Elegida por Dios

Mt 1,18-23

El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de comenzar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” 

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa ‘Dios con nosotros’.”

La Fiesta de la Natividad de María que hoy celebramos, brilla especialmente por la extraordinaria vocación de la Virgen, quien dio a luz al Hijo de Dios y lo siguió hasta el final. Por ello, es lógico que el evangelio de este día hable sobre el Redentor, que el Padre confió a sus manos y a las de San José.  Pero también hay que detenerse a contemplar el gran aporte de María a la obra de la Redención, pues, como dice San Agustín, “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Por eso, esta Fiesta se presta para celebrar, por una parte, su elección; y, por otra parte, su respuesta incondicional a esta elección.

Y es que María no es simplemente una figura de las historias bíblicas; sino que está viva en la fe de los pueblos. Las veces que estuve en México, pude ser testigo del profundo amor que este pueblo tiene a la Virgen de Guadalupe. Y con justa razón la aman tanto, pues la historia de la evangelización de México está íntimamente conectada con su aparición.

La Virgen María es también muy importante para nuestro camino personal de seguimiento de Cristo. Quien se confíe a Ella, será llevado a una relación cada vez más profunda con su Hijo; y aprenderá de Ella a amar al Señor y a dejarse amar por Él. Con mano materna, delicada y firme a la vez, María guía a los que confían en Ella y los introduce en los profundos misterios del amor divino y humano; y les ayuda a cumplir la Voluntad de Dios así como Ella misma lo hizo.

¡No podemos olvidar cuánto se preocupa Ella por los destinos de la humanidad! A través de muchas apariciones, la Virgen María advierte y amonesta, o también nos da consejos concretos para nuestra vida espiritual. Es sorprendente cuántas veces la Virgen se ha manifestado a lo largo de la historia, mostrándonos su amor maternal. De esta manera, nos hace ver que su misión continúa desde el cielo, y que la Iglesia triunfante en el cielo trabaja de la mano con la Iglesia militante en la tierra.

Basta con recordar el mensaje de Fátima, donde Ella se apareció hace poco más de cien años. ¡Con qué claridad intervino la Virgen a fin de evitar los males que sobrevinieron a gran parte de la humanidad a causa del impío comunismo! Ella dio indicaciones concretas para impedir las desgracias que estaban a punto de llegar; pero evidentemente no fueron suficientemente acatadas.

Existen motivos suficientes para celebrar con alegría ésta su Fiesta. ¡Qué mejor regalo podríamos darle que el de cooperar en dar a conocer a las personas la bondad de este Dios, de cuyo amor Ella está colmada y a cuyo llamado respondió con una entrega total! Entonces los hombres experimentarán que no sólo tienen un Padre amoroso, que quiere salvarlos por medio su Hijo y abrazarlos en su amor; sino que además Él les ha dado una Madre como especial muestra de su amor.

Alabemos a la Virgen María, y honremos en Ella y junto a Ella la infinita gracia de Dios, que descendió sobre Ella para realizar la obra de la Redención a favor de todos los hombres. No nos olvidemos de rezar diariamente el Santo Rosario; esta oración que la Virgen tanto ama y que nos permite contemplar los misterios de la Redención a través de su corazón maternal.

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