1Pe 2,20b-25
Si soportáis el castigo a pesar de haber obrado bien, esto es una gracia ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.
Él no cometió pecado, y en su boca no se halló engaño. Cuando era insultado, no respondía con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con rectitud. Fue él quien, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que muriésemos a nuestros pecados y viviéramos para la justicia; y con sus heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.
En este pasaje bíblico, San Pedro exalta de forma particular el sufrimiento, que para nosotros, los hombres, es un tema difícil de comprender.
De hecho, el sufrimiento puede ser también la consecuencia de pecados y errores, que ha de servir como una medida pedagógica para que uno vuelva a buscar el camino recto. Pero la lectura de hoy no se refiere a esta clase de sufrimiento. Antes bien, se dirige a aquellos que sufren a pesar de haber obrado bien y cumplido la Voluntad de Dios. Si permanecen en el camino recto aunque les sobrevenga sufrimiento, entonces su dolor se une directamente al de Cristo.
Estas palabras de San Pedro nos recuerdan a una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa” (Mt 5,11).
El texto incluso dice que un sufrimiento de este tipo sería una “gracia ante Dios”. Ahora bien, la gracia es una manifestación del amor de Dios. ¿Cómo se puede entonces entender que un sufrimiento, sea el que fuere, es una gracia, si lo experimentamos siempre como una restricción en nuestra vida?
Esta definición sólo puede entenderse si se tiene presente la dimensión expiatoria y redentora de la Pasión de Cristo. Precisamente esto es lo que describe a continuación San Pedro, recordándonos lo que el Señor padeció por nosotros.
Imitándolo a Él, el sufrimiento que se carga se convierte en un sufrimiento redentor. Tenemos parte en el sufrimiento de Cristo; más aún, nos unimos a Él. Dios transforma desde dentro lo pesado y agobiante del sufrimiento, y nos lo retribuirá como mérito.
La perseverancia en medio del sufrimiento es una muestra especial de nuestro amor a Cristo, pues precisamente en estas circunstancias nos vemos tentados a huir del dolor y olvidarnos del Señor. Imaginemos, por ejemplo, la situación de ser perseguidos por causa suya, con el miedo a la muerte que esto implica. No todos son capaces de mantenerse firmes, pues para ello se requiere el don de fortaleza, que siempre podemos pedir.
¿Cómo podremos, pues, adquirir tal firmeza, para poder cooperar también con la gracia de Dios?
En primer lugar, debemos orar siempre, preparándonos para los momentos de tribulación: “Señor, fortalécenos cuando tengamos que sufrir, para que nos mantengamos firmes”. Una oración tal corresponde a la prudencia cristiana y al realismo, pues nunca podemos sentirnos demasiado seguros de nosotros mismos. La experiencia de San Pedro, que negó tres veces al Señor, ha de servirnos de advertencia, para no confiarnos de nuestras propias fuerzas y emociones.
Luego, cuando nos sobrevenga la tribulación, no debemos concentrarnos demasiado en el sufrimiento, desmenuzándolo en todas sus dimensiones, exagerándolo o mencionándolo demasiado ante los demás. Hemos de cuidarnos de caer en la autocompasión y en el victimismo, que suelen aparecer en estas situaciones, y de buscar un falso consuelo en las otras personas.
Es importante aceptar conscientemente el sufrimiento de la mano del Señor y unirlo a su sufrimiento, mediante una oración sencilla como ésta: “Señor, yo acepto de tu mano este sufrimiento. Dame fuerzas y haz que éste dé fruto”. Cuando lleguen las tentaciones de hundirnos en el sufrimiento, es importante elevar una y otra vez el corazón a Dios en la oración e invocar su Nombre. A veces también podemos simplemente llevar ante Él nuestro dolor en el silencio. ¡En estos tiempos nos volvemos más fuertes!
Cuanto más conscientemente aceptemos el sufrimiento y lo sobrellevemos en el Señor, tanto más fácilmente podrá incluso convertírsenos en un pequeño tesoro escondido, en una relación de intimidad con Dios, pues nadie más que Él podrá comprender del todo nuestro dolor.
Con el paso del tiempo, puede suceder que incluso nos sintamos llamados a cargar con aquel sufrimiento, que el Señor nos lo confía como señal de su amor, incluyéndonos así en su plan de salvación y haciéndonos crecer en el amor. Comprenderemos que nos está dando una oportunidad de demostrarle nuestro amor. Así, se puede llegar hasta el punto de agradecerle por habernos considerado dignos de soportar un sufrimiento por su causa.
Si, con la ayuda de Dios, emprendemos este camino, podrá hacerse eficaz aquella gracia de la que habla el Apóstol San Pedro.