1 Jn 2,22-28
¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es precisamente el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no posee al Padre; pero todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, deseo que sigáis conservando lo que oísteis desde el principio.
Si permanece en vosotros lo que oísteis desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Pues ésta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna. Os he escrito esto porque algunos tratan de engañaros. Pero tened presente que la unción que de él habéis recibido sigue estando en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña todo lo que necesitáis saber –y es verdadera y no mentirosa–, seguid permaneciendo en él. Como os digo, hijos míos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, nuestra confianza sea plena y no quedemos avergonzados y rechazados en su Venida.
En esta lectura al iniciar el nuevo año, San Juan nos llama al discernimiento de los espíritus, y nos advierte sobre los peligros concretos que amenazan a nuestra fe.
El Apóstol hace mención del Anticristo… Muchas veces esta palabra se presta para especulaciones esotéricas o simplemente nos resulta extraña o desconocida. Sin embargo, la figura del Anticristo –o de los anticristos– es un elemento importante en la Sagrada Escritura y también existen muchas fuentes literarias serias que han tratado este tema.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, se habla de la peor “impostura religiosa” del Anticristo:
“La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (CEC, 675).
Esto significa que el hombre se coloca en el lugar de Dios y, en cierto modo, se adora a sí mismo.
Para llegar hasta ese punto, debe haber antecedentes; a saber, los errores en la doctrina y en la praxis de la fe. En efecto, es la recta doctrina la que conduce a la recta práctica. Por tanto, si se modifica algo en la doctrina, las consecuencias serán devastadoras.
Desde un inicio, San Juan quiso impedir el acceso de los errores en la fe, dándonos esta clara indicación: el Anticristo es el mentiroso, el que niega que Jesús es el Cristo. Por ello hay que ofrecer resistencia al Anticristo, bien sea que se presente como persona concreta en el ámbito público, o sea que se manifieste en un espíritu de mentira que opaca las verdades divinas.
Los cristianos han de permanecer en lo que han oído desde el principio. El Espíritu Santo, con su unción, testifica en nuestro interior la verdad de la doctrina recta. Así permanecemos en el Padre y en el Hijo.
Esto quiere decir que, al permanecer en la auténtica doctrina de la Iglesia, permanecemos también en Dios y no nos apartamos de Él. Esta doctrina es segura, y no necesitamos que nadie nos transmita enseñanzas que nos lleven por otros caminos.
Estas advertencias de San Juan, con las que buscaba proteger a los cristianos de los peligros de su tiempo, pueden aplicarse perfectamente a nuestro tiempo también. Lamentablemente, existen teólogos e incluso sacerdotes que ya no enseñan la Resurrección corporal de Cristo, que niegan la presencia real de Jesús en la Eucaristía y que ponen en duda también otros dogmas de fe. Junto con San Juan, debemos advertir a los fieles, diciéndoles: “¡No les creáis!” Hay que saber que en todas estas confusiones se manifiesta el espíritu del Anticristo, y nosotros estamos llamados a permanecer en lo que la fe nos enseñó desde el principio.
El Cardenal Brandmüller hizo esta importante afirmación: “En la situación actual, nuestra orientación debe ser la Tradición de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y plasmada en el Catecismo de la Iglesia Católica. Todo lo que contradiga al Catecismo, no importa de quién proceda, no es la verdad católica. Quien profese la fe del Catecismo y viva de acuerdo a él, está en el camino correcto.”
Éstas son palabras importantes para las controversias actuales y futuras sobre la doctrina y la praxis de la fe. Si permanecemos firmes en la Tradición de la Iglesia y en la práctica que se deriva de la recta doctrina, no caeremos en los engaños del espíritu anticristiano. Así, permanecemos en el Padre y en el Hijo, y el Espíritu Santo, con su unción, permanecerá en nosotros.
Para empezar este año, San Juan nos da un sencillo y claro consejo para el discernimiento de los espíritus. Si lo aplicamos, nos mantenemos en la verdadera fe. Pero no nos olvidemos de orar por aquellos que yerran en la fe, que están inseguros o se han dejado engañar.