La confianza y la instauración de una Fiesta Litúrgica

Con la meditación de hoy, llegamos al final de la primera parte del “Mensaje del Padre”. Éste nos acompañó a lo largo de la Cuaresma hasta el Domingo de Ramos, precisamente en estos difíciles momentos de crisis que la humanidad está padeciendo a causa de la pandemia, cuya gravedad aún no puede medirse.

En el momento en que escribo estas líneas, la cifra de los infectados registrados, según el “Johns Hopkins Coronavirus Resource Center”, ha sobrepasado el millón. 200 países están afectados por la pandemia. Para aproximadamente el 5% de los infectados, la enfermedad lleva a la muerte. Lamentablemente hay que suponer que las cifras reales son mucho más altas que las registradas.

En medio de una situación tal, el “Mensaje del Padre” nos da una consoladora certeza. Dios conoce todas las circunstancias en las que nos encontramos, así como también ve todos los actos de una persona y conoce aun los movimientos del corazón. ¡Ante Él nada permanece oculto! Pero no nos mira con los ojos de un severo juez; sino con los de un amoroso Padre.

Esto cuenta también para la actual pandemia, cuya permisión puede entenderse como una reprensión de parte de Dios. Si bien el Padre, en Su amor, está siempre dispuesto a perdonar a aquel que se arrepiente y convierte de sus caminos equivocados y torcidos, el hombre ha de aprender que no puede atentar contra los mandamientos divinos, porque así entra en conflicto con Dios y con el sentido de su existencia humana.

En efecto, el sentido más profundo de nuestra existencia es el de vivir en íntima unión con Dios, glorificarlo y servirle. De esta forma, cooperamos con ese gran proyecto, por cuya realización pedimos a diario en el Padrenuestro: “Venga Tu Reino; hágase Tu Voluntad en la tierra como en el Cielo.”

Todos nosotros sabemos bien que aún estamos lejos de experimentar el Reino de Dios en este mundo. Aquí y allá está germinando; a veces puede descubrírselo; pero, viéndolo a nivel global, nos enfrentamos más bien a una difundida “cultura de la muerte”, que ha adquirido proporciones alarmantes.

En su Mensaje, el Padre toca la raíz del problema. ¡Es el olvido de Dios lo que lleva al hombre a la confusión! Por eso, nos llama a recordar a nuestro Creador y Padre. Con este mensaje básico se dirige a todos los hombres, que lo necesitan como la primera luz para descubrir el sentido más profundo de la existencia y para despertar del sueño de la ignorancia y del pecado. Pero el Padre también se dirige a los cristianos, quienes, aunque confiesan ya a Jesús como su Señor e intentan vivir conforme a Su Voluntad, han de conocer aún más a profundidad el Ser de Dios, como Él es en verdad.

He aquí una intención básica de este Mensaje: reconocer a Dios como Él es en verdad; tener la verdadera imagen de Él… El Padre nos da a entender que aún nos falta mucho en ese sentido. Nos habla sobre todo de esa relación confiada y familiar que desearía que existiese entre los hombres y Él, por la cual pide conmovedoramente en este Mensaje. En ese sentido, denomina a la obra que ha de establecerse por medio del anuncio de este Mensaje como una “obra de amor”.

En efecto, una consecuencia del pecado original fue la pérdida de la confianza y naturalidad entre el hombre y Dios. El Diablo intentó sembrar en el hombre la desconfianza hacia la bondad de Dios, y en ello ha trabajado todo el tiempo, hasta el día de hoy, lamentablemente no pocas veces con éxito.

¡Pero la confianza es una clave del amor, que debería ser y convertirse en algo natural entre Dios y nosotros! Para despertar esta confianza, Dios nos declara tantas veces Su amor, así como podemos verlo en este librito que hemos estado meditando. Él sabe bien que nuestro corazón necesita de la confianza en Él y de Su amor, para que no se desvíe y sustituya a Dios por otra cosa, que así se convierte en ídolo.

Además de infundirnos confianza, otra intención esencial que el Padre pronuncia en este Mensaje es la instauración de una Fiesta Litúrgica en Su honor. Así, este mensaje no sólo ha de servir para la edificación personal, para profundizar el amor entre la persona individual y su Padre; sino que tiene un carácter universal: se dirige a todas las personas.

He señalado esto varias veces de las mediaciones anteriores, porque Dios ha relacionado muchas promesas con la instauración de tal Fiesta. Les recuerdo que la fecha propuesta por el Padre fue el 7 de agosto, o bien el primer domingo de agosto. No debería ser difícil elaborar un Formulario de Misa para esta Fiesta Litúrgica. Pero sólo la jerarquía de la Iglesia puede instaurarla oficialmente. En ese sentido, podemos pedirle al Señor por esa intención.

Si Dios quiere, dejaré las meditaciones de la segunda parte del libro como preparación para el 7 de agosto. Aún no sabemos cómo estará entonces la situación mundial…

Pero una cosa es segura: Dios, nuestro Padre, tiene todo en sus manos y todo lo ejecuta conforme a sus planes. ¡Esto es cierto! ¡Y en Dios podemos confiar sin límites! De ahí nos viene la esperanza y la certeza de que, pase lo que pase, la bondad de Dios está siempre presente y quiere la salvación del hombre.

Antes de entrar en la Semana Santa, me gustaría enviar con la meditación de hoy una imagen que representa a nuestro Padre. Es el deseo del Padre que esta imagen se difunda por todas partes como un signo de su presencia. No es el cuadro original, pero fue pintado como al estilo de un ícono, teniendo como modelo el cuadro original.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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