Prov 3,27-34
No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo. No digas a tu prójimo: “Vete y vuelve, mañana te daré”, si tienes algo en tu poder. No trames mal contra tu prójimo cuando se sienta confiado junto a ti. No te querelles contra nadie sin motivo, si no te ha hecho ningún mal. No envidies al hombre violento, ni elijas ninguno de sus caminos; porque el Señor abomina a los perversos, pero su intimidad la tiene con los rectos. El Señor maldice la casa del malvado, en cambio bendice la mansión del justo. Con los arrogantes es también arrogante, otorga su favor a los pobres.
¡Cuánta sabiduría encontramos ya en los textos del Antiguo Testamento!
Como sugiere la lectura de hoy, no se debe posponer el hacer el bien. Esto nos indica que, de hecho, hacer el bien no es una de entre muchas posibilidades, sino que forma parte de la esencia del hombre. Cuando no hacemos el bien, fallamos a nuestra esencia humana, porque fuimos creados por el amor, y al poner en práctica este amor, nos convertimos en lo que somos: personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Esto nos trae a la mente también aquellas palabras que Jesús nos dice en el Nuevo Testamento: “Al que tiene, se le dará” (Mc 4,25). Esta afirmación podemos entenderla en relación con el amor: Si uno ama y comparte este amor, crecerá en el amor.
Así, las palabras de la lectura de hoy, entendidas desde la perspectiva del amor, se convierten en una urgencia interior, porque el amor quiere desplegarse, quiere tomar una forma concreta, y la persona necesitada con la que nos encontramos, nos da la oportunidad de hacer el bien.
Por un lado, hemos de poner en práctica el amor, que además sirve al otro y refleja el amor de Dios. Por otro lado, debemos examinar si nuestro corazón ya está dispuesto a hacer el bien o si aún titubea y se cierra. Si este es el caso, podemos corregirnos y conducir nuestro corazón hacia el camino correcto.
Es importante tener presente que el amor no tolera ninguna demora: “No digas a tu prójimo: ‘Vete y vuelve, mañana te daré’, si tienes algo en tu poder.” Quizá mañana ya no tengamos la oportunidad de hacer el bien. Y entonces no sólo habremos ofendido al amor, sino que además es posible que no se nos presente inmediatamente una ocasión de reparar lo perdido. Puede que esta oportunidad desaprovechada se grabe en nuestra memoria hasta el final de nuestra vida, aunque ya nos ha sido perdonada la omisión. Ciertamente el Señor puede valerse de tal situación, como un aguijón clavado en nosotros, para que no dejemos pasar la próxima oportunidad que se nos presente.
Por tanto, no desaprovechemos las oportunidades de hacer el bien. No siempre tienen que ser obras visibles; sino que muchas veces puede tratarse, por ejemplo, de orar por otra persona.
Si le pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a estar cada vez más atentos a los gestos de amor que se nos pide, se nos volverá cada vez más natural ofrecer nuestra ayuda inmediata a la otra persona. Entonces, el espíritu de consejo nos mostrará con mucha precisión cuál es la respuesta adecuada a la necesidad que se nos presente. Cuanto más obedezcamos al Espíritu Santo, tanto más receptivo se hará nuestro corazón y tanto más atentos estaremos para identificar las situaciones que nos piden una obra de amor, de manera que sepamos también responder sin demora.