Amado Niño, ya casi hemos llegado al final de estas meditaciones de Navidad, y también el año está a punto de culminar.
Amado Señor, ha sido un año tan extraño e incluso absurdo para muchas personas… ¿A quién podrán dirigirse si no a Ti, que incluso en tiempos tan confusos estás presente, y quizá de forma especial cuando ves la necesidad y angustia de las personas?
¿Qué quieres darnos a entender a través de los acontecimientos de este año? Amado Niño Jesús, habría tanto que decir al respecto, pero un mensaje es seguro: Aunque todo empiece a tambalear, Tú eres y seguirás siendo el mismo. Tampoco ha cambiado el mensaje de la Navidad: ¡Alegraos, Cristo ha nacido! (cf. Lc 2,10-11)
¡Precisamente en estos tiempos difíciles los hombres han de enterarse de ello! Las cosas de este mundo no pueden darnos seguridad, pues se desvanecen. La vida terrenal es pasajera y no debemos aferrarnos a ella ni querer preservarla a toda costa.
Si acogemos Tu ofrecimiento de gracia, oh Niño Divino, nos espera otra vida: una vida sin sufrimiento ni muerte; una vida sin enfermedad y sin miedo; una vida sin pecado (cf. Ap 21,4)…
Es una ilusión pretender hallar la verdadera felicidad sin conocerte, porque todo lo terrenal está marcado por la caducidad. Nuestro Padre Celestial permite que lo experimentemos, para que lo busquemos a Él…
A Ti, Amado Señor, Te damos las gracias por este año, porque Tú nos has sostenido. Quizá hemos perdido seres queridos: ¡dales el descanso eterno! Acepta clemente el dolor de aquellos que han sufrido bajo las tribulaciones de este año…
Vemos las nubes oscuras que se ciernen cada vez más densamente sobre el mundo; pero Tu luz las ahuyentará. ¡Permanezcamos firmes! ¡Nunca perdamos la esperanza ni nuestra fe! ¡Precisamente ahora debe demostrar su valía!
Entremos en el nuevo año con la mirada puesta en Ti, que eres el Principio y el Fin (Ap 22,13).
Mañana, habiendo entrado ya en el año nuevo y concluyendo la Octava de Navidad contemplando a Tu Madre, aguardaremos Tu Segunda Venida. En efecto, la Navidad no es solamente la Fiesta de Tu Nacimiento, sino también la espera de Tu Retorno glorioso.
Todos los “dolores de parto” que preceden a la Parusía, deberían llevarnos a la vigilancia y traernos a la memoria éstas Tus palabras: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).