La obediencia de los pueblos

Gen 49,1-2.9-10

En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: “Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro; agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu padre. Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos.”

¡Es Cristo quien merece la obediencia de los pueblos! Aquellos que ya han recibido a Jesús como a su Señor y le sirven, están ya conscientes de ello… A lo largo de la historia, una y otra vez se ha cuestionado en qué ha de consistir esta obediencia, y ha habido quienes se han hecho la idea de un concreto y terrenal Reinado de Jesús, o ha habido otros tantos que han pensado que el Vicario de Cristo en la Tierra debería ejercer un poder político… De hecho, en ciertas corrientes del judaísmo subsiste hasta hoy en día la idea de que el Mesías será un gobernante de este mundo, y también dentro del cristianismo hay pequeñas agrupaciones que creen que Jesús, cuando vuelva en su gloria, edificará visiblemente su Reino en Jerusalén, desde donde regirá.

Pero si escuchamos las palabras del Señor mismo, veremos que nos señala una realidad distinta. Jesús, estando ante Pilato, confirma que, en efecto, es Rey, pero que su Reino no es de este mundo. “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.” (Jn 18,36).

Entonces, el Reino del Señor tiene otro carácter, distinto al de un Reinado terrenal. Podríamos describirlo como un Reino de amor y de verdad, un Reino que viene del cielo, desde la gloria de Dios hacia este mundo… A veces podemos vislumbrar un rayo de esta realidad, por ejemplo, en una solemne liturgia, en una comunidad amorosa entre personas, en el interior de nuestro corazón…

Puesto que el Reino del Señor es un Reino de amor y de verdad, le corresponde a Él la obediencia de los pueblos. El juicio de Dios nos mostrará qué tanto hemos vivido conforme al amor y a la verdad.

Es importante tener la comprensión adecuada de esta obediencia. Cada persona tiene el deber de seguir la verdad, en la medida en que la reconozca. No seguir la verdad significa vivir contra la propia esencia y contra Dios. Incluso cuando la persona ignora la verdad o no la conoce lo suficiente, o se ha abierto al engaño o aun a la mentira, su vida se oscurece. “La verdad os hará libres” -nos dice el Señor (Jn 8,32). Y en otra parte afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).

Ciertamente está en nuestras manos si optamos o no por la verdad, pero, en caso de no hacerlo, estaríamos abusando de la libertad, lo cual acarreará graves consecuencias.

Desde este aspecto, considerando que el hombre está comprometido con la verdad y el amor, podemos entender aquella frase con la que concluye la lectura de hoy: El verdadero rey -y se refiere al Mesías venidero- es quien merece la obediencia de los pueblos.

Esta afirmación tiene enormes consecuencias para nosotros, los cristianos. Porque si uno está interiormente comprometido con la verdad, entonces también existe el deber de anunciar esta verdad, oportuna o inoportunamente, y vivir conforme a esta verdad.

Entonces, hay una triple dimensión: Por un lado, la verdad en sí misma exige que la busquemos; en segundo lugar, exige ser anunciada, porque es un encargo del Señor; en tercer lugar y en consecuencia, exige que vivamos conforme a ella.

Si nos tomamos a pecho la Palabra de la Escritura, no puede caber relativismo en el anuncio de la verdad. No es posible aquella tendencia que se propaga cada vez más hoy en día, de que cada cual viva “su propia verdad” y todas las diferentes verdades pueden “convivir -por así decir- en pie de igualdad”. Quizá esto sea un pensamiento moderno y una aparente tolerancia positiva. ¡Pero la verdad es otra!

Ciertamente existen diversos grados de conocimiento de la verdad, tanto en el ámbito privado como en el religioso. También es cierto que no podemos juzgar si la falta de conocimiento de la verdad es culpa de la persona o no. ¡Sólo Dios lo sabe! Pero, tomando a la verdad como parámetro, sí podemos medir qué tan alejada está una persona de conocerla. Esta dimensión objetiva podremos constatarla con más facilidad que el actuar ético con sus respectivas intenciones…

Podríamos decir, por ejemplo, que en la religión judía existe, por una parte, un gran conocimiento de Dios; mientras que, por otra parte, les falta el conocimiento del Mesías, lo cual es una carencia decisiva, que no permite que resplandezca la clara luz del Evangelio.

Así mismo podríamos contemplar a las diversas religiones e incluso situaciones de vida. ¡Sólo partiendo de la verdad obtendremos la luz auténtica para este discernimiento! Y el amor, por su parte, se encargará de enseñarnos cuál será la forma más apropiada para transmitir la verdad a los corazones, porque si hemos reconocido al Señor, no podemos más que dar testimonio de Él según Él mismo nos vaya indicando…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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