Hoy se celebra la memoria del beato Enrique Suso, que quizá sea menos conocido en la Iglesia Universal que en los países de habla alemana. Él es un maestro espiritual confiable, y sabemos cuán necesitados estamos en estos tiempos de maestros espirituales, que por desgracia escasean cada vez más.
Por tanto, se vuelve aún más importante dejar hablar y prestar oído a aquellos maestros que fueron concedidos a la Iglesia y que forman parte de su tesoro incorruptible. Escuchemos, pues, una de las frases del Beato Enrique Suso para la meditación de hoy:
“Un hombre sereno no ha de ocuparse a toda hora de lo que aún le falta; sino que ha de cuestionarse de qué más podría prescindir.”
A menudo estamos pendientes de acumular la mayor cantidad de cosas que podamos. Por una parte, uno se complace en las cosas de este mundo; y, por otra, ellas parecen proporcionarnos una cierta seguridad, quizá incluso una especie de hogar… Enrique Suso, en cambio, sabe que el estar muy ocupados con las cosas terrenales nos distrae de Dios. Para él, el antídoto consiste en examinar lo que no es realmente necesario, para no atar el corazón a las cosas pasajeras. Además, el afán de poseer siempre trae consigo el peligro de la avaricia.
El beato emplea el término “serenidad” o, por decirlo con mayor precisión, habla del “hombre sereno”. La verdadera serenidad nace de la confianza en Dios. Entonces, uno no se sumerge en la dinámica de los sucesos negativos ni se deja perturbar o mover por ellos. Antes bien, uno empieza a relacionar todos los acontecimientos con Dios, intentando contemplarlos en su luz. En ello, nos mueve la certeza de que, a fin de cuentas, Dios se valdrá de todo para el bien de los que lo aman (cf. Rom 8,28).
Por tanto, hay una clara diferencia entre esta actitud de confiada serenidad y una actitud de indiferencia o incluso el así llamado estoicismo, que pretende alcanzar una invulnerabilidad e insensibilidad frente a los acontecimientos. Tampoco se debe confundir esta serenidad con una actitud de optimismo humano, de que todo saldrá bien; ni con una especie de somnolencia, que no percibe lo que sucede a su alrededor. Antes bien, la verdadera serenidad brota de una profunda unión con Dios y de haber aprendido a mirar todas las cosas desde su perspectiva. Así, se torna más fácil lidiar con la diversidad de situaciones que se presentan con esta calma…
En esta misma actitud interior, se aprenderá a discernir cuidadosamente cómo manejar las cosas de este mundo. El don de ciencia empieza a hacerse eficaz en nosotros, enseñándonos que las cosas de este mundo no son nada en sí mismas. Por eso, nuestros esfuerzos por adquirirlos no deben volverse predominantes, sino que, siguiendo el consejo del Beato Enrique, hemos de cuestionarnos más bien de qué más podemos prescindir.
En su Sabiduría, Dios dispuso que el deleite de lo pasajero no nos sacie y nos deje un sentimiento de vacío. Hay personas que intentan evadir esta experiencia interior, y pretenden tapar el vacío acumulando más y más bienes pasajeros. Sin embargo, esta respuesta es la equivocada, pues el vacío no es más que un indicio para que busquemos al Único que es capaz de llenarlo.
Yo expresaría el consejo del Beato Enrique con mis propias palabras: “No te aferres a las cosas de este mundo. Puedes incluirlas en tu vida, puedes deleitarte en ellas; pero no les entregues tu corazón ni permitas que lo posean”. Nuestro amigo San Pablo también nos dice algo similar: “Los que disfrutan de este mundo, [vivan] como si no disfrutasen” (1Cor 7,31).
Entonces, nada de acumular innecesariamente bienes materiales y buscar en ellos placer y seguridad. Antes bien, es aconsejable caminar de la mano de Dios en nuestra vida, contentándonos con pocas cosas y encontrando sólo en el Señor nuestra verdadera y duradera felicidad.