Sanación interior en Dios (Parte II)

La sanación a través de la Palabra de Dios

Ayer empezamos a abordar el proceso de sanación que inicia cuando se acoge la fe, que abarca a la persona en su integridad. Gracias a la fe, que es nuestra respuesta al amor de Dios que tanto nos había buscado, se activa la vocación trascendente de nuestra vida. Se restablece una relación consciente con Dios y la vida divina puede infundirse en nosotros.

Al hablar de fe, es importante hacer énfasis en que se trata de la verdadera fe, es decir, la que se nos transmite a través de la Sagrada Escritura, la Tradición y el auténtico Magisterio de la Iglesia. Esto no significa que otras religiones no puedan albergar ciertos elementos de verdad. Sin embargo, también contienen muchos errores y carencias en lo referente al conocimiento de Dios, por lo que no pueden considerarse caminos de salvación ni son capaces de sanar el alma como solo puede hacerlo el camino de la auténtica fe en Jesucristo. ¡A este camino Dios llama a todos los hombres!

Por mediación de la Iglesia, Dios nos ha concedido la Sagrada Escritura como un tesoro inestimable. En ella encontramos la Palabra de Dios y, por tanto, a Dios mismo, que se nos comunica. Cuando hemos acogido la luz de la fe, la Palabra de Dios empieza a hablarnos y nosotros aprendemos a comprenderla. Así, la Palabra del Señor nos ilumina e instruye, sacándonos de las tinieblas de la ignorancia.

¡La Palabra del Señor es la verdad! El hombre ha sido creado para la verdad y toda ofensa a la verdad lo hiere en lo más profundo. Vivir en la mentira, el error y la ilusión ofende a la persona en su dignidad. La verdad no es una mera opinión subjetiva, como lamentablemente muchos opinan hoy en día. No es que cada uno pueda vivir según su propia verdad, sino que Dios mismo es la verdad. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Por eso no puede haber muchas verdades, como tampoco hay muchos dioses, sino un solo Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es cierto que puede haber diferentes niveles de conocimiento de la verdad, pero no que existan diversas verdades.

La Palabra de Dios, pues, sacia nuestra necesidad interior de conocer la verdad y es luz en nuestra senda (cf. Sal 118,105). Es inagotable y, cuando el auténtico Magisterio de la Iglesia nos ayuda a entenderla mejor, el hambre del alma queda satisfecha. Del mismo modo que el hombre se ve violado y esclavizado interiormente por el pecado y la fe lo libera y sana, también queda liberado y sanado por la verdad. La Palabra de Dios penetra en él y se convierte en el criterio de su pensar y obrar. El alma aprende a identificar mejor la voz de su Señor y Pastor y a diferenciarla de otras voces.

Con la lectura de la Sagrada Escritura y, sobre todo, con su interiorización, atesoramos en nuestra alma un inagotable tesoro de sabiduría. Y será el Espíritu Santo quien nos recuerde siempre las palabras de la Escritura y nos traiga a la memoria las palabras de Nuestro Señor. Entonces, la Palabra de Dios se convierte en un alimento espiritual constante, con un sabor único que ninguna palabra humana, por muy erudita que sea, podría poseer. Este alimento nos robustece, ahuyenta cada vez más las escamas de la ceguera, reincorpora al alma y la vuelve capaz de dar testimonio de la verdad.

Así como a diario proporcionamos alimento a nuestro cuerpo para conservarlo, así Dios nutre nuestra vida espiritual con su Palabra. A través de ella, Él mismo mora en el alma del hombre. La Iglesia expresa bellamente el valor de la Palabra al decir que, en la Mesa del Señor, somos alimentados tanto con el sacramento como con la Palabra de Dios. Antes de recibir la comunión, los fieles exclamamos: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».

El proceso de sanación del alma, que comienza con la acogida de la fe, sigue avanzando gracias a la constante escucha e interiorización de la Palabra de Dios. Así, la verdad penetra cada vez más en nosotros y libera al alma de su confusión. El entendimiento, oscurecido por el pecado original, se ilumina con la luz de Dios y los caminos del Señor le resultan cada vez más claros al alma.

De este modo, la Palabra de Dios nos devuelve la dignidad de caminar en la verdad y sana las heridas más profundas de la ignorancia.

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