Éste es el Hijo de Dios

Jn 1,29-34

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús venir hacia él, dijo: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que está por delante de mí, porque existía antes que yo.’ Yo no le conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él sea manifestado a Israel.” Y Juan dio testimonio diciendo: “He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.’ Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

El testimonio del Bautista, el testimonio de la Iglesia es un legado para nosotros: Jesús es el Hijo de Dios y, por tanto, es también el Mesías esperado. ¡Cuán importante es esta profesión de fe para nosotros hoy! Quisiera citar unas palabras del libro “La salvación viene de los judíos”, escrito por Roy Schoeman, un judío que recibió la gracia de reconocer a Jesús como el Mesías. Aquí tenemos un ejemplo del impacto que esta experiencia puede tener en la mentalidad y en el actuar de un judío. Así escribe Roy con toda claridad y coherencia en el prefacio de dicho libro:

“Si Jesús es el Mesías, entonces los judíos que rechazan el cristianismo (o el judaísmo mesiánico) están equivocados. Si Jesús no era el Mesías, entonces los cristianos están equivocados, por buenas que sean sus intenciones. Estar equivocado no significa necesariamente deshonra moral o culpabilidad, pero es ilógico insistir en que, de alguna manera, el judaísmo es lo correcto para los judíos, y el cristianismo es lo correcto para los cristianos, y que la verdad depende del grupo al que uno pertenezca. Si Jesús era el Mesías Judío, entonces naturalmente todo el significado y propósito de la religión judía gira en torno al propósito de preparar el terreno para la encarnación de Dios como hombre, y cualquier judío que no acepte a Jesús no ha comprendido el verdadero papel del judaísmo en la historia de la salvación.”

¿Es que hoy en día seguimos estando convencidos de ello y sacamos la respectiva conclusión como lo hace Roy Schoeman, que da testimonio de su conversión siempre que se le presenta la ocasión? Su alegría por haber conocido al Señor y por haber encontrado la Iglesia Católica nos invita a cobrar conciencia del inmenso honor y la gracia de poder decir junto con Juan el Bautista: ¡Éste es el Hijo de Dios!

Esta profesión de fe no ha perdido su actualidad, aun si muchas personas hoy en día ya no la consideran tan importante… Pero, siguiendo la lógica de la Sagrada Escritura, no existe nada más importante para la humanidad que escuchar el mensaje del Evangelio y hacer la Voluntad de Dios. Lo que ha dicho Roy Schoeman sobre los judíos puede aplicarse a la humanidad entera. El sentido de la existencia del hombre consiste en conocer a Dios y corresponder a su amor. Esto posee tal prioridad que todo lo demás ha de pasar a un segundo plano. Es decir que todas las realidades terrenales han de ponerse al servicio de la razón esencial de la existencia. Los Apóstoles lo entendieron, un San Pablo lo vivió, un San Francisco Javier ardió por ello, así como muchos otros testigos también…

En consecuencia, es imposible que la Iglesia promueva un relativismo religioso, anunciando que todas las religiones conducen a Dios. Quien diga algo semejante, tendrá que confrontarse a estas palabras de San Pablo: “Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema!” (Gal 1,8).

Pero aquí surge la cuestión: ¿cómo se puede llegar al hombre de este tiempo? ¿Cómo se puede despertar en él el anhelo del verdadero amor y de la verdad? Ciertamente, no hay ningún medio eficaz a nivel humano, ni una metodología sistemática para alcanzar este fin…

A veces, simplemente habrá que saber soportar el hecho de que quizá en su propio entorno no se plantee la cuestión de Dios ni se busque llevar una vida más cristiana, y que estos asuntos tan esenciales despierten poco interés o incluso sean vistos como algo extraño… Sin embargo, el sufrimiento interior que nos provoca esta situación podemos ofrecérselo al Señor por la conversión de los hombres, junto con nuestra oración y testimonio.

En todo caso, jamás debemos desanimarnos ni dejarnos contagiar por la indiferencia o el alejamiento de la fe. Habrá momentos en que sea necesario retirarnos por completo a la oración interior para que nuestra alma no se oscurezca. Esto es especialmente necesario cuando nos encontramos en tiempos en los que aumenta la influencia anticristiana. Es ahí cuando hace falta tener un espacio interior en el alma, una especie de «celda monástica», a la que podamos retirarnos para estar a solas con Dios. A partir de ahí, con nuestras fuerzas renovadas, podremos salir nuevamente para dar testimonio del Hijo de Dios, en el lugar que Él nos ha asignado… ¡Él es el Hijo de Dios!

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