HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 8,14-25): “Pedro y Juan en Samaria”      

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaría había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos, nada más llegar, rezaron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que sólo estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. Al ver Simón que por la imposición de manos de los apóstoles se confería el Espíritu Santo, les ofreció dinero: “Dadme también a mí ese poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo”. Pero Pedro le respondió: “Que tu dinero vaya contigo a la perdición, por pensar que con dinero se puede conseguir el don de Dios. No tienes parte ni herencia alguna en esta empresa, porque tu corazón no es recto ante Dios. 

Por tanto, arrepiéntete de esta iniquidad tuya y suplica al Señor para ver si se te perdona este pensamiento de tu corazón; pues veo que estás lleno de maldad y atado por cadenas de iniquidad”. Respondió Simón: “Rogad vosotros por mí al Señor, para que no me sobrevenga nada de lo que habéis dicho”. En cuanto dieron testimonio y predicaron la palabra del Señor, emprendieron regreso a Jerusalén y evangelizaban muchos pueblos samaritanos.

El ministerio de Felipe en Samaria dio mucho fruto, por lo que Pedro y Juan se pusieron en camino para imponer las manos a los neoconversos. El Espíritu Santo debía descender sobre ellos para fortalecerlos, iluminarles y hacerles capaces de dar testimonio del Señor con autoridad. En nuestra Iglesia, conocemos el sacramento de la confirmación, en el que el obispo impone las manos a los bautizados para que reciban el Espíritu Santo.

Como vimos en el pasaje de ayer, Simón, que había impresionado a aquella ciudad de Samaria con su magia, quedó él mismo tan impresionado por la predicación de Felipe y por los signos que realizaba, que abrazó la fe. Sin embargo, no había comprendido algo esencial sobre el acto de la imposición de manos de los apóstoles. Al ver cómo el Espíritu Santo descendía sobre los neoconversos, Simón creyó que podría comprar con dinero ese don de Dios que veía actuar en los apóstoles.

Pero Pedro le reprendió contundentemente y sus palabras se extienden a todos aquellos que creen poder comprar con dinero el don de Dios, así como a aquellos que pretenden obtener ganancias materiales con los dones de Dios: “Que tu dinero vaya contigo a la perdición, por pensar que con dinero se puede conseguir el don de Dios.”

De hecho, en el transcurso de la historia de la Iglesia ha existido el pecado de la «simonía», es decir, la pretensión de comprar bienes espirituales (como un ministerio eclesial) a través de bienes materiales. Los Papas siempre condenaron enérgicamente este pecado, cuyo nombre se deriva precisamente de la pretensión de Simón el mago en el pasaje que acabamos de escuchar.

Todos los que quieren servir al Evangelio, en cambio, han de atenerse a las palabras del Señor: “Id y predicad: ‘El Reino de los Cielos está cerca’. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente” (Mt 10,7-8).

Para preservar la pureza en la evangelización, es importante trazar una clara separación entre los dones de Dios, sean los que fueren, y los intereses materiales de todo tipo. El manejo del dinero es uno de los asuntos delicados en la Iglesia, y aquí no se deben mezclar las cosas. Si los fieles dan una contribución material a la Iglesia, quieren que el dinero se emplee para los intereses del Señor y no para el enriquecimiento personal de nadie. Es un capítulo doloroso cuando se hace un mal uso del dinero encomendado. La severa reprensión de Pedro al recién convertido Simón debe servirnos de advertencia para estar muy vigilantes y no dejarnos corromper por las «riquezas injustas» (cf. Lc 16,9).

Los apóstoles Pedro y Juan regresaron a Jerusalén, no sin antes haber anunciado el Evangelio en muchos pueblos samaritanos. El Evangelio se había puesto en marcha y no podía ser detenido, pues sin duda los neoconversos daban testimonio a otros de lo que les había sucedido. Dios mismo había abierto las puertas para la evangelización, y nadie podrá volver a cerrarlas jamás. Gracias a los Hechos de los Apóstoles, podemos ser testigos de cómo la Iglesia primitiva cumplía su misión con gran fervor y dispuesta a asumir grandes sufrimientos. Dios se glorificaba en ella.

Felipe había cumplido su misión en Samaria y, mañana, escucharemos cómo un ángel le da instrucciones concretas sobre su próximo destino. En esto podemos ver la maravillosa cooperación entre la Iglesia celestial y la militante. La Sagrada Escritura relata con gran naturalidad la intervención de ángeles, y los signos y milagros realizados por los apóstoles en nombre de Jesús formaban parte evidente del anuncio.

¿Y hoy en día? Sin duda, seguimos creyendo en los santos ángeles y también suceden signos y milagros. Pero sería una alegría que estos signos estuvieran más presentes en la evangelización de nuestros tiempos, para dar gloria a Dios, acreditar el mensaje y mostrar eficazmente a los hombres la bondad solícita del Padre celestial.

Fiesta de San Matías, Apóstol:

Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/hechos-de-los-apostoles-hch-113-26-la-eleccion-de-matias/

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/aspectos-del-seguimiento/

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