«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: ‘Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.
Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro’. Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies’. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»
Escuchamos aquí a un Pedro transformado. Anuncia la verdad sin miedo, sabiendo muy bien lo que le puede costar. Los enemigos del Señor son también enemigos suyos mientras no experimenten una verdadera conversión por la gracia de Dios. Dicha conversión se les ofrece constantemente, pero, por desgracia, no siempre la acogen. No obstante, hay que decir la verdad. Es un testimonio para el cielo y la tierra.
Pedro no elude esta obligación. Es el Espíritu Santo quien le da la fuerza para proclamar abiertamente que crucificar y matar al Hijo de Dios fue un crimen sin igual. Sin embargo, les muestra a los israelitas que todo lo que había sido predicho en las Escrituras se cumplió en Jesús y que Dios entregó a su propio Hijo.
A continuación, Pedro anuncia la Resurrección de Jesús de entre los muertos. También lo hace partiendo de la Escritura, citando los respectivos pasajes de David y dando a entender a sus oyentes que el Resucitado realiza la sucesión de David. Dios había hecho un juramento a David de que “se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción.”
Los apóstoles atestiguan ahora que con la Resurrección de Jesús, quien fue exaltado por la diestra de Dios, se ha cumplido la promesa. A continuación, Pedro hace referencia al envío del Espíritu Santo, del que acababan de ser testigos: la maravillosa presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El discurso iluminado de Pedro, basado en pruebas bíblicas y corroborado por el signo inequívoco del descenso del Espíritu Santo, desemboca ahora en la exhortación a la casa de Israel a reconocer al Crucificado como el Señor y el Ungido de Dios. Con esto, se había dicho lo esencial.
De ningún modo eran borrachos contando historias incoherentes, sino que eran testigos enviados y acreditados por Dios, que anunciaban la salvación a los hombres, aun a precio de persecución y muerte. ¡Estaban embriagados por el Espíritu del Señor!
Los apóstoles sabían muy bien que ahora los hombres, y en primer lugar los hijos de Israel, tendrían que tomar una decisión: ¿están dispuestos a reconocer y aceptar la voluntad de Dios?, ¿creerán en el testimonio de los apóstoles y se convertirán en discípulos del Señor por la iluminación del Espíritu Santo?
Hasta el día de hoy, sigue pendiente esta decisión que la humanidad entera debe tomar tras haber recibido el auténtico anuncio: ¿creerán en el Hijo de Dios, se dejarán iluminar por el Espíritu Santo y obtendrán la salvación?
Partiendo de Jerusalén, el mensaje del Resucitado llegará ahora al mundo entero, y sus testigos anunciarán el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo. Así lo dispuso el Padre Celestial y preparó todo para que se cumpliese. ¿Lo escucharán los hombres?
El discurso de Pedro no fue en vano. Mañana escucharemos cómo el Espíritu Santo obró con poder en los corazones de sus oyentes.
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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/la-luz-vino-a-las-tinieblas-2/