Pecado y perdón

Lc 17,1-6

Dijo Jesús a sus discípulos: “Es imposible que no haya escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vinieren! Le iría mejor si le pusieran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Andad, pues, con cuidado. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás.” Dijeron los apóstoles al Señor: “Auméntanos la fe.” El Señor respondió: “Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.”

Aquí se toca tanto el tema de la gravedad del pecado y del escándalo; como también el de la disposición a perdonar. Es necesario mantener el equilibrio entre ambos; porque, si la balanza se inclina demasiado hacia uno de los dos lados, las cosas se alborotarán. 

En lo que respecta al pecado, existe en la actualidad la tendencia a no percibirlo en su abismal perversión. Se relativiza el pecado, y parecen tener cada vez menos peso las faltas a nivel moral, incluso en la Iglesia. Por el otro lado, todo pecado, por grave que sea, puede ser perdonado; siempre y cuando el pecador se arrepienta y se esfuerce sinceramente por cambiar. No obstante, para que esto suceda, primero hace falta que reconozca claramente la gravedad del pecado. 

Al escuchar el evangelio de hoy, naturalmente se nos vienen a la mente los abusos sexuales al interior de la Iglesia, que se han convertido en un doloroso tema. Sin embargo, no podemos reducir este evangelio únicamente a este ámbito… También existen abusos en materia de doctrina, cuando no se la transmite conforme a la verdad del evangelio y del auténtico Magisterio de la Iglesia. Estas falsas doctrinas pueden, por ejemplo, convertirse en una trampa para los candidatos al sacerdocio, en cuanto que debilitan su fe y, en consecuencia, también la de muchos fieles, porque los sacerdotes tienen una posición privilegiada en el anuncio. Todo relajamiento o laxismo en el campo de la moral, puede, por tanto, abrir la puerta para el pecado y dificultar la conversión. 

Sea lo que fuere y por grave que sea, el Señor está siempre dispuesto a perdonar, y también nosotros deberíamos estarlo. Cuando la otra persona quiere cambiar su vida, debemos perdonarle aunque fueren siete veces al día; y esto significa, ¡siempre! Es la enorme generosidad de Dios la que ha de reflejarse en nuestra disposición a perdonar. Esto es tan importante para el Señor, que Él nos deja en claro que a aquel que no esté dispuesto a perdonar, tampoco se le perdonarán sus pecados (cf. Mt 6,15). Perdonar significa renunciar a la posición del acusador, para adoptar, en su lugar, la actitud de Dios, siempre presto a perdonar al pecador arrepentido. Uno renuncia a reclamar la deuda que el otro tiene –o supuestamente tiene– con nosotros. 

Precisamente en el perdón se manifiesta de forma especial el amor de Dios. ¿Quién podría decir que no está necesitado del perdón? Vale aclarar que la eficacia del perdón que se recibe, depende del propósito de enmienda por parte del culpable. No sería suficiente si en la Iglesia se respondiera a todas las graves transgresiones solo con el aspecto del castigo y la expiación, sin abrir el acceso a la conversión, al perdón y a la reconciliación. ¡Aquí tiene que mostrarse la diferencia entre la Iglesia y el Estado! Este último ha de ocuparse, en primera instancia, de la justicia; mientras que la Iglesia es “Madre y Maestra”. 

Al final del texto de hoy, el Señor centra nuestra atención en la fe. Nos deja una afirmación clarísima: “Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido.” ¡Por supuesto que nadie nos está pidiendo que pongamos a prueba nuestra fe con este ejemplo concreto que el Señor menciona! Más bien, Él quiere hacernos ver que, en la fe, todo se hace posible. Aun situaciones que parezcan no tener salida, pueden cambiar; situaciones que, desde la perspectiva humana, ya no tienen caso… Precisamente éstas son un reto para nuestra fe; precisamente éstas son las que quieren hacernos ver la Omnipotencia de Dios; precisamente éstas son las que nos invitan a dejar atrás el plano de nuestra propia experiencia e ideas, que es tan limitado, para adherirnos en fe al Señor… Así como los discípulos, deberíamos pedir que nuestra fe sea fortalecida; más aún, pedir una fe muy grande. ¡Esta petición le agradará al Señor!