La luz brilla en las tinieblas

Jn 1,1-5.9-14

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo Unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Estas santas palabras del evangelio resuenan al final de cada celebración en el rito antiguo, acompañadas de una genuflexión al momento de decir: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

¡Siempre ha de recordársenos la maravillosa Venida del Señor, y cómo el amor de Dios se abajó a nosotros! Jamás podremos cansarnos de alabar este misterio, anunciado por los ángeles; y recién en la eternidad lo comprenderemos mejor… Pero desde ya podemos adorar la Voluntad de Dios y agradecerle por ese amor Suyo, aun si ahora -como dice San Pablo- vemos sólo borrosamente, como a través de un espejo (cf. 1Cor 13,12).

No obstante, el gozo de la Buena Nueva viene acompañado por el dolor de que la luz de Dios que ilumina a todo hombre no sea acogida, y el Hijo de Dios tenga que padecer rechazo y persecución. Este dolor puede convertirse en un empuje más para anunciarles el evangelio a las personas y decirles qué es lo que han de hacer para recibir la luz que brilla para todas ellas… Sabemos que, para ello, han de tener un auténtico encuentro con el Hijo de Dios, quien busca lo que está perdido (cf. Lc 19,10), y vivir una verdadera conversión.

El texto habla de que los hijos de Dios son aquellos que han nacido de Él. A nivel sacramental, ciertamente se hace referencia al santo Bautismo, que nos otorga la gracia redentora de Cristo. ¡Es por eso que el Señor envía a sus discípulos a bautizar (cf. Mt 28,19)! Para que la gracia bautismal despliegue su eficacia, ha de acogérsela, de modo que seamos capaces de vivir como hijos de Dios.

Vivir como alguien que ha nacido de Dios implica vivir del Espíritu Santo, pues Él ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5) y nos recuerda todo cuanto Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Esta nueva vida otorgada por Dios requiere de un constante alimento espiritual, para que no sólo subsista, sino que se despliegue y nos conceda una forma de pensar y de actuar que esté iluminada por la luz verdadera: Jesucristo.

Aun si las personas no conocen todavía al Señor, pueden ser tocadas por esta luz. Todo lo que pueda descubrirse de bueno y verdadero en los hombres o en algunas religiones, procede de Dios y tiende a encontrar la plenitud de la luz. En estos días, el Cardenal Müller se expresó así en una entrevista:

“Desde la perspectiva cristiana, sabemos que Dios conduce a las personas a su salvación y les ha mostrado muchos beneficios (cf. Hch 14,17), revelándoles así su ‘eterno poder y divinidad’ (Rom 1,20). Aun si antes de Cristo estaban todavía en ignorancia y buscaban, no obstante, la Voluntad de Dios (cf. Hch 17,27), dondequiera que hayan buscado y venerado un poder superior, habían venerado implícita e intencionalmente, de forma desconocida, al Dios verdadero (cf. Hch 17,23).

Todo lo que pueda hallarse de veraz, bueno y bello en las religiones de la humanidad y en la búsqueda de verdad y salvación, procede del deseo salvífico universal de Dios, nuestro Redentor, quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Esto lo realiza Dios en la historia a través del único Mediador entre  el único Dios y todos los hombres: el hombre Jesucristo (cf. 1Tim 2,4f)”

Si se les quiere dar testimonio de la verdadera luz a las personas -aquella luz que se vislumbra ya en su búsqueda de Dios- entonces habrá que ayudarles a que, en esta su búsqueda, la luz sea separada de las tinieblas, tal como la Iglesia siempre lo ha entendido… Reconocer lo positivo implica también la purificación de los errores, así como también el Espíritu Santo, al difundir Su luz en nuestra alma, nos enseña a seguirla y así, al mismo tiempo, a desprendernos de pecados, errores y actitudes equivocadas. Si esto no sucede, no se da el proceso de purificación en el alma, y entonces la luz que Dios nos concede no impregna nuestra vida y queda cubierta como bajo un grueso manto.

Quizá podamos compararlo con la situación de los judíos creyentes… Por una parte, ellos han recibido mucho de la Revelación de Dios, y todo lo que de ello pongan en práctica ciertamente corresponde a la Voluntad positiva de Dios. Por otro lado, no han llegado a la plenitud de la luz; a saber: el conocimiento de la gloria del Hijo unigénito de Dios, lleno de gracia y verdad. Privarlos conscientemente del anuncio del Hijo significaría pretender extinguir por nuestra parte el ardiente deseo de Dios de que precisamente su Pueblo escogido llegue a la plenitud de la luz y reconozca a su Mesías.

Si ponemos nuestra mirada en los musulmanes, encontraremos en su religión la negación explícita de la Trinidad, de la Encarnación, de la filiación divina de Cristo y de la Redención de la humanidad y el perdón de sus pecados por medio de Él. No puede ser el querer de Dios que estos graves errores subsistan, y las personas no alcancen así la verdadera luz.

Que en este año que iniciamos el Señor nos ayude a ser dignos portadores de su luz, y que ejerzamos el “poder de los hijos de Dios” sobre el corazón de nuestro Padre, pidiéndole muchas verdaderas conversiones y que aquellos que ya han sido tocados por la luz de Dios lleguen a su plenitud.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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