Es importante que no caigamos en ninguna falsa doctrina y que siempre nos atengamos a la auténtica doctrina de la Iglesia, pues es ella la que nos explica las Escrituras. Si la Palabra de Dios habita en nosotros y la guardamos en nuestro corazón, como la Virgen María (Lc 2,51), entonces empezamos a sanar: “…una palabra tuya bastará para sanarme” –le confesamos al Señor antes de recibir la santa comunión.
El error, en cambio, a largo plazo nos enferma. Difunde su falsa luz y se interpone entre Dios y nuestro entendimiento, oscureciéndolo en lugar de iluminarlo. No es “luz de luz”, sino una sombra del reino de las tinieblas, que se presenta como luz.
Para que nuestro camino de seguimiento del Señor sea auténtico, es esencial que pongamos a la Palabra de Dios en el primer lugar. Esto es lo que nos enseña la Iglesia (Catecismo, n. 67). Existen muchas revelaciones privadas, palabras proféticas, alocuciones, etc., y si son auténticas, todas ellas serán bienvenidas como una obra maravillosa del Espíritu Santo, que nos ayudará y nos instruirá. ¡Sería necedad despreciarlas! Pero es necesario darles el lugar que les corresponde, para que no vengan a reemplazar la Sagrada Escritura y quizá incluso sean consideradas más importantes. Esto llevaría inevitablemente a un desequilibrio e incluso podría terminar induciéndonos a error.
Como nos exhorta el Apóstol de los Gentiles (cf. 1Tim 4,16), aferrémonos a la sana doctrina, que es un bien inestimable.
Cada palabra que salió de la boca de Jesús procede del Padre de las luces (Jn 12,49). “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).
Para terminar, resumamos los puntos clave que hemos abordado hasta ahora en nuestro itinerario cuaresmal:
- Marcados con la cruz de ceniza, escuchamos el llamado a la conversión y emprendimos este santo itinerario a lo largo de la Cuaresma hasta el comienzo de la Semana Santa.
- A través del ayuno fortalecemos nuestra vida espiritual y echamos leña al fuego, para que no se extinga.
- Hagamos lo que hagamos, nuestros ojos deben estar siempre puestos primero en el Señor, y la recompensa hemos de esperarla de Él y no de los hombres.
- Debemos contar con adversidades en el camino y afrontarlas con serenidad.
- En el Nombre del Señor, hemos de rechazar los ataques del diablo.
- Estamos llamados a ser pastores de los hombres y servirles con obras de misericordia.
- Si acogemos en abundancia la Palabra de Dios en nuestro interior, ella nos señalará el camino recto y nos preservará del error.
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Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/la-riqueza-de-la-palabra-de-dios-parte-1/
Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/sobre-el-padrenuestro-2/