Llamar al Espíritu Santo con el nombre de “Consolador” se vuelve particularmente actual en estos tiempos, pues precisamente en épocas de tribulación y sufrimiento el Espíritu Santo está presente. Hay un tiempo para llorar y un tiempo para hacer duelo (cf. Qo 3,4). Esto hace parte de nuestra vida, y si vemos personas que no conocen tales reacciones, nos parece ser que no tienen corazón. Jesús mismo lloró por Lázaro (cf. Jn 11,35), y más aún lloró sobre Jerusalén, porque no reconoció la hora de gracia de Su Venida (cf. Lc 19,41). También Raquel lloró por sus hijos (Jer 31,35), y esta escena se repite cuando Herodes manda matar a los infantes (cf. Mt 2,18)…
El llanto, el sufrimiento y la muerte hacen parte de nuestra vida terrena. Pero en fe sabemos que en la eternidad será distinto. Por eso, el Espíritu Santo, como “testigo de la eternidad”, sabrá impregnar con Su consuelo estas realidades. Las lágrimas y el dolor no serán para siempre, y, mientras estén, pueden convertirse en una participación en el sufrimiento redentor del Señor. La muerte se transforma en un retorno a casa, al Reino de Dios…
El Espíritu Santo no sólo nos recuerda esta verdad de fe, sino que Su presencia es una realidad vivificadora. Al ser tocados por Él, la tristeza del corazón se convierte en una esperanza. Así, se refrena aquella tendencia nuestra a hundirnos en una tristeza desordenada y, en consecuencia, devoradora; una tristeza que no conoce esperanza, que se vuelve muy oscura y puede incluso llevarnos a la desesperación.
El sufrimiento, que puede devorar a la persona y amargarla, gracias a la presencia del Espíritu Santo, queda arrebatado del sin-sentido, al despertarse la fe. Y será esa fe la que nos una a los sufrimientos de Jesús, que el Espíritu Santo, por su parte, traerá a nuestra memoria y nos hará tener presentes.
La muerte, el último y gran enemigo del hombre, fue despojada de su poder, a través de la Crucifixión y Resurrección del Señor. “Muerte, ¿dónde está tu muerte?; infierno, ¿dónde tu aguijón?” –exclama San Pablo (1Cor 15,55). A la luz del Espíritu Santo, la muerte se convierte en un retorno a casa, a aquellas moradas que el Señor nos ha preparado (cf. Jn 14,2). El miedo a la muerte disminuye o incluso desaparece por completo. Gracias a la acción del Espíritu Santo, el amor puede despertar hasta el punto de alegrarnos de que nos llegue la hora de retornar donde el Padre, para estar siempre con Él y permanecer en Él.
Todo ello puede obrar en nosotros el “Testigo de la eternidad”, impregnando así con Su luz las grandes tribulaciones de nuestra vida.
Ahora, reflexionemos un poco sobre el sufrimiento, que sigue siendo un gran reto incluso para aquellos que siguen al Señor.
Diferencia entre un sufrimiento oscuro y un sufrimiento luminoso
Es sumamente importante que todo sufrimiento sea puesto bajo el dominio de Dios, y que, con Su ayuda, se lo acepte profundamente. Si esto no sucede, entonces las reacciones que se relacionan con el sufrimiento fácilmente caen bajo una influencia oscura. Así se convierte en un “sufrimiento oscuro”, que no queda tocado interiormente por Dios.
En contraste con esto está el “sufrimiento luminoso”, aquel que se acepta de la mano de Dios. Sigue siendo un sufrimiento, pero queda tocado por Dios y es incluido en la obra de Redención. En consecuencia, también se transforma la expresión de la persona que lo padece. Bajo el “sufrimiento oscuro” la persona puede volverse acusadora, amargada o incluso rebelde, y todos sus lados negativos e imperfecciones se manifiestan más fuertemente bajo el influjo de este dolor. En cambio, el sufrimiento bajo el influjo de Dios se torna en un “sufrimiento luminoso”. El comportamiento de la persona puede incluso mostrar virtudes especiales y producir frutos del Espíritu Santo, tales como la paciencia, la verdadera sumisión a la Voluntad de Dios, etc.
Lo dicho aquí no solamente cuenta para un sufrimiento que se padezca actualmente; sino también para aquellos que puedan yacer mucho tiempo atrás, pero que nunca se superaron realmente. También estos sufrimientos han de ser puestos ante Dios, para que Él los toque, de modo que se transformen y lleguen a ser un “sufrimiento luminoso”.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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