Llegando ya al final de nuestro itinerario cuaresmal, no queremos dejar de echar una mirada a la Virgen María, la Madre de Dios. ¿Qué criatura podría comprender mejor el sufrimiento de su Hijo que aquella que recibió la indecible gracia de ser su Madre y discípula? El calendario tradicional dedica el viernes previo a la Semana Santa a contemplar los dolores de María. En ese sentido, escucharemos hoy nuevamente una meditación del P. Gabriel de Santa María Magdalena sobre este tema.
“Oh María, santa Madre del Señor crucificado, dime tú algo sobre su sufrimiento, porque entre tantos que estuvieron presentes, tú sentiste y viste más que todos. Y es que tú lo miraste tanto con los ojos del cuerpo como con los del corazón; con toda tu atención lo contemplaste, pues lo amaste indeciblemente” (Santa Ángela de Foligno).
La primera señal explícita de que María tendría parte en la Pasión de Jesús la encontramos en la profecía del Anciano Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2,35). En el Calvario, esta profecía se cumplió a plenitud. San Bernardo exclama: “Sí, bendita Madre, verdaderamente una espada atravesó tu alma. En efecto, sólo a través de ella podría herir el cuerpo de tu Hijo. Después de que tu Jesús hubo expirado, la lanza cruel que había abierto su costado ya no podía herir su alma, pero traspasó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar.” Esta hermosa interpretación nos permite comprender cómo María, siendo la Madre, estuvo unida en lo más íntimo al sufrimiento de su Hijo.
La liturgia de hoy pone en boca de la Madre Dolorosa estas conmovedoras palabras: “Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta” (Lam 1,12). Sí, su dolor es inconmensurable; pero su amor es más inmenso aún: tan grande como un océano en el que todo cabe. De ninguna otra criatura aparte de María puede decirse que su amor es más fuerte que la muerte. De hecho, su amor la hizo capaz de soportar la amarguísima muerte de Jesús.
“Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara de Cristo,
en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?”.
Así canta el autor del “Stabat Mater”, e inmediatamente añade:
“¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.”
Seguimos hoy la invitación de la Iglesia, contemplando los dolores de María, sufriendo con ella y pidiendo la gran gracia de poder participar con ella en la Pasión de su Jesús. Recordemos que esta participación no puede quedarse en el ámbito de los sentimientos, por buenos y santos que éstos sean; sino que debemos llegar a la com-pasión; es decir, a sufrir junto con Jesús y María. Los sufrimientos que nos sobrevienen en nuestra vida nos son dados precisamente para este fin.
Al mirar a la Madre al pie de la cruz, la escuela de la cruz se nos vuelve menos dura y amarga. Su ejemplo maternal nos anima a sufrir y alivia nuestro camino hacia el Calvario. Sigamos, pues, a Jesús junto con María; vayamos con ella hacia la cruz que Él carga; abracemos de buena gana la nuestra, para poder ofrecerla junto a la de su Hijo.
Mañana cerraremos nuestro itinerario cuaresmal repasando las diversas etapas en este camino. Ha sido un largo trayecto, que ya muy pronto desembocará en la Semana Santa. ¡Qué reconfortante es saber que el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra; sino que la Resurrección de Cristo triunfará sobre todo! Ésta es nuestra firme esperanza, y así el júbilo de la Pascua resonará también en nuestros corazones. ¡Pronto llegará el momento! ¡Queda poco tiempo! Sigamos caminando día a día. El Señor nos espera en el tiempo y en la eternidad, y velará para que ninguno de nosotros se pierda (cf. Jn 17,12).
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Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/2019/04/12/