Amado Niño, podríamos exultar de gozo sin cesar, especialmente cuando miramos a Tu incomparable Madre y a San José…
¡Qué calidez rodea a la Sagrada Familia! Con su humanidad, impregnada por el Espíritu de Dios, santifica al núcleo de la sociedad humana: la familia.
¿Cómo se habrán sentido María y José, teniéndote entre ellos y comprendiendo quién es Aquél que les había sido encomendado?
¡Qué gracia! ¡Qué elección! ¡Qué confianza depositó el Padre en María y en José! ¡Qué constante deleite es para ellos Tu presencia! Y a ti mismo, ¡en qué manos tan buenas te ha puesto Tu Padre!
Más adelante convertirás a Tu Madre en Madre de todos los hombres (Jn 19,25-27).
Pero, Amado Niño, a pesar de todo el santo regocijo por Tu venida, a pesar del gozo de los ángeles, del asombro de los pastores, de la reverencia de los magos de Oriente y de la felicidad de Tus padres terrenales, no has venido a un paraíso.
Herodes te persigue y quiere matarte. Te tiene miedo, teme por su poder (Mt 2,1-3). Tus padres tienen que huir contigo a Egipto (v. 13-14). El espíritu malo que mueve a Herodes no descansa… Es el “homicida desde el principio” (Jn 8,44), que en su arrebato de locura quiere destruir todo lo que atestigüe el amor del Padre, y especialmente a Ti mismo.
¿Sabes, Amado Niño? Hoy, cuando hablo contigo, sigue haciendo estragos este espíritu maligno. Quiere borrar Tu testimonio y aniquilar toda huella que dejó Tu venida a este mundo.
Cuando Tú habías nacido, mandó matar a todos los niños que habrían tenido aproximadamente tu edad (Mt 2,16). Se escuchó un clamor: “Es Raquel que llora por sus hijos y no quiere consolarse, porque ya no existen” (v. 18).
Hoy, Amadísimo Jesús, son tantas las personas engañadas por este espíritu maligno. Muchas madres y muchos padres ya no se alegran por el niño que viene en camino. No entienden que, con cada niño, Tú mismo vienes a ellos (Mt 18,5). Por tanto, permiten que Herodes y sus verdugos les quiten la vida.
Los ángeles lloran…¡Cuánto sufrimiento! ¿Quién puede soportarlo?
Tú, Amado Niño, sabes bien cómo es el mundo al que has venido… Herodes lo deja en claro. ¡Pero aun así has venido, porque querías darnos a conocer al Padre y redimirnos (Jn 17,26)!
Éste es nuestro consuelo a toda hora. ¿Cómo podremos jamás agradecerte lo suficiente?