El autoengaño (Parte II)

A partir de ayer, estamos reflexionando sobre un importante tema espiritual, que ha de ayudarnos a despertar enteramente a la verdad, para que nuestro seguimiento de Cristo quede libre de ilusiones y nuestro testimonio pueda así ser más eficaz en el mundo. Se trata del “autoengaño”…

En uno de los salmos podemos leer las siguientes palabras: “¿Quién se da cuenta de sus propios yerros? De las faltas ocultas límpiame.” (Sal 19,13). En varios pasajes del Nuevo Testamento, Jesús señala la ceguera de los fariseos y de los escribas. Dios conoce el corazón del hombre y nada está escondido ante Él.

Para el seguimiento de Cristo es de suma importancia la disposición para conocerse a sí mismo a la luz de Dios, entrando así en una relación más realista y sincera con Él. Ciertamente solemos evitar la confrontación con nuestra realidad, e incluso podemos tener miedo ante ella, temiendo perder nuestra buena imagen y quedar en vergüenza. Pero estos miedos deben ser superados, pues Aquél ante quien nos encontramos es un Padre amoroso, que no nos desprecia por nuestros errores y pecados, sino que quiere levantarnos, invitándonos a abandonarnos del todo en su misericordia.

No debemos, pues, tener temor de reconocernos tal cual somos. ¡Por el contrario! Lo que sí debe preocuparnos es que podamos todavía vivir en alguna forma de ceguera y autoengaño, y que no estemos dispuestos a dejar a un lado las ilusiones que hemos creado acerca de nuestra persona.

A continuación, seguimos con el texto del P. Sladek, alternado con algunos comentarios personales míos:

“El que vive en un autoengaño, no sólo tiene una imagen errada de sí mismo; sino que en la profundidad inconsciente de su alma se rebela contra el juicio de Dios. Por eso, lucha no sólo contra la verdad, sino también contra Dios, y se cierra así a la gracia de la misericordia divina que constantemente le es ofrecida. En cambio, si el hombre es sincero consigo mismo y reconoce ante Dios que todavía no está dispuesto a abandonar la complacencia del propio yo ni a reconocerlo a Él como el Señor de su vida, entonces está asumiendo una actitud que le permitirá avanzar en su camino hacia Dios. La gracia de Dios puede obrar con su poder sanador solamente si el corazón se abre ante Él con sinceridad y confianza, confesándole la verdad de su propia pecaminosidad. Por eso, el perdón de Dios no puede obrar mientras el hombre minimice o justifique su culpa y pecaminosidad, aunque lo haga de forma inconsciente.”

Esto último es fundamental también para el acompañamiento espiritual. Si bien debemos tener sensibilidad frente a la persona que requiere de nuestra ayuda, nunca podemos dejarla sumida en las ilusiones que se ha creado sobre sí misma. Es necesario que la persona llegue a reconocer su situación ante Dios tal como es, sabiendo que tiene un Padre amoroso que busca atraerla hacia Sí con su amor. Por el contrario, la minimización de la culpa y de la responsabilidad conduce a un callejón sin salida y mantiene al hombre cautivo en su ceguera.

“La verdadera conversión a Dios no sucede hasta que el hombre le entregue su corazón con todos sus anhelos y deseos, y hasta las profundidades inconscientes de su alma. Y aquí está el inicio de la santificación. La persona que esté consciente de que todavía busca en primer lugar la satisfacción de su propio ego y de que, por tanto, está aún muy lejos del perfecto amor a Dios, ya no se apoyará en sus propios esfuerzos religiosos y morales ni defenderá a toda costa su buena voluntad; manteniendo la actitud humilde de quien reconoce su pecaminosidad. Tomando las palabras del hijo pródigo, podríamos decir que esta persona sabe que no merece el amor de Dios (cf. Lc 15,21); pero al mismo tiempo está consciente de que puede vivir confiado en la infinita misericordia de Dios.

Movido por esta convicción, y no auto-justificado por sus propios méritos o presuntuosamente confiado en la perfección de su vida, el religioso (aplica para todos los cristianos) podrá proclamar y testificar la Buena Nueva en la Iglesia y en el mundo. En palabras y obras dará testimonio de que la firme decisión de seguir a Cristo significa, en primer lugar, demoler su oculta auto-justificación, para vivir cada vez más de la certeza de la propia pecaminosidad y de la confianza en la misericordia divina que supera cualquier pecado. La negación de sí mismo, a la que Cristo exhorta a los que quieren seguirlo (cf. Mt 16,24), consistirá en primer lugar en la superación de la frecuentemente inconsciente búsqueda de prestigio y de poder; más que en la renuncia a los placeres y goces legítimos dados por Dios. De este modo, en una creciente autenticidad interior y en una actitud de verdadera humildad, preparamos nuestro corazón para la conversión.”

La práctica de los consejos dados por el P. Sladek en busca de la sinceridad interior y de la demolición de la auto-justificación, debe ir acompañada de una sabia ascesis y de la limitación de los goces naturales, que fortalecerán el alma. Pero hay que tomar en cuenta que estos últimos no deben ser aspirados como primera meta ni deben llevarnos a un orgullo oculto basado en los propios méritos.

“Los santos, que han llevado la conversión hasta las profundidades de su alma y están bien conscientes de ello, en todo le dan la gloria a Dios, pues saben que cuanto haya de bueno en ellos es un regalo de la bondad divina; mientras que las debilidades y los pecados de su vida, sean grandes o pequeños, indican lo único que son y tienen por sí mismos. Así es como una Santa Margarita María Alacoque pudo reconocer: “De mi maldad todo lo temo; pero de tu Amor todo lo espero.” A la luz de estas verdades, vemos que la superación del autoengaño, que a su vez es el fundamento de la auto-justificación, será el pre-requisito para una vida fecunda de los sacerdotes y religiosos en la Iglesia y en el mundo”.

Lógicamente estas palabras cuentan para todos quienes quieren seguir a Cristo. La experiencia de ser amados por Dios debería alentarnos a superar cualquier forma de autoengaño, pues el resultado será que podremos servir al Señor con mayor libertad y menos tensión. Si no reprimimos nuestras faltas ni nos desesperamos por ellas, sino que nos colocamos con ellas frente a Dios, e intentamos superarlas con su fuerza, entonces crecerá en nosotros la alegría, y nos haremos más capaces de servir a los demás.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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