Mt 12,14-21
En aquel tiempo, los fariseos se pusieron de acuerdo contra Jesús, para ver cómo eliminarlo. Jesús, sabiéndolo, se alejó de allí, y le siguieron muchos y los curó a todos, y les ordenó que no le descubriesen, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: “Aquí está mi Siervo, a quien elegí, mi amado, en quien se complace mi alma. Pondré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia. Y en su nombre pondrán su esperanza las naciones.
El Señor se encuentra aquí en una situación de persecución muy concreta. De hecho, Él estaba consciente de que los fariseos habían tomado la resolución de matarlo. Por eso, se alejó de aquella región, y a los que había curado les mandó que no hablasen públicamente de Él. Su hora aún no había llegado, por eso se escapa de aquellos que quieren silenciarlo (cf. Jn 7,30). Sin embargo, sigue llevando a cabo su misión, para la cual ha sido enviado. Los pueblos han de conocerlo a Él, para que la esperanza entre en sus vidas y experimenten el amor misericordioso de Dios.
Hay que ponderar cuidadosamente cómo lidiar con una situación de persecución. En el ejemplo del Señor, vemos que Él no se lanza desprotegido en medio del tumulto de la batalla, como lo conocemos de algunas figuras heroicas, sean reales o imaginarias. Cuando llega a producirse una persecución por causa del Señor, siempre debe examinarse cuidadosamente cuál es su Voluntad en la situación concreta. Uno no se pertenece a sí mismo, sino que tiene un encargo que cumplir de parte de Dios. Entonces, la atención se centra en cómo seguir llevando a cabo esta misión en una situación tal. Por tanto, no se trata tanto de una autoprotección, si bien ésta es legítima. Tampoco puede ser el miedo el factor determinante; sino la escucha atenta de la Voluntad de Dios: ¿Cómo quiere Él que se efectúe su plan en la situación de persecución?
El hecho de que, a partir de entonces, el actuar de Jesús quedara más escondido, se debió a la persecución. Sin embargo, el Señor puede continuar con su obra. Quizá algunos pastores de la Iglesia que están conscientes de la crisis actual también piensan de esa forma. Posiblemente consideran que, si se posicionan públicamente, serán perseguidos y ya no podrán continuar con su ministerio para bien del Pueblo de Dios. Desde este punto de vista, podría justificarse el hecho de que callen, pero no si se trata sobre todo de protegerse a sí mismos.
De hecho, no sólo podemos hablar de persecución cuando está en riesgo la propia vida, sino que ésta empieza ya mucho antes y se manifiesta de diversas formas. Lo que hay que examinar cuidadosamente es si en verdad se trata de una persecución o rechazo por causa de Jesús; o si, por el contrario, el motivo son nuestras propias faltas y defectos. Si fuese así, hemos de esforzarnos tanto más por mejorar. Pero si el rechazo que sufrimos es realmente por causa de Jesús, nos ennoblecerá de manera muy sutil y nos unirá más profundamente al Señor.
En efecto, la persecución ya está presente cuando uno no puede decir libremente la verdad sin arriesgarse a ser ridiculizado por otros; cuando se ve restringida la libertad personal que Dios nos ha regalado; cuando lo políticamente correcto prescribe de forma casi dictatorial lo que hay que pensar, etc. Aquí se aplica lo dicho anteriormente: hemos de encontrar el camino apropiado para cumplir la misión que Dios nos ha encomendado. Especialmente el espíritu de consejo puede asistirnos en ello, ayudándonos a tomar la decisión correcta y guiándonos para decir lo oportuno en el momento preciso. También entra en juego el espíritu de fortaleza, que nos ayuda a vencer los respetos humanos, que no pocas veces nos impiden dar el testimonio que corresponde.
No olvidemos que el Señor ya predijo las persecuciones que nos sobrevendrán, cuando habló a sus discípulos: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán.” (Jn 15,20)
Tomémoslas en serio, pero mantengamos la calma, para poder discernir a la luz de Dios cuál es la respuesta adecuada.