¡Cuánto tiempo esperaron los israelitas al Mesías! Luego, cuando Él vino y empezaron a cumplirse las promesas, no lo reconocieron. ¡Qué tragedia! Ahora, los judíos creyentes siguen aguardándolo… Asimismo esperan la llegada del Profeta Elías, que ha de preceder al Mesías. Sin embargo, también él vino ya: “Si queréis comprenderlo, él es Elías, el que iba a venir” –dice Jesús, refiriéndose a Juan el Bautista (Mt 11,14).
Nosotros, los cristianos, podemos vivir en la inmerecida gracia de haber conocido al Mesías. Entonces, ¿qué es lo que esperamos ahora? ¡Esperamos la Fiesta de su Nacimiento! Una y otra vez, año tras año, porque la celebración de este acontecimiento ha de profundizar nuestro amor a Jesús y nos recuerda siempre de nuevo: ¡El Señor está aquí! ¡Él ha venido al mundo!
Precisamente en la oscuridad de estos tiempos deberíamos confiar aún más en la gracia del Señor y adherirnos más estrechamente a Él, pues cuanto más densas sean las tinieblas, tanto más fuerte brilla su luz.
Jesús es la esperanza del mundo y Él nos llama a la conversión de nuestra vida (Mc 1,15). Por más que los poderes de las tinieblas se empeñen en esclavizar a los hombres y nos ofrezcan una falsa libertad, una sola sonrisa del Niño de Belén los desenmascarará. Ellos no saben que sólo el Hijo nos da verdadera libertad (Jn 8,36), y que aquellos que se aferran a Él jamás podrán ser vencidos.
También Herodes está alerta y se pondrá en marcha para buscar al recién nacido con la intención de matarlo. Siente su reinado amenazado por el “nuevo rey” que ha nacido (Mt 2,1-8.16). El espíritu que lo mueve teme al Niño y a su Madre. Quisiera aniquilar todo rastro; toda huella que hable de Dios; todo lo que dé testimonio de su gloria.
Nosotros, en cambio, respondámosle como Él lo merece… Doblemos nuestras rodillas ante el Niño, el Salvador de este mundo, y pidámosle que establezca su suave dominio. No pongamos nuestro enfoque en las catástrofes que puedan venir; sino en el Señor y en su Retorno glorioso al Final de los Tiempos. Aguardemos la intervención de Dios, para que ahuyente la presente oscuridad. Esperemos el triunfo de la Virgen María, que pisoteará la cabeza de la serpiente (Gen 3,15).
Sin embargo, esta espera no es una actitud meramente pasiva, como si no hubiese nada que pudiéramos hacer por nuestra parte. Tomemos en nuestras manos el Rosario y recémoslo; con la “oración de Jesús”, modelemos nuestro corazón conforme al suyo; recibamos los santos sacramentos; confiemos en la Omnipotencia de nuestro Padre y en la guía del Espíritu Santo. Convirtámonos más profundamente y anunciemos el Evangelio de todas las maneras posibles.
Una espera tal le agradará al Señor: con la confianza puesta en Él, trabajando en su viña, ofreciendo resistencia a los poderes de la oscuridad y permaneciendo fieles a Él.
¡El Señor está cerca! Esta misma Noche será el gran momento… El cielo abre sus puertas de par en par para anunciar el glorioso mensaje del Nacimiento de Cristo. Junto al pesebre, preparémonos y cobremos fuerza para el servicio que hemos de prestar en el ejército del Cordero durante el año que viene.