Un deber que me incumbe

1 Cor 9,16-19.22-23

Lectura correspondiente a la memoria de San Francisco Javier

 Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria, pues es un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa; y si lo hiciera forzado, al fin y al cabo es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, mi recompensa consiste en predicar el Evangelio gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere su proclamación.

Efectivamente, a pesar de sentirme libre respecto de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo. 

En este día, la Iglesia conmemora a San Francisco Javier, del Orden de los Jesuitas. Él es uno de aquellos grandes misioneros que, así como San Pablo, no descansaron con tal de llevar el evangelio a todas partes. San Francisco Javier vivió en el siglo XVI. Sus fecundas misiones lo llevaron a la India, donde muchas personas encontraron la fe gracias a su servicio, y también a Japón. Su gran deseo era llegar a la China; sin embargo, éste no se cumplió. Murió el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Shangchuan, antes de haber podido pisar el territorio continental de China.

¿Qué es lo que mueve a un misionero a tomar sobre sí las más difíciles circunstancias y a entregar toda su vida, olvidándose de sí mismo? San Francisco Javier, después de haber vivido una conversión a Cristo, fue un misionero de esa talla. ¿Qué fuego ardía en él, para asumir los más duros sacrificios con tal de llevar a los hombres a Cristo?

Ciertamente un elemento habrá sido su propia conversión, que se la debió también a los esfuerzos de San Ignacio de Loyola. Quien ha vivido una fuerte conversión, sabe lo que ha recibido al encontrarse con la fe, y está consciente de que su vida anterior carecía de esta gracia. El converso desea que también otras personas experimenten esta gracia y no dejen pasar su vida sin dedicarse a lo esencial. La gratitud con Dios por todo lo recibido, que no es simplemente natural para él, podría ser un motor que lo empuja a intentarlo todo con tal de ganar personas para Cristo, por causa Suya. Y es que no se trata únicamente de que los hombres se salven; sino que, al evangelizar, se está amando a Dios, porque se colabora en Su búsqueda por los Suyos.

Otro motor, aún más fuerte, será el encargo del Señor, que se lee en el evangelio de la memoria de este santo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

Se trata, entonces, de la salvación de las personas, de preservarlas de la condenación eterna… Quien interiorice esta verdad, como lo hicieron San Pablo y San Francisco Javier, verá en la evangelización “un deber que le incumbe”; una obligación del amor en dos sentidos: amor a Dios y amor a los hombres. Es una obligación a la que uno se somete gustosamente, pues si dominan estos dos aspectos del amor, no se escatimará ningún esfuerzo, y el Espíritu Santo mismo, como el gran evangelizador, arderá como fuego en nosotros.

El año pasado escribí lo siguiente a este respecto:

El Apóstol actúa por encargo del Señor… ¡Qué declaración tan esencial! Quien ha recibido un encargo por parte del Señor, no se cuestionará en cada encrucijada si desea o no aquello que le espera. Ya le ha dado su “sí” a Dios y así se ha puesto totalmente a su servicio. Entonces, ya no se pertenece a sí mismo, sino únicamente al Señor. Ciertamente hay que entender desde esta perspectiva la afirmación de San Pablo de estar “bajo el deber” de predicar el Evangelio… ¡Él simplemente cumple el encargo recibido! Si se quiere, se puede decir que esta misión encomendada rige sobre él, de manera que todos sus pensamientos y toda su fuerza interior se enfocan en cumplir el encargo. ¡Él se coloca totalmente bajo esta misión!

El modelo supremo e insuperable en ello es el Señor mismo. ¡Jesús vino para cumplir la Voluntad del Padre! En todo y en cada momento, Él llevaba a cabo su misión. ¡Y lo hacía por amor al Padre y por amor a nosotros!

Lo mismo sucede con el Apóstol Pablo… Desde el momento en que tuvo la visión del Señor, vivió en el encargo recibido. Ésta es la mayor libertad que le entregó al Señor, y por eso no hacía falta cada vez una nueva resolución… Su voluntad está, por así decir, atada al Señor; su libertad ya se la ha entregado a Él, y todo lo demás es consecuencia de ello.

Esto es lo que también determina la actitud del gran misionero jesuita San Francisco Javier, cuyo día conmemoramos hoy. ¡Una vida como la de este heroico santo puede producir abundante fruto!

Puesto que se mantiene en pie la libertad de haberse entregado por completo al Señor y de estar bajo un “deber que hay que cumplir”, es posible para un San Pablo o para otros misioneros hacerse “esclavos” de todos. Esto quiere decir que toda situación podían verla desde la perspectiva de cómo podrían ganar más personas para el Evangelio. Desde esta perspectiva, sabían encontrar el camino dispuesto por Dios para alcanzar los corazones, porque no había camino que les fuese demasiado largo, ni cruz que les fuese muy pesada, ni encargo demasiado grande… ¡Es el Señor mismo quien actúa en ellos!

Lamentablemente, el concepto que hoy se quiere tener de la misión contrasta cada vez más con la comprensión que de ella tenían los grandes misioneros. Las erradas formas de diálogo interreligioso, en las que se renuncia al carácter veraz y único del evangelio, o se le resta importancia, difícilmente brotarán del mismo fuego que ardía en San Pablo y en San Francisco Javier. Si el fin de la misión ya no es que las personas se conviertan a Cristo, entonces el impulso no parece ser la “obligación de amor”; sino una presión de adaptarse al espíritu del tiempo. ¡La “obligación de amor” no encontrará reposo hasta que el evangelio sea llevado a los confines de la tierra!


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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