Celo apostólico

Rom 9,1-5

Cristo es testigo de que digo la verdad, y de que no miento –además me lo dice mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo–: siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne. Son israelitas; ellos disfrutaron de la adopción filial, de la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

¡Qué amor tan heroico resuena en estas palabras desde lo más profundo del corazón del Apóstol! ¡Y podemos tomarnos en serio lo que dice! Es un profundo dolor para él que su Pueblo no acoja al Mesías, a pesar de haber sido privilegiadamente bendecido por Dios. San Pablo vuelve a enumerar las gracias especiales que Israel recibió, para entonces lamentarse tanto más de que no haya tenido lugar el encuentro decisivo con Jesús. La magnitud de su dolor llega hasta el punto de desear estar separado de Cristo con tal de que sus hermanos pudiesen salvarse.

Aquí vemos resplandecer el amor del Redentor en el corazón del Apóstol de los Gentiles, de manera que podemos, a partir de estos sentimientos suyos, comprender algo del Corazón de Dios. Dios sufre por el hecho de que nosotros, los hombres, no acojamos la salvación.

En Nuestro Señor sucedió aquello que menciona San Pablo: fue contado entre los malhechores (cf. Lc 22,37), considerado por las autoridades religiosas de aquel entonces como “separado de Dios” (cf. Is 53,4), como un blasfemo (cf. Mt 26,65). Él da Su vida para salvar a los Suyos (cf. Jn10,15).

Si San Pablo habla en otra parte de que él “completa en su propia carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24), es porque está consciente de que la salvación que el Señor nos obtuvo, aún tiene que llegar a todas las personas, y particularmente a las de su propio pueblo. A la magnitud de su amor a Cristo, corresponde la profundidad de su tristeza y dolor porque “los de su raza” no han acogido aún la salvación. Pero esto, lejos de llevarlo a una depresión, se convierte para San Pablo en un incentivo para “trabajar más que todos los demás” (1Cor 15,10). Para él, el tema principal no es ya su propia salvación; sino la salvación de las otras personas.

Ahora, ¿qué provecho espiritual podemos sacar de las palabras que hemos escuchado?

En primer lugar, que jamás podremos amar lo suficiente. Mientras dure nuestra peregrinación por este mundo, nunca habremos agotado nuestra capacidad de amar. El amor siempre puede crecer y volverse más puro. El amor es un don y un regalo; pero su desarrollo y crecimiento dependen también de nuestra cooperación.

Por eso, hemos de pedirle al Señor que nos conceda un amor ardiente, y dejarnos purificar por Él de todo lo que sea un obstáculo para el amor. En cuanto percibamos en nosotros mismos frialdad o falta de caridad, debemos invocar al Espíritu Santo, para que Él toque lo frío en nuestro interior.

No debemos tener recelo de invocar el Nombre del Señor precisamente cuando nos sintamos indiferentes y perezosos, cuando no sintamos ninguna calidez ni luz en nosotros… ¡Lo esencial en esos momentos es la decisión de nuestra voluntad!

Todos sabemos que no podemos, con nuestras propias fuerzas, “producir” en nuestro corazón un amor tan ardiente como el que San Pablo tenía en el suyo. Sin embargo, podemos estar atentos a aquellas actitudes nuestras o durezas que obstaculizan el amor, así como a las oportunidades que se nos presentan para crecer en el amor. ¡Escuchemos cuando el amor toque a la puerta de nuestro corazón, y, con la ayuda de Dios, demos los pasos correspondientes!

En segunda instancia, recordemos las recientes meditaciones sobre el amor de nuestro Padre, que quiere entrar en nosotros. También en el “Mensaje del Padre” se habla del celo apostólico, del fervor de anunciarles a las otras personas el amor del Padre, puesto que todos están llamados a conocerlo y también existe la posibilidad de que se condenen.

Una de las razones por las cuales podría enfriarse el celo apostólico, es la falta de consciencia sobre lo importante que es el mensaje del evangelio. Si, por ejemplo, considerásemos que también las otras religiones son caminos de salvación o que uno igual se salva aunque no crea, entonces se paraliza nuestro celo. Para ser honesto: Siento pena por los seminaristas que realmente son instruidos en esta línea. ¡Ojalá el Espíritu del Señor impida que caigan en el letargo generalizado!

¿Qué se le respondería hoy en día al Apóstol San Pablo, si se le escuchara decir las palabras de este texto bíblico? Tal vez se le diría: “Vamos, Pablo, estás exagerando. Tus hermanos no necesitan del mensaje del evangelio. Tienen otro camino… No hay motivo para estar triste. Tienes que verlo bien. En este tiempo lo hemos comprendido mejor…”

O ¿qué se le diría a uno que viene preocupado por la salvación de los no creyentes? Quizá se le respondería: “¡Mantengamos la calma! ¡Dios es misericordioso! ¡Si los no creyentes hacen cosas buenas, todo estará en orden!”

¡No nos dejemos engañar por nadie! Si se desvanece nuestro celo por la salvación de las otras personas, tenemos un problema espiritual. Significa que nuestro amor no está realmente encendido. Quizá se ha apoderado de nosotros aquella niebla que el modernismo y el progresismo expanden a su alrededor, que se asienta en las almas en forma de un relativismo religioso. Si nuestra orientación es el mundo y las personas, en lugar de Dios, entonces ya no sabremos acoger estas palabras que dice el Padre en el Mensaje que últimamente habíamos estado meditando:

“Si hay algo que, particularmente en este tiempo, desearía, sería el aumento del fervor en los justos. Esto traería consigo una gran facilidad para la conversión de los pecadores; una conversión sincera y perseverante, el retorno de los hijos pródigos a la Casa del Padre, especialmente los judíos y todos los demás que son también mis criaturas y mis hijos…”

¡Menos mal que nuestro Padre Celestial no puede caer bajo la influencia del “espíritu del tiempo”! ¡Él no cambia, ni tampoco las palabras del Apóstol! Escuchemos a Dios y al evangelio, así como a la auténtica doctrina de la Iglesia; luchemos seriamente por la santidad, y entonces la niebla del relativismo no podrá enceguecernos ni paralizar nuestro celo por las almas.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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