María Magdalena, queriendo mostrarle su amor al Señor aun en la muerte, corre al sepulcro antes de que el día amanezca.
“Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2) –exclama con dolor, al descubrir que la piedra del sepulcro había sido removida. ¿Es que ni siquiera se deja en paz a los difuntos? ¿Dónde está su Señor?
Y entonces el Señor mismo se le aparece. Al principio María no lo reconoce, pero cuando Jesús la llama por su nombre, “ella, volviéndose, exclamó: ¡Rabbuni!” (Jn 20,16). Jesús aún no le permite tocarlo, pero la convierte en primera mensajera de la Resurrección.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Entonces Pedro y Juan, llamados por María Magdalena, se apresuran a ir al sepulcro. El discípulo amado corre más aprisa, pero deja que sea Pedro quien entre primero al sepulcro. A él –así como a todos sus sucesores– el Señor le encomendará más adelante la misión de anunciar la Resurrección y preservar la verdadera fe.
Los apóstoles aún tendrán que recorrer un camino hasta entenderlo todo… Pero ahora hablan por sí mismos el sepulcro vacío, los lienzos plegados, el sudario enrollado…
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Sí, nuestra esperanza se ha cumplido: la muerte ha sido vencida. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, infierno, tu aguijón?” (1Cor 15,55).
Nuestros ojos se abren y contemplamos la gloria de Dios. Un nuevo tiempo ha comenzado. No es la muerte quien tiene la última palabra; sino la vida de Cristo para siempre.
Posteriormente San Pablo interpelará a la iglesia de Corinto:
“Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe, todavía estáis en vuestros pecados. E incluso los que han muerto en Cristo perecieron. Y si tenemos puesta la esperanza en Cristo sólo para esta vida, somos los más miserables de todos los hombres.” (1Cor 15,17-19)
¡Pero Cristo ha resucitado! ¡Nuestra esperanza vive! ¡Se llama Jesucristo!
Ahora todo sigue su rumbo. El Resucitado se aparecerá de muchas maneras a los discípulos y ellos lo entenderán cada vez mejor. ¡Su esperanza no fue defraudada! Confiaron en el Señor (aunque no sin momentos de debilidad); y ahora son para siempre sus apóstoles. Él los envía al mundo entero:
“Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado.” (Mt 28,19-20)
Lo que sucedió en aquel entonces en Jerusalén cuenta para todos los tiempos. El Hijo de Dios redimió a la humanidad; Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). ¡A todos sin excepción debe serles anunciada esta Buena Nueva! El Padre Celestial, en su infinito amor, envió a su Hijo único para que todos se salven por Él.
Todos han de saberlo: Este Jesús, que fue clavado en la cruz, ha resucitado y nos prepara las moradas en la eternidad (Jn 14,2). Por eso nunca cesará el grito de júbilo:
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!