La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que compartían todas las cosas. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos había abundancia de gracia. No había entre ellos ningún necesitado, porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía a cada uno según sus necesidades. Así, José, a quien los apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé -que significa ‘Hijo de la consolación’-, levita y chipriota de nacimiento, tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
En la primera comunidad cristiana se hizo realidad aquello con lo que algunos sueñan, pero rara vez consiguen. Una comunidad unida en el espíritu, en la que se repartían los bienes según las necesidades de cada uno. Todo esto sucedía bajo la influencia del Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, y era un desprendimiento voluntario. De esta manera, nadie padecía necesidad.
En una perversión de esta comunidad de bienes inspirada por Dios, algunos han considerado el comunismo como si fuera un camino similar. Sin embargo, sucumbieron a un engaño, porque en este sistema la distribución de los bienes no fue impulsada por el Espíritu Santo; es decir, no fue fruto del amor. En el mejor de los casos, se puede suponer que algunos idealistas creían que podrían practicar más eficazmente la justicia de esta manera.
Este engaño se infiltró incluso en la Iglesia. Particularmente en América Latina, se comenzó a desarrollar la así llamada «teología de la liberación», bajo la influencia de clérigos y religiosos que creían que convendría unir sus fuerzas a los movimientos de liberación política. Las consecuencias eran previsibles: la fe se fue volviendo cada vez más política y menos trascendente. Así, se echó a perder precisamente aquello que había caracterizado a la primera comunidad cristiana, que había respondido a una inspiración del Espíritu Santo y no a un programa político. En la historia de la Iglesia, se pondrá en práctica posteriormente en las órdenes religiosas esta comunidad de bienes, también inspirada por el Espíritu y relacionada con el voto de pobreza.
En cambio, el comunismo como sistema político demostró ser hostil a Dios y a menudo oprimió cruelmente a las personas y las privó de su libertad.
La comunidad de bienes de la Iglesia primitiva era voluntaria, pero no toleraba ningún engaño, pues era una obra de Dios. El siguiente pasaje de los Hechos de los Apóstoles, que escucharemos a continuación, lo deja bien claro:
Hch 5,1-11
Un hombre que se llamaba Ananías, junto con su mujer Safira, vendió un campo. De acuerdo con ella, se quedó con parte del precio y trayendo el resto lo puso a los pies de los apóstoles. Entonces dijo Pedro: “Ananías, ¿por qué Satanás llenó tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y te quedaras con parte del precio del campo? ¿Acaso no era tuyo mientras lo tenías y, en cuanto lo vendiste, no permanecía el precio en tu poder? ¿Por qué has admitido esta acción en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios”. Al oír Ananías estas palabras cayó en tierra y expiró. Un gran temor sobrecogió a todos los que lo oyeron. Se levantaron algunos jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar. Pasaron unas tres horas y entró su mujer, que no sabía lo ocurrido. Pedro se dirigió a ella: “Dime, ¿habéis vendido el campo por esa cantidad?” Ella dijo: “Sí, por esa”.
Pedro le replicó: “¿Cómo es que os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor? Mira, los pies de los que han enterrado a tu marido están a la puerta, y te llevarán a ti. Al instante cayó a sus pies y expiró”. Al entrar los jóvenes la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. Un gran temor llenó a toda la Iglesia y a todos los que oyeron estas cosas.
La razón decisiva por la que Dios hizo morir a Ananías y Safira a la vista de todos fue el engaño que habían intentado cometer. Pedro lo deja claro: no tenían la obligación de entregar todos sus bienes a la Iglesia. Pero, evidentemente, querían aparentar la misma generosidad con la que los demás cristianos, movidos por el Espíritu Santo, habían puesto todos sus bienes a disposición de la Iglesia. ¡Pero el Espíritu Santo no se deja engañar! Su mentira salió a la luz. Sin duda, esto sucedió también como advertencia para toda la comunidad cristiana, pues si un engaño de este tipo hubiera pasado inadvertido en la Iglesia primitiva, se habrían abierto las puertas a los espíritus del mal.
Si una persona comienza a actuar en contra del Espíritu Santo y a engañar, entonces continuará así e incluso puede empeorar, mientras no se convierta y reconozca su falta. Basta con pensar en el ejemplo de Judas Iscariote, que, según el Evangelio, tenía a cargo la bolsa y «se llevaba lo que echaban en ella» (Jn 12,6), y que más tarde se convirtió en el traidor del Señor.
Si tenemos en cuenta la importancia de la joven Iglesia que apenas estaba surgiendo, resulta comprensible que el Señor tomara esta medida tan drástica que infundió un gran temor. Debía servir como clara advertencia para todos los tiempos, para que caminemos con sinceridad y transparencia de cara a Dios, pues a Él no se le puede engañar.
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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/todo-ha-de-servir-al-reino-de-dios-3/
Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/yo-soy-el-pan-de-la-vida/