NOTA PRELIMINAR: Puesto que, con la gracia de Dios, llevo ocho años escribiendo y grabando meditaciones sobre la lectura o el evangelio del día, se ha juntado ya un rico tesoro que siempre está a disposición para los oyentes (es.elijamission.net). Para casi todos los días del año, se puede recurrir a una meditación ya existente.
La Palabra de Dios es y seguirá siendo un tesoro inagotable para nosotros. Cuando, al empezar el año, estuve reflexionando sobre cómo continuar con las meditaciones, surgió la idea de recorrer sistemáticamente los cuatro evangelios y algunas de las epístolas. No es una idea totalmente nueva, porque hace muchos años ya hice algo similar, pero sólo oralmente. Ahora, al hacerlo también de forma escrita, será posible traducir las meditaciones a varios idiomas.
Puesto que el pasaje del Evangelio previsto para la liturgia de hoy, 5 de enero, era precisamente el prólogo de San Juan, no fue difícil decidir por dónde empezaremos: lo haremos con el Evangelio de San Juan. Estas meditaciones bíblicas tendrán una extensión similar a la habitual. Ocasionalmente, haré referencia a temas actuales si éstos nos ayudan a una mejor comprensión y actualización del pasaje a meditar. Como siempre, me encomiendo a vuestras oraciones y pido al Señor que lleve adelante la obra que ha iniciado y la llene de su luz.
Jn 1,1-5
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella nada se hizo. Lo que se hizo en ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron.
Nuestra santa fe nos ha sido concedida por Dios. No se basa en especulaciones filosóficas ni es una simple intuición interior. Fue Dios mismo quien nos la reveló.
En la Persona de su Hijo, Dios vino al mundo para darse a conocer a los hombres, para que comprendan cómo Él es en verdad. En Jesús, la Palabra de Dios que se hizo hombre por nosotros, los hombres, nos encontramos con la gloria del Padre, aunque todavía no la veamos en todo el esplendor del conocimiento que sólo podremos alcanzar en la eternidad, habiendo culminado nuestra peregrinación por este mundo.
Aferrémonos a esta verdad, sin la cual las palabras del evangelista San Juan carecerían de sentido: Jesús no es uno de los hijos de los dioses; ni es un “avatar” que, de acuerdo a concepciones esotéricas, sería la encarnación de una deidad para hacer avanzar a los hombres en su desarrollo espiritual; ni tampoco es sólo un profeta como lo considera el Corán.
No, Jesús es Dios mismo, es la Segunda Persona de la Divinidad. Por tanto, no solamente da testimonio de la luz, sino que Él mismo es la luz que viene a este mundo. Sólo podemos comprenderlo cuando recibimos la luz de la fe de parte de Aquél que es la luz misma. “En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz” (Sal 36,10).
En el rito tradicional, el sacerdote lee al final de cada Santa Misa el Prólogo de San Juan.
Pero ¿por qué es tan importante aferrarse a esta verdad y hacer énfasis en lo que debería ser obvio en nuestra fe católica?
Resulta que estas palabras constituyen el núcleo de nuestra fe. Si Jesús no fuese la Palabra de Dios; es decir, si no fuera de naturaleza divina, entonces no sólo habríamos caído en un engaño, sino que el cristianismo quedaría a un mismo nivel con las otras religiones y cosmovisiones y perdería su luz. Si relativizamos o perdemos la fe en la divinidad de Cristo, entonces se harían realidad estas palabras: “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron”. La oscuridad habría engullido la luz y el camino que nuestro Padre nos ofrece para la salvación quedaría obstruido.
Por eso es tan esencial –y lamentablemente el prólogo de San Juan ya no se recita diariamente en el Novus Ordo– repetir una y otra vez esta profesión de fe en la divinidad de Cristo y aferrarnos a ella, pues las tinieblas están trabajando arduamente en opacar la luz. El príncipe de la oscuridad quiere apagar el testimonio de la fe y, a través del Anticristo, colocarse él mismo en el lugar de Dios. Desde este punto de vista, la repetición diaria del prólogo de San Juan es un arma contra todas las pretensiones de relativizar la unicidad de Jesucristo y la misión de evangelización de la Iglesia. Así, podemos proteger la fe y preservarla de falsas doctrinas.
La palabra del Señor es verdadera vida. A través de Jesús, se nos da acceso a la vida divina. Esta vida es capaz de sanar nuestras heridas, iluminar nuestro entendimiento y fortalecer nuestra voluntad. ¡Nunca podremos agradecer lo suficiente a nuestro Padre por habernos enviado a su Hijo!