HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 7,51-60.8,1a): “El discurso y el martirio de San Esteban”    

El discurso de Esteban, plasmado en el capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles, es una síntesis de la historia salvífica de Dios con el pueblo de Israel. Vale la pena leerlo íntegramente. Debido a su extensión, en la meditación de hoy nos limitaremos a leerlo a partir del versículo 51.

Hch 7,51-60.8,1a

“¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre os estáis resistiendo al Espíritu Santo: como vuestros padres así también vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Asesinaron a los que anunciaban la venida del Justo, del que ahora vosotros habéis sido traidores y asesinos, los que recibisteis la Ley por ministerio de ángeles y no la guardasteis”. Al oír esto ardían de ira en sus corazones y rechinaban los dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y dijo: “Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios”. 

Entonces clamaron a voz en grito, se taparon los oídos y se lanzaron a una contra él. Lo sacaron fuera de la ciudad y le lapidaron. Los testigos dejaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo, y se pusieron a lapidar a Esteban, que oraba diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Puesto de rodillas clamó con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y con estas palabras murió. Saulo aprobaba su muerte.

El discurso de San Esteban no carece en absoluto de claridad. Con palabras contundentes, señala la culpa de aquellos del pueblo de Israel que se resisten una y otra vez al Espíritu Santo. En su bondad, Dios les había enviado a los profetas, a través de los cuales les daba instrucciones y les recordaba cómo debían vivir gratamente a sus ojos. Cuando era necesario —es decir, cuando los israelitas se extraviaban—, Dios les exhortaba insistentemente a la conversión.

Como ya hemos escuchado en el Evangelio de San Juan y ahora en los Hechos de los Apóstoles, los corazones —en particular los de aquellos que tienen la responsabilidad de guiar al pueblo— a menudo están cerrados, de manera que el Espíritu Santo no puede obrar en ellos. Entonces actúan como lo hicieron con Jesús y, posteriormente, con los apóstoles: asesinan a los mensajeros de Dios.

Los profetas y los santos no son reconocidos por aquellos que tienen por padre al diablo (Jn 8,44). Al contrario, representan una amenaza para ellos, pues dan testimonio de Dios y hablan en su Nombre. Así se manifiesta aún más claramente cuán lejos están de Dios los perseguidores, que actúan de acuerdo con su maldad. «¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres?» —pregunta Esteban, a lo que él mismo responde: «Asesinaron a los que anunciaban la venida del Justo, del que ahora vosotros habéis sido traidores y asesinos, los que recibisteis la Ley por ministerio de ángeles y no la guardasteis».

Con estas palabras, Esteban pronunció su sentencia de muerte, por así decirlo. Sus adversarios ya no podían escucharlo y comenzaron a amenazarlo. Cuando les dijo que veía los cielos abiertos y a Jesús a la diestra de Dios, ya no pudieron soportarlo más, porque tal visión confirmaba la veracidad del mensaje de los apóstoles y suponía un juicio para los que se cerraban a él.

Por tanto, hicieron una vez más lo que sus padres ya habían hecho anteriormente: asesinaron a los testigos de Dios, en el caso de Esteban, apedreándolo cruelmente.

Esteban, por su parte, hizo lo que también había hecho el Señor en la cruz: pidió que no les fuera imputado ese pecado. Así se manifestó en él la inagotable bondad de Dios, que quiere perdonar incluso a los asesinos si están dispuestos a convertirse y a acoger su amor.

Aquí nos encontramos con nuestra santa fe en toda su profundidad. Pedir perdón para aquellos que te están asesinando solo es posible en virtud de la gracia que Dios concede a los hombres. Es sumergirse en el océano del amor que emana del corazón de Dios. Al enviar a su Hijo Jesucristo al mundo como hombre, el Padre nos envió ese amor para traernos la Redención que nunca podríamos obtener por nosotros mismos.

Todos los que seguimos a Jesús estamos llamados a permitir que ese grado de amor se haga eficaz también en nosotros, para que, al igual que San Esteban, seamos capaces de perdonar a nuestros enemigos.

El pasaje de hoy concluye diciendo que «Saulo aprobaba su muerte». Con esta mención, aparece por primera vez en la Escritura aquel hombre que más tarde se convertirá en el gran Apóstol de la Iglesia. Aquí nos es presentado en la sombra y como cómplice del asesinato de Esteban. Pero, como veremos pronto, Dios lo sacará de las tinieblas y lo conducirá a su luz admirable. Para ello, tendrá que encontrarse primero con Jesús y convertirse a Él.

Hay quienes consideran que la sangre derramada por Esteban contribuyó a que Saulo se convirtiera en ese Pablo que tanto amamos y por cuyo ministerio estamos tan agradecidos. ¡Tal vez efectivamente fue así! Dios lo sabe. Por hoy, nos quedamos con el radiante testimonio de Esteban y con el asombro ante el celo con el que la Iglesia primitiva anunciaba al Señor en la fuerza del Espíritu Santo.

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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/la-guia-del-espiritu-santo-3/

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/la-voz-del-senor-2/

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