«Como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del hombre. Porque, del mismo modo que en los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno será tomado, y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo en el molino: una será tomada, y la otra dejada. Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque, cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,37-44).
Si tuviera que elegir una palabra que debería figurar entre los conceptos dominantes en relación con la Segunda Venida de Cristo, sería «vigilancia». La vigilancia consiste en salir de la costumbre y el letargo que nos envuelven con tanta facilidad. La vigilancia significa que el alma se enfoca en lo esencial y vive en el «kairós».
En efecto, el mero hecho de que nuestra vida terrenal esté sujeta a la muerte debería enseñarnos lo importante que es la vigilancia. Si gracias a la fe hemos comprendido que, en comparación con la eternidad, esta vida es menos que un abrir y cerrar de ojos, y que en la eternidad nuestra cercanía a Dios dependerá de cuánto hayamos correspondido a su amor en este mundo, entonces viviremos en una fecunda vigilancia. ¡Ahora es el tiempo en que podemos actuar, ahora es el tiempo en que podemos «acumular tesoros en el cielo» (cf. Mt 6, 20), ahora es el tiempo en que, día a día, podemos demostrarle nuestro amor a Dios! ¡Solo tenemos esta vida, que nos ha sido encomendada por el Señor, y, en Él, este tiempo nos pertenece!
El pasaje evangélico que hemos escuchado al principio de la meditación de hoy describe cómo el hombre se aferra a la vida natural. Este apego es tan fuerte que nada logra despertarlo y hacerle comprender los signos de los tiempos. Nada puede moverlo a percibir la verdadera situación de la vida y responder a ella de forma debida. Por eso, tampoco reconocerá la Venida del Hijo del hombre a través de los signos que la preceden. El hombre está totalmente desprevenido.
Existe una vigilancia defensiva, que está alerta ante los peligros que acechan a la persona y le lleva a tomar las medidas necesarias para prevenirlos: «Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa».
Pero también existe una vigilancia del amor: la de aquellas almas que esperan el Retorno de su Señor y trabajan llenas de fervor en su viña. En tales almas ha despertado ya el amor a Cristo e incluso pueden acelerar su Venida, como nos da a entender el Apóstol San Pedro:
«Si todas estas cosas se van a destruir de ese modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y aceleráis la venida del día de Dios!» (2Pe 3,11-12).
En lo referente a la vida espiritual, que adquiere un dinamismo adicional a través de la espera consciente del Retorno del Señor, ambas actitudes de la vigilancia son importantes y se complementan.
La vigilancia del amor, que es señal de que la presencia del Espíritu Santo está creciendo en nosotros, nos vuelve muy atentos para captar aun los más mínimos deseos del Señor. Además, nos lleva a esforzarnos concienzudamente por cumplir con espíritu de piedad las tareas que el Señor nos ha encomendado en nuestra vida (los deberes de estado).
Por otro lado, una vigilancia obrada por el Espíritu de Dios también es consciente de los peligros que rodean al hombre. La gran confianza en Dios, que crece a través del amor, de ningún modo nos hace ciegos. No nos lleva a una actitud ingenua e inmadura que no sabe medir las situaciones, sino que nos permite ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Así, la vigilancia no es una tensión temerosa ni una sobrevaloración del mal, pero tampoco es un mero optimismo de que «todo saldrá bien».
En cuanto al Retorno del Señor —que, como habíamos escuchado, incluso podemos anticipar a través del amor—, conocemos los signos que lo precederán. Ya se nos han descrito con suficiente detalle. El Señor incluso nos los señala específicamente para que sepamos identificar cuándo su venida es inminente.
Por tanto, a lo largo de esta semana hemos de escuchar atentamente lo que Jesús nos dice respecto a su Retorno y acogerlo todo con vigilancia, porque el Señor está cerca.
Ven, Señor Jesús, ¡Maranathá!
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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/la-cuestion-de-la-autoridad-2/

