Los miedos
Todos nosotros conocemos diversos miedos, que le quitan libertad a nuestra vida y la apesadumbran: miedo a enfermedades graves, amenazas por parte de otras personas, miedos existenciales, temor a la muerte; entre muchos otros, algunos de los cuales también son miedos irracionales.Todos ellos están en contradicción a aquella palabra del Señor: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). En esta afirmación, se nos señala también el camino para superar tales miedos.
Podemos cuestionarnos cómo es que también cristianos convencidos, que en principio no buscan otra cosa que a Cristo, pueden caer en un amedrentamiento que los paraliza y les impide dar una respuesta libre y apropiada a la situación dada.
¿Cómo es que también los cristianos caemos en una tensión interior, que nos hace ver como con obsesión una desgracia que podría sobrevenirnos, y nos empeñamos en evitarlo a toda costa?
En efecto, los miedos son una plaga, que tiene su origen en la pérdida de la relación de confianza con Dios, y en las reales amenazas que se presentan en nuestra vida. Ahora, el peligro está en que nos dejemos arrastrar por la dinámica propia del miedo, y le entreguemos el dominio sobre nosotros, por así decir. Si no se los combate, los miedos se acrecientan más y más, y ejercen una especie de tiranía. El temor a la desgracia que esperamos es tan grande que este mal se convierte como en un ídolo, que lo exige todo.
Pongamos como ejemplo el miedo a una enfermedad grave. Ante nuestros ojos y en nuestros sentimientos, este peligro se muestra tan inmenso que ya no confrontamos la situación con el Señor y podemos quedar totalmente dominados por el miedo. En consecuencia, tampoco podemos recibir de Dios la fuerza para soportar tal enfermedad, en caso de que nos sobrevenga irremediablemente.
Aún más fuerte que el miedo a la enfermedad es el temor a la muerte, que también nuestro Señor pasó en Getsemaní. Este miedo puede dominarnos hasta el punto de no pensar ya en otra cosa que en evitar o retrasar a toda costa la muerte.
Naturalmente el miedo a la muerte es un gran reto, pues lo objetivo en ella es, de hecho, una gran amenaza. Pero, como cristianos, hemos de aprender a enfrentarnos a esta realidad, porque, si bien la muerte es un enemigo -la Sagrada Escritura misma la denomina como “el último enemigo” (cf. 1Cor 15,26)-, ya ha sido vencida gracias a la Redención y Resurrección de Nuestro Señor. En este sentido, San Pablo exclama: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?, ¿dónde, infierno, tu aguijón?” (1Cor 15,55)
Ciertamente es correcto hacer lo que esté en nuestras manos para conservar nuestra vida, porque la vida es un gran bien. Sin embargo, nosotros, como cristianos, encontrándonos ante una enfermedad que puede llevar a la muerte, deberíamos prepararnos para morir y desprendernos del apego a la vida terrenal. De hecho, al fiel no le espera la nada después de la muerte; sino un Padre amoroso, que nos llama de regreso a casa en su Reino.
La antítesis de los grandes miedos es la confianza en Dios. Todos los aspectos de nuestra vida hemos de relacionarlos con el Señor, y especialmente los miedos. Y esto podemos aprenderlo de nuestro Maestro mismo:
Sabemos que, cuando le llegó la hora de su Pasión, Jesús pidió a sus discípulos que velaran una hora con Él. ¡Tenía miedo de lo que le esperaba! Tres veces le pidió a su Padre si no podría pasar el cáliz sin beberlo… Pero después el Señor se abandonó en la Voluntad de Dios (cf. Mt 26,36-46). El evangelio de Lucas dice que en ese momento bajó un ángel del cielo, que le reconfortó (cf. 22,43)
Vemos, entonces, que el Hijo de Dios mismo tuvo miedo, por lo que no debemos avergonzarnos si también nosotros tenemos miedos. Vale aclarar que no me estoy refiriendo aquí a aquellos temores que son infundados e irreales, a los cuales habría que enfrentarse de forma distinta.
En todo caso, hemos de salir de estos miedos y dar pasos de confianza hacia el Señor, sin dejarnos arrastrar por la corriente del miedo. Podemos, al igual que Jesús, pedirle a Dios que el cáliz pase sin tener que beberlo, pero entonces hemos de pedir la gracia de aceptar la situación tal como es.
Con serenidad, podemos emplear todos los medios que tenemos a disposición para evitar un mal, pero en cada una de las etapas de la amenaza hemos de dirigirnos una y otra vez a Dios y dar los pasos de confianza.
De esta forma, podremos contrarrestar la dinámica propia del miedo, y llegar a ser más libres. ¡No olvidemos que un ángel vino a reconfortar a Jesús! Esto también podemos pedírselo a Dios para nosotros, porque hay circunstancias y miedos que difícilmente otras personas podrán entender, de manera que quizá nos sintamos abandonados. ¡Pero Dios no nos deja solos, y siempre nos dará aquello que sea importante para el próximo paso!
En conclusión, los miedos pueden vencerse con pasos concretos de confianza, invocando el Nombre de Jesús, hablando con Él, poniendo ante Él todas nuestras tensiones interiores y pidiéndole que Dios las toque. Si emprendemos este camino, haremos progresos, y poco a poco podremos salir del dominio de los miedos y alcanzar una nueva libertad; a saber, la libertad en Cristo, en cuyas manos nos ponemos sin reservas y sin límites.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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