Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“Nadie ha comprendido todavía los infinitos deseos de mi corazón de Dios Padre, de ser conocido, amado y honrado por todos los hombres, justos y pecadores. Por lo tanto, son estos tres homenajes que deseo recibir de parte del hombre, para que yo pueda ser, incluso con los más grandes pecadores, siempre misericordioso y bueno.
¡Qué no he hecho por mi pueblo, desde Adán hasta José, el padre adoptivo de Jesús, y desde José hasta el día de hoy, para darle al hombre la posibilidad de rendirme el culto especial que me corresponde, como Padre, Creador y Salvador! Sin embargo, todavía no me ha sido ofrecido este culto especial que tanto deseo”.
Hoy podemos ver la intención por la cual nuestro Padre confió este mensaje a la Madre Eugenia Ravasio. Es evidente que algunas cosas hasta ahora no se han cumplido, ni en la humanidad en general ni tampoco en la Iglesia.
Si reflexionamos sobre el sentido de nuestra existencia humana, nos queda en claro que éste consiste en glorificar a Dios y servirle a Él. Y para glorificar a Dios es necesario conocerlo.
Es cierto que Jesús nos dio a conocer al Padre así como Él es en verdad. ¡Su mayor deseo era el de revelar al Padre! Una y otra vez lo expresó, y dio testimonio de Él con su vida y su muerte. Todo lo que Jesús dijo e hizo nos lo recuerda el Espíritu Santo (cf. Jn 14,26), tanto en la vida de la Iglesia como en nuestros corazones. Pero hemos de comprender aún más profunda y exhaustivamente la Revelación que se nos ha confiado. Para este fin sirven las revelaciones privadas, como el “Mensaje del Padre” que estamos meditando en estas semanas.
Las palabras del Padre nos dejan en claro que podemos conocer aún mejor a Dios. En efecto, nuestro conocimiento de Dios todavía no ha llegado a su culminación, si creemos e interiorizamos lo que nos enseña la Sagrada Escritura y la Iglesia: “Ahora conocemos de manera imperfecta” –nos dice San Pablo (1Cor 13,9).
Es algo similar a lo que sucede con el amor… Cuando el amor nos alcanza, no es que el proceso se haya completado ya de una vez y para siempre, sino que está constantemente abierto al crecimiento.
Lo mismo sucede con el conocimiento de nuestro Padre… Él quiere que entendamos mejor Su ser más íntimo, en la medida en que nos sea posible en nuestra vida terrenal. Por eso, en el pasaje de hoy nos hablaba sobre los deseos de Su corazón. Y se los confía a Sus amigos, porque son ellos quienes están atentos a Él y escuchan Sus deseos.
El primer deseo que expresa es el de “ser conocido”: ¿qué es lo que lo mueve, cómo piensa, cómo ama, qué es lo que le ofende, cuándo lo menospreciamos?
También escuchamos cuál es la razón por la cual Él quiere ser conocido, honrado y amado. No son motivos egoístas, sino que es para Él poder ser misericordioso aun con el más grande pecador.
¿No será éste el verdadero camino hacia la paz, mucho más allá de todo proyecto humano? Conocer a Dios es vivir, y quien lo haga, será guiado por el Espíritu de Dios y su vida se transformará. Aunque a menudo caigamos en nuestra debilidad, Dios nos levantará para que sigamos en nuestro camino.
Debemos tener siempre presente que el Señor quiere salvar a todos los hombres (cf. 1Tim 2,4). ¡Es éste el deseo esencial de Su corazón! ¡Ninguno ha de perderse!
Para ello, Dios quiere que lo conozcamos como Él es en verdad. Esta es la intención de las palabras tan tiernas que resuenan en este Mensaje. La bondad de nuestro Padre quiere lijar toda aspereza y dureza de nuestro corazón. El deseo de Dios de poder ser misericordioso con todos, debería proporcionarnos las “alas de los ángeles”, para anunciar el mensaje de la salvación.
A veces nos parecerá haber escuchado incontables veces todo esto… ¡Y puede que sea así! Pero, ¿ha calado tan profundamente en nuestro corazón, hasta el punto de haber quedado sobrecogidos por el amor del Padre? ¿Podemos hablarle directamente a Su corazón y Él al nuestro?
Evidentemente el Padre habla de un culto que aún no le es ofrecido lo suficiente, de modo que la gracia que nos tiene preparada todavía no puede comunicársenos plenamente. Por tanto, deberíamos conocerlo aún mejor.
¡Hablemos más con nuestro Padre! Por más importante que sea el servicio al prójimo y a los pobres, y no deba descuidárselo, éste no puede simplemente sustituir la relación de amor directa con nuestro Padre. Sí, esta relación es grande en sí misma, y requiere ser cultivada en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la participación en el culto, la recepción de los sacramentos, el trabajo en nuestro propio corazón…
Siempre –y particularmente en estos tiempos de plaga– hemos de abrirnos al amor del Padre y buscarlo. La confianza en Él, que surge al cultivar esta relación de amor con el Padre Celestial, no sólo nos sostendrá y guiará personalmente en esta pandemia, sino que, además, nos ayudará a ser apoyo para otros.
Una crisis tal no puede superarse simplemente con actitudes optimistas y métodos psicológicos. Antes bien, podrá superársela –e incluso hacérsela fructificar– si la atravesamos de la mano de Dios.
Mi gran intención es que pidamos por la conversión de las personas, porque es esto lo esencial. Como decía el Cardenal Burke hace un tiempo en una entrevista: “Lo que realmente necesitamos es una conversión religiosa.” ¡Los hombres han de vivir conforme a lo que Dios ha querido para ellos! ¡De eso se trata!
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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